Plaza Pública

España dentro de España: Vox y la cuestión castellana

Santiago Abascal hoy en el Congreso de los Diputados

Chema Meseguer

«Yo no estoy en ningún búnker. Como castellano prefiero la intemperie.» Esta frase fue pronunciada por José Antonio Girón, ministro de Trabajo durante el franquismo y uno de los procuradores que votó en contra de la Ley para la Reforma Política. Su expresión sería un buen objeto para analizar la actuación de los reductos más fieles al franquismo durante la Transición, pero aquí queremos fijarnos en otra cosa. Las palabras citadas nos permiten acercarnos también al papel que el castellanismo, en forma de reivindicación de una supuesta esencia castellana de España, jugaba en el discurso de las élites de la capital durante la dictadura de Franco, lo que nos posibilitará apreciar si ese discurso sigue siendo el mismo a día de hoy.

Una dimensión de los desequilibrios estructurales que alimentaron la aparición de los nacionalismos periféricos, surgidos en buena medida para contrarrestar la pretensión de centralización del poder por parte de las élites de la capital en el siglo XIX, es que éstas reclutaban de manera sistemática sus cuadros en las Castillas, intentando excluir deliberadamente a las élites catalanas y vascas. Sin ir más lejos, el exministro Girón era un joven falangista natural de Palencia, que fue nombrado ministro en detrimento de otras opciones, a pesar de no haber llegado siquiera a los 30 años.

El castellanismo, la concepción de Castilla como sostén y guía del país, como representante de la auténtica esencia de lo español, dominó gran parte de las interpretaciones dominantes sobre la nación española desde el siglo XIX hasta la democracia. Desde algunas partes del país y desde otros ámbitos madrileños, se han ofrecido elaboraciones alternativas de la españolidad, pero entre las élites de la capital siempre ha triunfado ese casticismo castellano tan reconocible en la producción literaria, cinematográfica y artística de los últimos dos siglos. Basta apreciar desde la pintura romántica y realista decimonónica, pasando por las obras de Azorín o Machado a comienzos del siglo XX, hasta las películas de Almodóvar ya en democracia. De hecho, las élites de la otra gran ciudad española, Barcelona, miraban la cultura de la capital con cierto desprecio, al cultivar ellos en contraposición una actitud más deliberadamente cosmopolita. Sin embargo, para la clase política de Madrid esto sólo suponía un refuerzo de su postura. La asimilación del ser español con los supuestos rasgos del carácter castellano –la valentía o la rudeza que expresa Girón en la cita, por ejemplo– se blandía con más fuerza para representar como antiespañoles a los movimientos desarrollados en el País Vasco y Cataluña.

Hoy, en cambio, parecería que parte de las élites capitalinas estarían en proceso de abandonar ese castellanismo en favor de un más particular madrileñismo. La concepción de Castilla como una España dentro de España estaría siendo ahora sustituida, o al menos complementada, por declaraciones como las de la actual presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, que manifestó que «Madrid es España dentro de España», para luego preguntarse de manera retórica «¿Qué es Madrid si no es España?». La presidenta ha alcanzado incluso un cierto rasgo de identitarismo, afirmando que «tratar a Madrid como al resto de las comunidades es, a mi juicio, muy injusto», en un intento de resaltar así un supuesto hecho diferencial de la comunidad madrileña.

Así, la apuesta del PP por cierto grado de autonomismo contrastaría con el papel de Vox como guardián de la tradicional asimilación entre lo español y lo castellano, coherente con su objetivo de eliminar el Estado de las autonomías. La disputa actual entre el ejecutivo de Ayuso y el de Sánchez sería una muestra de esta situación. En ella, Madrid estaría jugando un papel de presión particular sobre el Gobierno similar al que sus élites usualmente han criticado a otras autonomías como Cataluña, el País Vasco o Navarra, mientras que estas últimas adoptan un perfil más bajo.

Es posible que este proceso se vea influido por la proliferación de reivindicaciones de identidades asociadas a las Comunidades Autónomas que ha tenido lugar desde la Transición. En todas las autonomías se ha desarrollado en mayor o menor medida la construcción de una identidad particular, ya sea en forma de localismo, regionalismo o nacionalismo. Quizás debido a tratarse de la capital y de la cuna del más hermético nacionalismo español, el caso madrileño parece haberse unido más tarde a esta tendencia, pero lo estaría haciendo, y sería también parte de ella la aparición de un partido como Más Madrid.

En este sentido, no sería descabellado pensar que el reciente renacimiento de los movimientos identitarios en Castilla, como el nacionalismo de Izquierda Castellana (cercano al ámbito de Unidas Podemos) o el regionalismo del que hacen gala PP y PSOE, así como las reivindicaciones de la España vaciada realizadas en forma de castellanismo autonomista o provincialista, como las de la plataforma Soria ¡Ya!, sean una dimensión de este mismo proceso. Es decir, que la apuesta del españolismo de la élite central por el madrileñismo haya descuidado su tradicional fijación castellanista, facilitando –que no determinando– su resignificación por parte de otros movimientos.

Así mismo, no sería casual que sea precisamente Vox, cuyo discurso reelabora buena parte de los elementos del nacionalismo español más arcaico, quien, frente a la incapacidad del PP, esté asumiendo con más eficacia esas reivindicaciones de la España vaciada. De esa manera, Vox mostraría la disposición de disputarle el castellanismo a esos movimientos y mantener su asimilación al españolismo, que ellos verían en peligro tras la deriva autonomista del resto de fuerzas políticas.

En Teruel Existe, un movimiento no castellano, pero sí representante de la crisis de la España vaciada, ha podido verse cierta ambigüedad ideológica, pese a su apuesta táctica por el apoyo al Gobierno socialista. No resulta difícil imaginar que un movimiento de las mismas características que triunfase electoralmente en la vecina Castilla pudiera verse ante problemas de posicionamiento muy similares. El elemento castellanista parece ya sometido a una tensión entre los que quieren articular en torno a él una serie de demandas a nivel autonómico o provincial, y quienes pretenden consolidarlo en su rol de eje vertebrador de cierta concepción tradicional del nacionalismo español. El resultado de tal batalla aún está por ver, pero no parece que vaya a resolverse a corto plazo, ya que tal enfrentamiento es sólo parte del conflicto mayor por definir la españolidad que domina ahora mismo la política de nuestro país.

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