Plaza Pública

Interculturalidad: Lux Mundi

Iluminación festiva en la Plaza de Menéndez Pelayo, Melilla.

Farid Othman-Bentria Ramos

Cantaba John Lennon Imagine, una canción que hablaba de un mundo mejor, sin guerras, sin razones para odiar, y había, precisamente por ello, personas que le odiaban. Suele pasar. Cada vez que hay algún o alguna valiente que alza la voz para reivindicar que por encima de las fronteras o las religiones está el humanismo, que todos los amores son posibles porque lo importante es amar, que sumar es bello, que la interculturalidad es una luz que alumbra por igual a toda la ciudadanía, cada vez que eso pasa, hay quien teme por su parcela de poder, aunque esta no ocupe más de un centímetro cuadrado; les han educado así y están conformes.

Allá donde vencieron los inconformistas, como en Toledo, Granada o Córdoba, sin embargo, nació una de las palabras más hermosas de nuestra cultura común, uno de nuestros conceptos más universales: convivencia. A los que ven la naturaleza de una sociedad como una jerarquía dada por la prevalencia “natural” de unos sobre otros, aún les escuece, jamás la entenderán, les han educado así y están conformes (insisto). Para ellos el horizonte multicultural no está basado en la suma sino en la falsa tolerancia de dejar que te sientes en algún lugar cercano, pero no con ellos. La interculturalidad real, la plena ciudadanía, le queda tan lejos que no admiten que pueda llegar a existir.

Melilla es una ciudad que a veces no ponen bien en los mapas, que algunos no saben autónoma, que menos de los que deberían saben algo de lo que deberían saber de ella, como que posee la mayor concentración de edificios modernistas, junto a Barcelona, de España, más de quinientos, incluidas iglesia, mezquita y sinagoga. En Melilla, europea y africana, hay cinco culturas, cristiana, musulmana, judía, gitana e hindú, que completan, junto con la creciente comunidad china (ya la sexta cultura) el cien por cien de su ciudadanía. Es una ciudad multicultural, sin duda, y hace gala de ello en su promoción exterior, pero ojalá fuera intercultural, una utopía realizable si no fuera porque hay quien se siente amenazado fuera de la zona de confort que representa el statu quo actual, en el que los puestos de mayor responsabilidad en la administración y la política no reflejan su real composición social. No obstante, hay quien no se conforma en trazar una hoja de ruta por y para una Melilla intercultural y lo hace desde la positividad de los espacios y elementos comunes y no desde la confrontación identitaria, que es de lo que les acusan los que se conforman.

Hace pocos días, la Consejera socialista de Educación, Cultura, Festejos e Igualdad, Elena Fernández Treviño, profesora de Filosofía, lanzó una campaña llena de luz desde la Dirección General de Relaciones Interculturales que tiene al frente al histórico activista melillense Rafael Robles Reina. La idea es simple a la vez que bien planteada desde la dinámica de construir ciudadanía repensando el espacio público: la luz como símbolo universal del deseo del bien común, representada en un solo espacio a través de elementos pertenecientes a las cinco culturas de las que hace gala la ciudad y dejando la puerta abierta a unir a estas cinco una sexta el año próximo. Todas juntas, todas dando luz, todas representando a todos y a todas, sin dejar a nadie fuera de un homenaje que pertenece a toda la ciudadanía de Melilla y que se sitúa en la que es, posiblemente, la más querida de sus plazas, la Plaza de Menéndez Pelayo, en la que destaca la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo mensaje también es de luz y amor universal. Cinco símbolos dando una sola luz, la del mensaje intercultural de Melilla, con la participación activa cada día en el encendido, que comenzó con las luces del Janucá, de todas las comunidades de la ciudad y bajo la custodia de algo tan icónico para la cultura española como lo es el Quijote, que aquí tiene una estatua.

Pero ante tanta luz llegan siempre los que aportan sombras porque encuentran en la sombra su zona de confort. Personas que no entienden que su ignorancia consentida alimenta los miedos y que de esos miedos nace la desconfianza, la alteridad y, finalmente, el odio. Personas que se escudan en unas tradiciones que dicen suyas y que no conocen, para sentirse insultados por un mensaje de bien común porque es igual para todos y no un mensaje para ellos sobre los demás. Personas que en muchos casos son las mismas que no ven bien que se retiren los ostentosos símbolos preconstitucionales, insultantemente franquistas, porque esos no hacen mal a nadie, y que critican ferozmente a Sabrina Moh por ser mujer, madre, joven, alta, guapa o musulmana, desde el primer minuto que tomó posesión del cargo de Delegada del Gobierno de España en la ciudad. Sale a superficie un nacionalcatolicismo cultural que poco o nada habla de convivencia sino de supremacía cultural y que es tan profundamente ignorante como para mantener que ni el árbol (si San Bonifacio levantara la cabeza) ni la estrella de Navidad son símbolos cristianos, que es tan ciego que no ve que la plaza que acoge el mensaje de luz es la misma que lo comparte con el Sagrado Corazón, que es tan sumamente estéril y poco cultivado como para negar tres y mil veces que Jesús era judío y que es un profeta también para el Islam al punto de que la tradición andalusí (a la que tanto pertenecemos por mucho que también lo nieguen) celebraban su nacimiento con Belenes hechos con figuritas de mazapán, tan limitados que crean espacios para no compartirlos con la comunidad gitana, también cristiana en su mayoría, y tan amantes de los tres metros junto a su casa que no saben bien hasta qué punto los hindús de Melilla han integrado con respeto a la virgen María en su templo. Estos ruidosos creadores de fantasmas tampoco saben que el origen de esta fiesta que ven tan atacada por el hecho de encender luces junto a todos los demás y en igualdad de condiciones se celebra del 24 al 25 de diciembre y no del 5 al 6 de enero, comiendo mucho y dando regalos, por aquello tan pagano del solsticio de invierno y las saturnales romanas.

Este mensaje de luz que da Melilla hay que defenderlo, necesitamos ejemplos de interculturalidad y no de odio. A más arrinconemos a las sombras más podremos aprovechar la riqueza que da la diversidad, el valor constante de la suma, que es la que nos ha hecho evolucionar como sociedades, el humanismo que vence y convence.

En estas fiestas, que son de toda la ciudadanía, seamos mejores, celebremos juntos, ¡brindemos por la interculturalidad, luz de mundo!

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Farid Othman-Bentria Ramos es escritor y gestor cultural.Farid Othman-Bentria Ramos

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