Plaza Pública

Trafalgar

Batalla de Trafalgar (1836)

Gutmaro Gómez Bravo

Hace tan solo unos días se cumplían los 215 años de la batalla de Trafalgar, un acontecimiento que ha pasado sin pena ni gloria ante nuestros ojos. La pandemia lo ocupa todo y ha trastocado nuestra vida cotidiana hasta límites insospechados, es cierto, pero esta ausencia, sin embargo, muestra también algunos de los problemas del uso de la historia que arrastramos en nuestro presente. Acostumbrados a confrontar con el pasado, se ha dejado pasar durante mucho tiempo la posibilidad real de entablar un diálogo sobre la necesidad de renovar la metodología y la visión de los hechos y las fechas “importantes”. La investigación avanza, discute y renueva periódicamente lo que sabemos de un período, pero ese conocimiento no llega o tarda mucho en hacerlo al público general y, muy especialmente, no se traduce en los libros de texto.

Es un lugar común, justificado por otra parte, hacer coincidir el origen de la historia contemporánea española con el levantamiento del dos de mayo de 1808. La guerra de la Independencia sigue siendo el hito, el punto de arranque del proceso de construcción nacional. La violencia y la reacción contra los ejércitos franceses que inmortalizó Goya en los desastres de la guerra sirvieron ya en la segunda mitad del siglo XIX para crear una historia patria jalonada de glorias y momentos épicos. Una historia en clave “emocional” mucho menos conocida y reivindicada que la de la ruptura con el Antiguo Régimen y la monarquía absoluta a través de la obra de las Cortes de Cádiz que introdujeron la soberanía nacional y la senda constitucional. La idea de nación es difícil de explicar todavía hoy desde su componente jurídico-político, pero sigue siendo clave para entender la base del proyecto liberal que significaba pasar de súbditos a ciudadanos. No se trata de conectar artificialmente nuestra historia con la Ilustración o con la Revolución Francesa sino de llamar la atención acerca de este tipo de ausencias u omisiones sobre los distintos proyectos que llegaron a coexistir en el tiempo y que se enfrentaron, primando unos por encima de otros. Los afrancesados fueron borrados, perseguidos de la historia, como ya demostrara Miguel Artola hace tiempo. Su traducción latente todavía hoy sigue siendo esa visión de un astuto Napoleón que engañó al rey de España ocupando la península con la argucia de invadir Portugal. Un cuento que ha servido para tapar tanto el motín de Aranjuez, el golpe dirigido por los partidarios de Fernando VII contra Carlos IV y Godoy, como las increíbles abdicaciones de Bayona en las que padre e hijo cedieron el poder simultáneamente a Jose I, hermano de Napoleón.

La explicación histórica sigue estando en Trafalgar. Mucho antes, España había entrado en la órbita de la política exterior francesa, obligada por los pactos de familia entre los Borbones a ambos lados de los Pirineos. El resultado más trágico fue la batalla de Trafalgar, donde quedó sepultada la Armada española frente a la británica, que se despojaba así del intento de bloqueo marítimo francés. Bien podría marcar este acontecimiento nuestra entrada en la edad contemporánea, no solo porque marcó todo lo que sigue, sino porque fue decisiva para el desmoronamiento del imperio transoceánico que a duras penas se mantenía unido a la metrópoli. De modo que cuando comenzó la independencia americana, no había flota para transportar un ejército que la sofocara. Muy pronto sería este el que se sublevara por las malas condiciones de vida, en nombre de la Constitución, como hiciera el propio Riego.

IDA y MAR, acrónimos víricos

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En las costas de Cádiz, aquel 21 de octubre de 1805, se escribía la primera página de una identidad y una historia nacional compleja, marcada por las guerras carlistas y por el intento de unas élites por mantener una apariencia de potencia colonial, al menos hasta el desastre de Cuba, con unas consecuencias a nivel interno que la guerra de Marruecos, posteriormente, mostraría también de forma trágica. No hay que pasar por alto tampoco que es muy difícil construir una memoria pública sobre la base de sucesivas derrotas. Los británicos mantienen en un lugar privilegiado de sus ciudades y de su historia este momento, pero no hacen lo propio, por ejemplo, con su fracaso ante los Boers. Trafalgar, por último pero no menos importante, ha quedado desplazado del centenario de la muerte de Galdós, el primero de su serie de Episodios Nacionales, en el que el significado de patria y de nación tenía el sentido liberal que las apropiaciones posteriores terminaron de ocultar.

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Gutmaro Gómez Bravo es profesor titular de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y director del Grupo de Investigación de la Guerra Civil y del Franquismo

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