Plaza Pública

Mar gruesa en la segunda ola de la pandemia

Un sanitario recibe a una paciente termómetro en mano en el centro de salud Federica Montseny en el distrito de Puente de Vallecas en Madrid.

Gaspar Llamazares

(Madrid y la segunda ola de la pandemia)

"A medida que la oleada de otoño se acercaba a su punto álgido, el miedo y la frustración amenazaron con convertirse en disturbios".

La gripe española en Zamora.

El jinte pálido, Laura Spinney

Ya estamos en plena segunda ola de la pandemia. Lo cierto es que la pandemia del covid-19, como ya ocurriera con la gripe española, en realidad nunca se había ido. Ha seguido con nosotros después del confinamiento en lo que podríamos denominar un continuo estado asimétrico de brote, que ahora avanza con la fuerza de la marea hacia la transmisión comunitaria. Esperemos que esta vez logremos entre todos que sea más suave que la primera.

Madrid finalmente se ha convertido en el rompeolas de la pandemia, no solo por la alta incidencia acumulada durante las últimas semanas y la baja tasa de positividad, negada desde el principio por sus autoridades y por desgracia hoy sin embargo demostrada, sino por la transmisión comunitaria que afecta ya a sus principales ciudades y municipios.

En el trasfondo de la negación, latía el pulso entre la estrategia gradual que implícitamente remite a la inmunidad de grupo frente a la estrategia de contención y confinamiento. Un pulso que ha terminado con unos datos descontrolados y un gobierno desarbolado en la Comunidad de Madrid que se proclamaba la representación genuina de la alternativa y de la oposición conservadora.

Finalmente el armisticio ha sido el paso necesario para facilitar una salida a una estrategia fracasada, aunque no por ello será fácil su necesaria rectificación en forma de la ansiada unidad, cooperación y cogobierno frente a la crisis. No hay más que ver las últimas resistencias. Y no solo en Madrid.

Hoy los datos de España son tan contundentes como preocupantes, con una alta incidencia en varias CCAA, con especial gravedad en Madrid, Navarra y La Rioja. El progresivo retroceso de la situación general se traduce ya, además de en los ingresos hospitalarios e ingresos en UCI, en el aumento de los fallecidos.

Los datos en Europa, aunque más tardíos, continúan también progresivamente al alza incorporándose a la segunda ola pandémica. Primero España y a continuación Francia y Gran Bretaña y aún por detrás Portugal, Alemania, Austria y Holanda. Según los datos del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC), el número de casos positivos reportados lleva dos meses consecutivos creciendo con el regreso a la presencialidad en los trabajos, la vuelta al colegio de los niños, junto al cansancio y la relajación en el seguimiento de las medidas de prevención del covid-19 por parte de los ciudadanos europeos.

En definitiva, la incidencia acumulada y la tasa de positividad nos adentran globalmente en la segunda ola, pero tienen una distribución asimétrica. Todos los países europeos y todas las CCAA en general aumentan, pero lo hacen a distintas velocidades y desde puntos de partida muy diversos.

En España, el caso de Asturias es una muestra de buenas prácticas en la aplicación del plan de respuesta temprana, en especial con el nivel de testeo, la disponibilidad de reactivos y personal de laboratorio que explica su bajo tiempo de espera para la prueba y su tasa de positividad, también el esfuerzo de la atención primaria y de salud pública y asimismo y desde un principio el mensaje de preocupación y responsabilidad institucional que ha calado entre la ciudadanía en contraste con el del optimismo y la relajación de la nueva normalidad.

Por otra parte, también tenemos ventajas en relación a los fallos de la sorpresa e incredulidad en la primera oleada. Hoy podemos evitar el colapso y el confinamiento. Si la primera oleada fue un tsunami que nos desbordó, ésta es una potente marea que con medidas decididas y con anticipación aún estamos a tiempo de contener.

De hecho, la experiencia de medidas de contención y confinamiento en algunas de las CCAA, como Aragón, Cataluña y el País Vasco, entre otras, demuestra que se puede evitar que los brotes se transformen en transmisión comunitaria y sobre todo que ésta se torne a su vez en colapso del sistema sanitario.

No somos el patito feo ni el cisne negro de esta pandemia. Ni estamos condenados a ser los peores ni representamos lo improbable que fatalmente tenía que ocurrir. La estrategia de contención y confinamiento demostró su eficacia en la primera ola y puede hacerlo, y quizá para ello sea necesaria una menor contundencia en esta segunda.

El principal problema fue una desescalada precipitada en forma de desbandada, con salto de fases e imcumplimiento de los criterios en pro del turismo, en algunas CCAA en particular.

Luego fue la falsa conciencia de la nueva normalidad, y en algunos la euforia, cuando en realidad se trata de una difícil convivencia con el virus en una situación que solo se puede calificar de anormalidad. La consecuencia ha sido la relajación de una parte, es verdad que minoritaria de la ciudadanía en lo personal y en lo público, añadida al negacionismo de los postulantes de la inmunidad de rebaño.

Se añadió también el incumplimiento de los compromisos para la desescalada, la nueva normalidad y el plan de respuesta, por parte de las CCAA, en particular tanto en el refuerzo de la atención primaria y la salud pública como en la puesta en marcha del dispositivo de rastreo y aislamiento en lo que se llama arcas de Noé.

Pero además, aún hoy los llamados determinantes sociales siguen siendo los grandes olvidados. Por el mismo lugar por donde empezó también la segunda ola de la gripe de 1918: la movilidad, la vendimia y las fiestas que la llevaron al Levante español. Hoy podríamos decir que por la falta de prevención en las condiciones laborales de los temporeros y el hacinamiento en el transporte público y en los barrios populares. La enfermedad siempre se ceba en el código postal de los más vulnerables.

Es por todo esto que, en este momento, el plan de respuesta temprana y los indicadores aprobados para la denominada nueva normalidad son en estos momentos de alerta, en plena segunda ola de la pandemia, absolutamente insuficientes. Hay que pasar con urgencia a un plan coordinado y progresivo de vuelta a las etapas de la desescalada, con su correspondiente cuadro de mandos e indicadores. La labor de coordinación y la autoridad sanitaria deben avanzar así, aunque sea sobre la marcha, hacia la cogobernanza.

Dentro de la respuesta a esta segunda ola, deberíamos aprovechar para corregir algunos de los errores e insuficiencias que cometimos en la primera: sería conveniente reforzar la contención de la pandemia abriendo la gestión a la información más cualificada y a la sociedad civil recogiendo sus propuestas con grupos de expertos para llevar a cabo un asesoramiento operativo y una evaluación continua.

Tendríamos asimismo que mejorar la comunicación, sin caer en la tentación del catastrofismo, estimulando la participación, la responsabilidad y el compromiso de los ciudadanos.

Pero, con el actual nivel de expansión de la segunda ola, ya no bastan las recientes alarmas y las recomendaciones de la comisión Europea y del ECDC ante la situación de la pandemia. Es imprescindible un mayor papel de la UE y también de los organismos internacionales como la OMS, al objeto de garantizar la cooperación, la solidaridad y la equidad en la prevención y el tratamiento de la pandemia.

Por lo pronto, con un mayor grado de corresponsabilidad en materia de sistemas de información, vigilancia, alertas y salud pública, pero también en relación a la garantía de la accesibilidad y la equidad de los tratamientos y las vacunas como el proyecto COVAX, del que se han autoexcluido las grandes potencias, por razones económicas y geoestratégicas.

El parlamento y sus enemigos

El parlamento y sus enemigos

Porque el interés económico, el individualismo y el nacionalismo son nuestras mayores debilidades frente al virus.

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Gaspar Llamazareses fundador de Actúa.

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