Plaza Pública

Segunda ola: irresponsabilidad compartida

Vista general de la madrileña calle de Preciados este domingo por la tarde

Juan Manuel Aragüés Estragués

No cabe duda de que durante la primera ola del coronavirus, la soledad del Gobierno fue sonora. Soledad acompañada de los incesantes aullidos de una oposición ultramontana e insolidaria y de una caverna mediática aplicada, en realidad, a demoler a toda costa el Gobierno de coalición. Era la época en la que las comunidades autónomas se indignaban por el recorte en sus competencias y reclamaban al Gobierno la gestión de las mismas.

Pasó esa primera ola y el Gobierno, probablemente en parte por esa exposición diaria a la que se había visto sometido como responsable único de la toma de decisiones, cambió de estrategia y colegió con las autonomías la gestión de la pandemia. Eran momentos de desescalada en los que las decisiones eran más sencillas de tomar. Sin embargo, la segunda ola empezó a llamar a la puerta. En algunos sitios, como aquel desde el que escribo, Zaragoza, muy pronto, lo que llevó a tomar medidas restrictivas ya en el mes de julio. En otros lugares incluso se habían tomado antes. Los signos de que la cosa no funcionaba comenzaban a ser palmarios, pues si con ciudades medio vacías por las vacaciones estivales y la actividad docente cerrada, la incidencia del virus iba en aumento, era de prever que la reanudación de la actividad en septiembre no traería buenas noticias.

Ahora estamos en plena segunda ola, con un pico de mortalidad que ha llegado a superar los 500 muertos. En algunos lugares la mortalidad está siendo superior a la de la primera ola. Sin embargo, hoy conviven en la prensa aragonesa tres noticias: la mencionada en torno a la mortalidad, la apertura perimetral de las tres capitales y el regreso en las próximas semanas a la docencia al 100% para bachillerato. Por desgracia, no es privativa de Aragón una gestión tan poco rigurosa como la que estamos sufriendo por estos lares. La gestión de esta segunda ola bien pudiera colocarse bajo el epígrafe de la “irresponsabilidad compartida”.

A mi modo de ver, dos cuestiones son las que están condicionando la toma de decisiones en la actualidad. Cuestiones que se entrelazan la una con la otra: la economía y la vacuna. La primera, de modo evidente, marca el nuevo imaginario social y ha conseguido desplazar a la preocupación por la salud propia de la primera ola. Será muy interesante realizar un análisis de la evolución del discurso social a lo largo de la pandemia, cómo el temor y la preocupación sanitaria del primer momento han dejado paso a una cierta normalización de la situación que ha permitido convertir lo económico en el eje del discurso. Y en esa línea aparece la Navidad como telón de fondo. Navidad, no nos engañemos, entendida como momento estelar de consumo. Y así, mientras recontamos muertos al alza, la gran preocupación parece ser cuántos cuñados vamos a poder sentar a la mesa de Nochebuena. Nuestros dirigentes políticos no son, aunque en ocasiones lo parezca, ineptos incapaces de entender la realidad. Son muy conscientes de que la Navidad es un momento de riesgo extremo. Pero en esta situación de irresponsabilidad compartida todos han decidido apostar por la economía y por medidas amables que permitan reencuentros familiares en estas fechas. En la confianza, y aquí viene el segundo elemento, de que la vacuna venga en nuestro rescate a la mayor brevedad posible.

Sin embargo, creo que el análisis que se realiza, además de irresponsable, es incorrecto. En primer lugar, porque esa supuesta apuesta por la economía se puede tornar en lo contrario, pues un agravamiento de la pandemia, una posible tercera ola, nada descartable dadas las cifras con las que se pretende empezar a desescalar medidas, puede llevar a un nuevo cierre económico que tendría, cuanto más tarde se produzca, mayores y más graves consecuencias para la población. No se trata de mantener la economía a medio gas, como ahora, y propiciar con ello un cierre futuro. Quizá fuera más conveniente aprovechar estas fechas de vacaciones en muchos sectores para realizar ese cierre, controlar la pandemia y, entonces, aplicar la vacuna. En segundo lugar porque tengo la impresión de que la población, tremendamente cansada de esta situación, prefiere medidas drástica que pudieran llevar a normalizar nuestras vidas en un plazo razonable de tiempo, a una apertura que conlleve mantener sine die esta angustiosa situación. Todo lo contrario de lo que nuestros irresponsables están planificando.

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Juan Manuel Aragüés Estragués es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza.Juan Manuel Aragüés Estragués

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