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Carta tártara. Las derechas con antifaz o la inflexibilidad mental

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Javier Tébar Hurtado

Hasta bien entrada la mitad del pasado siglo XX, el sombrero y la gorra fueron prendas habituales del vestir, como nos muestran las fotografías de época. Cada sociedad tiene sus predilecciones y sus prótesis. El pelo largo o el pelo corto como mensaje de un estilo de vida probablemente contribuyeron a la desaparición de las cabezas cubiertas por una gorra o bien un sombrero, algo que hablaba no solo de comodidad sino también de una convención social. En los tiempos de pandemia aquellas prendas han dado paso a otras, de cubrirse la cabeza hemos pasado, por lo mucho que nos conviene, a cubrirnos la cara.

Sin embargo, más allá de fenómeno del negacionismo tout court, un fenómeno más complejo de lo que por lo general reconocemos como mera estupidez individual, en España, y no sólo, aparecen actitudes y expresiones que sin negar la capacidad de destrucción del virus y la necesidad de la mascarilla se empeñan en darle una utilidad distinta. Así, dándole la vuelta la convierten en un antifaz. Es un uso inadecuado, salta a la vista, pero las derechas españolas desde el mes de marzo, en el mismo momento en que se declaraba el Estado de Alarma en el país, decidió ponerse la montera de lado y subirse la mascarilla a los ojos. La legítima crítica de la oposición a todo gobierno, sea del color que sea, dio paso a la deslegitimación del gobierno de Pedro Sánchez.

En las derechas españolas los movimientos se han hecho definitivamente previsibles. Todo se apuesta al rojo y gualda. La presidenta rectilínea de Madrid repite machaconamente la cantinela de la revolución inminente liderada por el gobierno de concentración. Mientras, el llano en llamas. Lanzada al ruedo por sus protectores y asesores, rueda de prensa tras rueda de prensa, emite una lección memorizada sobre la conspiración sanchista contra Madrid y por extensión contra la España neoliberal y eterna en la Comunidad madrileña. En el teatro de puchinela Ayuso se hace portavoz del proyecto de Casado, como si defendiera la última trinchera, cosa que es, como se sabe, falsa. Con la mascarilla colocada como antifaz emite una y otra vez: Madrid es España y España es Madrid. La capital de España es, por el momento, el centro de todas las batallas, pero no contra el virus sino contra la supervivencia del actual Gobierno. Ayuso está siendo hoy la soprano de reemplazo. Sus padrinos y madrinas posiblemente reconocen en ella a una Eva al desnudo…, pero no lo dicen, por lo menos en público.

El máximo líder del PP, que no encuentra acomodo en la política española, cumple el papel de espontáneo en las plazas y cancillerías europeas. La doble moral y la doble contabilidad se despliegan. Una operación de imagen le ha empujado a representar su papel de patriota en Europa. La piedra en el estanque devolverá ondas en forma de exigencias al Gobierno de España para los fondos comprometidos en el difícil e imprevisible proceso de “Reconstrucción” que atraviesa dolores de parto.

La mascarilla utilizada como antifaz tapa las ojeras del proyecto del PP. La mirada rectilínea de Ayuso, combinada con el estrabismo estratégico de Casado miran fijamente hacia un proyecto que podría tener mucho presente y ningún futuro. La falacia del falso dilema sobre salud y economía les ha hecho entrar en su propio laberinto. Pero a estas alturas y tras meses de sucesivas oleadas se sabe o se debería saber algo: “Estúpido, es la mascarilla”. El antifaz del Llanero solitario o de El Zorro son souvenirs que hoy sólo cabría vender o cambiar en los mercados como el de Sant Antoni en Barcelona o en el Rastro madrileño, pero todo el mundo o casi todo el mundo sabe que permanecen cerrados o bajo fuertes restricciones porque un virus anda suelto y Satanás no está en el Gobierno.

En el PP se toca a arrebato, mientras los voxistas solamente tienen que tocar el botón para modular los amplificadores del malestar presente y potenciar el malestar futuro. Es a estos caballos a los que cabría que los populares estuvieran atentos y para ello es necesario que coloquen sus mascarillas en la posición adecuada, tal vez así encontrarían el camino para salir de la inflexibilidad mental.

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Javier Tébar Hurtado es profesor de Historia de la Universidad de Barcelona.

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