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Plaza Pública

La piel de cordero

Toño Benavides

Martínez Almeida, ese hombrecillo piadoso que mira sonriente y beatífico hacia las alturas como declarando que el señor ha hecho en él maravillas, parece dispuesto siempre a recibir una cagada de paloma en el cristal de las gafas como una gracia del cielo. Alguna revista del corazón le ha visto como el soltero de oro más cotizado de la capital y se dice que hay una bandada de cotufas del Opus por las cornisas del Ayuntamiento, preparando el ajuar, con la sana intención de construir el nido ideal de monseñor Escrivá de Balaguer y hacerle, al bueno de José Luis, catorce pichones y un gato.

Para el resto del aviario madrileño, nuestro alcalde pasa por ser uno de los personajes más tratables de la derecha en un partido cuyos dirigentes, a falta de talento discursivo y respaldo moral para construir su argumentario, conciben el debate político como un concurso de puntería, estiran el cuello por encima de la maraña de escándalos que afectan a su formación y compiten por ver quién escupe más lejos el hueso de aceituna.

Por mucho que estemos por la labor de agradecer el tono mesurado y pacificador de Almeida, tampoco es que tenga mucho mérito destacar con semejante plantel de ruidosos tuercebotas que descartan el silencio porque ignoran que, en cuanto abren la boca, por ella escapan a raudales las moscas de la corrupción.

Así que, este héroe modesto y accesible, a fuerza de mantenerse a la sombra de los mediocres, consiguió desplazar nada menos que a toda una dómina de la sadopolítica como Cayetana Álvarez del Asunto. No me negarán que, si bien era irritante como una medusa, también resultaba mucho más entretenida, y que donde esté el chasquido de un látigo, que se quite todo el incienso de la moderación.

Pero, cuidado. Ese tono amigable de curita cañón, de majete conservador "casi de izquierdas", ya nos lo hizo tragar Ruiz-Gallardón, que hasta se iba de cañas con Leguina por la Cava Baja y también le dedicaba sonrisas a todo el mundo mientras escondía, en el bolsillo interior de la chaqueta, la agenda oculta del ultraconservador tardofranquista que era. En cuanto vio frustradas sus aspiraciones políticas frunció el ceño, dejó caer el disfraz y echó mano al garrote. No debemos olvidar que, entre otras lindezas, proyectaba anular el derecho al aborto incluso para las víctimas de una violación, o que los trabajadores pudieran contar con un abogado de oficio en sus conflictos laborales; sin mencionar la posible implicación en el caso Lezo, que nunca se llegó a probar ni desmentir, porque el fiscal Moix acudió raudo en su ayuda impidiendo el registro de su despacho.

Nunca se sabe lo que oculta una sonrisa poco agraciada y es difícil bucear en la conciencia de los demás, sobre todo, porque para entenderlos tendríamos que calzar sus zapatos y casi siempre hacen daño; pero mucho me temo que en lo más hondo del pío corazón de Martínez Almeida se enrosca el fundador de "la obra" como un ultracuerpo alienígena planeando las estrategias de acceso al poder que han caracterizado al movimiento como aspiración fundamental y rasgo identitario.

Desde el punto de vista de un integrista religioso no puede haber término medio: o estás con dios o estás con el diablo y Almeida, qué duda cabe, es un cordero de dios. O quizá solo lleva puesta la piel y debajo lo que hay es un lobo con sotana cuya estrategia pasa, de momento, por aullar muy bajito. Tan bajito que hasta se podría confundir con el tembloroso balido de un cordero.

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Toño Benavides es ilustrador y poetaToño Benavides .

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