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La estrategia de la pandemia del pesimismo

Directo | Las muertes por coronavirus superan el millón en todo el mundo

Álvaro Frutos Rosado

Los estudios dicen que, aunque las situaciones de crisis y conflicto sean diferentes, los sentimientos que “sufren” los ciudadanos son muy parecidos. La intensidad de la afectación emocional dependerá de la gravedad y duración del hecho, pero en ello tienen mucho que ver las actitudes y mensajes emitidos por los líderes de la comunidad.

El descalabro institucional actual es morrocotudo; ya no caben más calificativos.

La política es bronca en todos los lugares (Trump y Biden nos lo han demostrado), discrepancias manifestadas con brusquedad, tensión, enfrentamiento visceral, descalificaciones llegando incluso al insulto, y mucho espectáculo… de todo. ¡Ojo! Se nos ha olvidado que la política debe ser también acuerdo, solución, proyectos comunes, construcción conjunta del futuro.

La política, como está actualmente, es totalmente prescindible.

No es inocente ni inocuo que cada día vaya creciendo la legión de ciudadanos invadidos por graves temores a perder su salud y la vida. Incertidumbre por no saber si la nave colectiva tiene un rumbo, cada día más conscientes de su vulnerabilidad. Ni los más listos e informados encuentran luz en el desconcierto; caminamos desde el miedo a la perplejidad y damos la vuelta.

Cuando la política se convierte en una gran tertulia altisonante, reiterativa, que ni conduce democráticamente ni sosiega a la ciudadanía en sus inquietudes; cuando lo que se cuenta, al minuto está ya carente de toda credibilidad y no resuelve nada, ¡mal estamos!. Esperar lo peor deja de ser una actitud pesimista.

La convivencia con el virus de tan difícil es imposible, la segunda ola lo ha demostrado. Las medidas de confinamiento y actividad económica, educativa y mínima social no son compatibles. Parece que hay, como lleva pasando los últimos meses, solo hipótesis de cómo frenar esto y más sabiendo que pasará tiempo hasta que llegue una vacuna que sea eficaz y pueda administrarse masivamente. ¿Hay razones para seguir con la bronca?. ¿Crear angustia es por diversión o mala fe?

Si el primer objetivo debe ser evitar que el sistema público sanitario se colapse, ¿qué impide actuar en tal sentido y evitar que el miedo se propague? ¿No será el miedo el objetivo?

Si hay una población de alto riesgo que no se puede permitir el desliz de contagiarse poniendo en peligro su vida, ¿por qué no se toman medidas para proteger especialmente a este colectivo? Evitaría su angustia y un cabreo supino al saber que no pueden ir a los centros de salud por estar saturados. Igual el cálculo hecho es otro: que esta población, por sí sola, es una mayoría social suficiente para ser la primera fuerza electoral del país, y si hay bajas habrá familiares que asuman el malestar. Este colectivo ante las urnas decide mucho, es cuestión de enervarle.

Con estrategias de comunicación, ni se resolverá la pandemia ni el hundimiento de la economía. Ahora bien, el desempleo masivo y la dificultad para encontrar trabajo cuando los cierres de negocios se sucedan, son la antesala de desórdenes de orden público, de ciudadanos hastiados dispuestos a responder violentamente ante cualquier provocación y solo podrán ser conducidos por aquellos que aviven convenientemente el caos y radicalicen las posibles soluciones. Aunque no sean posibles.

Medidas posibles sí que hay, pero parece existir más interés por estar en el problema que en la solución. Por ejemplo, aumentar la dotación de medios de transporte público para evitar aglomeraciones. ¿No existen transportes turísticos que están parados? Decidir entre cerrar bares o colegios. Es un momento duro pero los que han optado por cobrar de un salario político saben que su misión es ofrecer opciones y decidir.

Después de estos meses hay motivos sobrados para estar seriamente preocupados, angustiados y cercanos a la crispación. La crispación termina en la calle y esta no se reconduce tan fácilmente hacia soluciones aceptables y posibles.

Este dislate tiene una zona oscura que lo que está haciendo es deteriorar progresivamente los fundamentos de una cultura democrática avanzada que ha sido el modelo europeo al que España se incorporó.

La mejor forma de deteriorar es dejar crecer el sentimiento de que un sistema ha demostrado su incapacidad, que vivimos en el caos, sin salida y hacer creer que resurgirá de entre el magma un deseado Jasón, hoy desconocido, a recuperar el reino usurpado.

El juego político no está siendo limpio, se aceptan las reglas a conveniencia, hay unos contendientes que no van a abandonar la política de bloques radicalmente enfrentados, creen que ello les da bazas, aunque sea a costa de la salud de los españoles. El objetivo va más lejos que derribar un gobierno. Gobierno que, guste o no, son las urnas las que le han situado ahí. La pretensión tiene otro alcance, moldear la política a imagen y semejanza, colocarse en el umbral de una nueva cultura seudodemocrática (democrática en lo formal) en la cual haya actores que tengan ventaja, para ello no se repara en nada, ni en la vida ni en la salud, ni en el bienestar de los españoles. Tan triste como cierto. “El caos lo traes tú y lo resuelvo yo”, suena el jingle de esta fase.

En el tránsito se va regando de ideas que van limpiando el terreno de aquello que resulta incómodo como fomentar la inutilidad y deslealtad del Estado autonómico, sin importarles que con ello van a poner en peligro el salario de muchos de los suyos. Y sin lealtades compradas la política nunca ha sido nada.

Tampoco se equivoquen algunos; los partidos políticos corren más peligro que la monarquía. Si consiguen, no sin ayuda de los propios partidos cuya función y funcionamiento es manifiestamente mejorable, hacer ver que lo que emponzoña todo es la lucha partidaria (no ideológica).Todos quedan deslegitimados por igual. Sin embargo la pretensión, hoy como ayer, es cargarse la democracia basada en los partidos. La mano que mece la cuna siempre tiene asideros organizativos para actuar en política, una marca u otra es irrelevante, de hecho, la tenida hasta ahora está tan manchada que es difícil tunearla.

Los ciudadanos de mentalidad normal no pueden entender que no exista otra voluntad conjunta que erradicar el virus, que no nos siga machacando. Pero también tienen que protegerse de no inocular la pandemia del pesimismo, no vivir con la presión en el pecho que nos producen los mensajes diarios explícitos y subliminales de los adalides del caos. Aunque lo están haciendo muy concienzudamente siguiendo una estrategia milimétrica. Los que no están por la labor y defienden un concepto clásico de democracia, que es el más moderno y avanzado, no pueden estar parapetados tras del muro ni intentando jugar con las mismas armas, las últimas semanas lo han demostrado.

La UE nos ha ofrecido un camino de salida con una aportación económica solidaria, no gratuita ni incondicional. En esto deberían estar centrados los esfuerzos colectivos de España, no solo del Gobierno, aunque es el que tendría que dirigir el debate nacional. El Gobierno solo no será capaz de hacer reflotar nuestro bienestar, tanto sanitario como económico, sin la gestión de los fondos. ¡Hay que ser eficaces! Este y no otro debería ser el centro de las discusiones. ¿Cuáles son las estrategias de unos y otros para la digitalización de la economía española o cómo hacerla sostenible ambientalmente? ¿Los grandes proyectos de País? ¿Por dónde empezamos?

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La única forma de acabar con este pedalear sobre la bicicleta estática, sin avanzar y cansándonos de forma agotadora, es poniendo a cada cual en su sitio y ejerciendo sus funciones como les es exigible.

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Álvaro Frutos Rosado fue impulsor y Director del Sistema Español de Conducción de Crisis.

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