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Plaza Pública

¿Por qué le tienen tanto miedo a la memoria?

La vicepresidenta primera, Carmen Calvo, y el cordobés Juan Romero, último testigo español de la barbarie de Mauthausen.

¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.

Luis Cernuda

Una imagen que saltó a los medios hace unos días resultaba entrañable. Respiraba un cierto aire familiar, ese aire que alienta conversaciones íntimas alrededor de una mesa camilla cuando es invierno. Hay dos protagonistas principales en esa reunión que casi invita al recogimiento, más aún en tiempos de desasosiego como el que nos está tocando vivir, y a saber hasta cuándo. Esos protagonistas son una ministra del Gobierno español y un hombre que, sentado, viste traje y corbata, mira a través de los cristales gordos de sus gafas y parece que sonríe tímidamente a su ilustre interlocutora. La ministra es la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. El hombre que la mira con una sonrisa que parece la de un niño es Juan Romero. Tiene 101 años y algunos de ellos los pasó en Mauthausen, el campo de exterminio nazi. Es un exiliado de cuando el fascismo ganó la guerra en España y vive en un pueblo francés desde que fue liberado tras la derrota del nazismo. Dicen que es el último superviviente español de aquel horror de dimensiones infinitas.

La ministra estaba allí, en la casa de Aÿ-Champagne, para rendir homenaje al superviviente. Y dentro de ese homenaje le dijo que estamos a punto de debatir una nueva Ley de Memoria Histórica, una Ley que sin duda mejorará -según lo que se anuncia- la que se aprobó en 2007, cuando el gobierno de Rodríguez Zapatero. Igual es verdad lo que dicen y tenía razón Robert Musil: “Cuando se espera tanto tiempo, aun lo imposible puede suceder”. Pero no lo sé, no sé si será así o será otra decepción más en la larga lista de decepciones que la memoria republicana ha sufrido en nuestro país, ya que durante la dictadura franquista estaba prohibida y, después de morirse el dictador, echar mano de ella no era conveniente. Así que fuimos circulando desde la prohibición memorialista a su inconveniencia durante más de ochenta años. No está mal, ¿verdad? Las prisas no suelen ser buenas consejeras para casi nada. Y si se trata de que las políticas de memoria no molesten a nadie, pues esa lentitud de tortuga está más que justificada. Claro, que una cosa es no tener prisa para asentar una democracia que no moleste a los franquistas en sus más diversas versiones y otra llegar a un pueblecito francés hace unos días para decirle a Juan Romero, último superviviente español de Mauthausen, que personas como él nunca han de ser borradas de nuestra memoria. No es por ser sarcástico, pero, joder, señora ministra: ¿no cree usted que hemos gastado una tonelada de gomas de borrar para convertir en invisibles a quienes defendieron la República hasta las torturas, las cárceles, el exilio o la muerte? Sí, hasta la misma muerte. Bien que lo expresa Charlotte Delbo en un libro imprescindible: Ninguno de nosotros volverá. Pasó Charlotte por los campos de Auschwitz-Birkenau y Ravensbrück, fue liberada en 1945 y escribió ese testimonio que a ratos resulta de una lectura dolorosamente insoportable: “morir no tiene importancia… cuando se hace dignamente”. Así muchos de aquellos hombres y mujeres que murieron antes de cumplir 101 años, como ahora tiene Juan Romero, y vieron cómo en su país -en el nuestro- se habían convertido en fantasmas sin nombre.

El movimiento memorialista protesta por la aparición de una fosa común en un programa sobre hechos paranormales

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No sé cómo será, si se aprueba, la nueva Ley de Memoria Histórica. A mí, para empezar, me gustaría que se llamara Ley de Memoria Democrática. Y, si mucho me apuran, me gustaría que se llamara Ley de Memoria Democrática y Antifascista. La razón de esta sugerencia, que para nada va a ser atendida en los debates, tiene que ver con un detalle clarísimo: no quiero discutir aquí si la derecha española (y no hablo de Vox) es fascista, pero es bastante indiscutible que esa derecha no es antifascista. Es la diferencia entre las derechas europeas y las españolas. Nosotros perdimos la guerra contra el fascismo y esos países la ganaron. De ahí que reivindicar en España una memoria antifascista no sea muy de extraterrestres. O eso creo.

Para terminar, una reflexión: ¿Por qué los homenajes institucionales a quienes defendieron la República y lucharon por las libertades aquí y en la resistencia frente al fascismo y el nazismo se celebran en Francia? Ahora tenemos el ejemplo del que le acaba de rendir la vicepresidenta del Gobierno a Juan Romero, último superviviente español de Mauthausen. Pero es que, en el año 2015, el rey Felipe VI hizo lo mismo en el Ayuntamiento de París con los soldados españoles que liberaron la ciudad formando parte de La Nueve. Entonces, ¿por qué aquí esos homenajes siguen siendo imposibles? O lo que es lo mismo: ¿Por qué demonios la memoria republicana sigue dando tanto miedo cuando estamos convencidos de que nuestra democracia es tan fuerte como una roca? A lo mejor -digo yo- es que hablamos de una roca arenosa, llena de poros, una roca que se deshace como un azucarillo en el estimulante café de la mañana. No sé. Igual ustedes tienen más respuestas. Y seguro que mucho mejores que la mía…

Alfons Cervera es escritor. Su última novela es Claudio, mira, editada por Piel de Zapa.

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