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Vacunas: entre la salud de todos y el negocio de unos pocos

La especialista de la Guardia Nacional del Ejército de Nuevo México, Maria Mondova, administra a una mujer con una inyección de la vacuna contra el coronavirus.

Gaspar Llamazares | Miguel Souto Bayarri

Cerramos 2020, un año muy malo, y abrimos 2021, el año de las vacunas y la incertidumbre. En esta pandemia se ha demostrado la gran importancia de las políticas públicas; y hemos visto cómo el deterioro y el déficit de financiación de la sanidad y la salud públicas han puesto en peligro el control de los contagios y el tratamiento de la covid-19. Particularmente desde la crisis financiera de 2007, las campañas y la propaganda a favor de las privatizaciones han sido muy fuertes. De aquellos polvos estos lodos, en los déficits de la salud pública, la atención primaria y ahora la debilidad operativa de algunas CCAA, como por ejemplo la Comunidad de Madrid, ante el reto de una vacunación masiva. Por eso, ahora que ya están aquí las vacunas, hay que insistir que no son las farmacéuticas, la Big Pharma, como se ha dicho de manera interesada, las que nos están librando del virus.

Esas afirmaciones no son ciertas, parecen producto de vivir miopes por los acontecimientos, no solo cuando dicen que gracias a las farmacéuticas nos hemos librado de la covid-19, sino que además omiten lo fundamental (la mejor muestra de que tal teoría constituye un mero delirio): las vacunas, que por algo han sido definidas como "bien público global", son el producto de la investigación pública y de grandes aportaciones económicas de países que tienen una I+D muy robusta. En este campo, como en otros, lo que se produce luego es una transferencia significativa de recursos públicos a los intereses privados, y se genera la apariencia de que la I+D y la innovación privadas son más eficientes, reforzando los argumentos favorables al discurso dominante: privatizar. Es verdad que quienes así hablan, con su pobre capacidad para argumentar la causa que defienden en favor de la industria farmacéutica se acercan al absurdo, sobre todo cuando afirman que la inmunización la ha pagado la industria, sin descontar la financiación pública altísima que han recibido los laboratorios de investigación para la investigación básica y aplicada que ha desembocado en las vacunas.

Pero a la vez hay una moraleja simple, se trata de no hacer de los templos del capitalismo (la Big Pharma y la High Tech) un mundo superior, no entrar en el juego de considerar que son un territorio del que solo cabría esperar una gestión eficaz, y no hacer seguidismo de unas estructuras que, como narraba John le Carré en sus tramas internacionales, se mueven sin escrúpulos por los escenarios más turbios del desorden geopolítico. Los medicamentos son el escándalo de África, según escribió el gran novelista en El jardinero fiel. "Si algo denota la indiferencia occidental al sufrimiento africano, es la lamentable escasez de medicamentos adecuados, así como los abusivos precios que vienen cobrando las empresas farmacéuticas en los últimos treinta años".

En relación con las vacunas, aunque han aparecido ahora en un tiempo récord, como si cayesen del cielo, no es que las farmacéuticas hayan tenido un pálpito, o adivinado el porvenir. De hecho, los tratamientos de las enfermedades infecciosas, y en particular las vacunas, hace tiempo que no forman parte de sus prioridades por su alto coste de investigación, la incertidumbre de su eficacia y seguridad en el llamado valle de la muestra, y el carácter acotado en el tiempo de la enfermedad y en consecuencia de la retribución. Todo ello, a diferencia del negocio seguro y a largo plazo de las enfermedades crónicas y degenerativas. Por eso, muchos de los proyectos de investigación que pusieron las bases científicas y la tecnología para la rápida producción de las vacunas de la covid-19 ahora, han recibido financiación durante años con fondos públicos de los Estados Unidos, la Unión Europea o China. Y, de hecho, si el proceso de vacunación está siendo más lento de lo esperado, es también en parte porque las farmacéuticas están fallando en el que sería precisamente su cometido fundamental: la capacidad de producción. Y eso que se trata de los países ricos que han acaparado el doble de las vacunas de las que les corresponderían en función de su población.

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Para los amantes de las cifras es aconsejable dedicar un tiempo al estudio de las mismas (por algo la industria farmacéutica ha puesto el grito en el cielo cuando se han desvelado los precios de venta, y la gran diferencia de precios entre unas y otras que salió a la luz por la indiscreción momentánea, tipo lapsus, de una ministra de Bruselas). Más cifras: en España, algunas comunidades autónomas de las que van en cabeza, como el País Vasco, dedican cerca del dos por cien de su PIB a I+D, mientras que la mayoría de las CCAA queda muy lejos de esa cifra (Alemania dedica más del tres por cien). Ya se sabe que en nuestro país la estructura productiva y la inversión prioritaria han estado tradicionalmente en la industria de turismo y en los servicios más afectados por la pandemia. La investigación en el coronavirus, sin ir más lejos, ha estado en manos de científicos con contratos temporales y precarios o ligados a proyectos, a pesar de que muchos de ellos, sin embargo, cuentan con muchos años de experiencia en primera línea. Paralelamente, la inversión en I+D ha sido raquítica en los últimos años. Pero esto no ha sido siempre así. En los primeros años de la democracia, mediante convocatorias de proyectos se financiaron multitud de pequeños grupos de investigación que poblaban los departamentos universitarios. También el gobierno Zapatero empezó con un fuerte incremento del presupuesto destinado a investigación, que luego sufrió un brutal recorte de más del 60 por ciento con el gobierno de Mariano Rajoy.

En este escenario de necesidades acuciantes se debería enmarcar una operación con más carácter ofensivo que defensivo. Entre los retos de los próximos años, en la I+D, España tiene que hacer frente a algún problema pendiente. Sin menoscabo de las acciones sobre la pandemia y la salud de las personas, que seguirán siendo prioritarios, entre los más urgentes está financiar a los múltiples grupos universitarios que se han quedado sin ayudas para investigar. Las estrategias puestas en marcha los últimos años no han sido fructíferas. Hoy, la financiación se concentra en pocas manos, y es evidente que el problema es grande y que hace falta un cambio de modelo, porque España se ha retrasado en la carrera de la investigación durante la pandemia y en las vacunas. Habría que fomentar la colaboración entre el sector público como el instituto Carlos III, los grupos de las universidades y las empresas con I+D+i, y potenciar a aquellas que son verdaderamente innovadoras, a la vez que fomentar su colaboración con esos cientos de grupos de investigación pequeños, los que algunos denominan despectivamente "la hojarasca", que actualmente languidecen infrafinanciados en las universidades españolas. Todo ello en el marco de un salto en la investigación y la gobernanza global, en relación con futuras pandemias.

Por último, añadir que la iniciativa mundial COVAX para el reparto de vacunas corre un riesgo serio de fracasar. La actual campaña de inmunización ha sido diseñada por los países ricos como no podía ser de otra manera: una suerte de sálvese quien pueda que, por supuesto, está dejando en la cola de la carrera a los países más pobres. Sin ellos no hay victoria sobre la pandemia que valga. O nos salvamos juntos o no se salva nadie.

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