Plaza Pública

El empacho y la polarización

El Congreso de los Diputados de Madrid (España), a 11 de enero de 2021.

Resulta muy reconocible el empacho al que se refirió Iñaki Gabilondo para poner fin a su columna diaria sobre la actualidad política. Es el que produce, incluso a los que se interesan en la vida comunitaria, la cotidiana confusión de análisis con moralismo, hegemonía con encuestas, sociedad con redes sociales, política con partidos, arraigo social con manifestaciones, democracia con consenso. Su resultado es la ausencia de un debate de largo plazo entre discursos rivales sobre qué país se quiere y cómo llegar a él.

Gabilondo atribuyó ese empacho a “la súper polarización política”. En general, la polarización en España se asimila a una crispada lucha partidista entre la izquierda y la derecha por el puro poder. Su causa sería la ausencia de capacidad y así de generosidad de “los políticos”, que les impediría ceder y acordar en pos del bien común. Esta polarización sería sorda en todo sentido: inconmovible e incapaz de escuchar las buenas razones del otro. Y, a su vez, remitiría al espíritu cainita que se levanta en el fondo de la historia nacional.

¿Ésa es realmente la causa? ¿Es la mezquina imposibilidad de “ponerse de acuerdo” lo que genera esa sobreactuación vacía que empalaga?

Probemos verlo de otro modo. Si convenimos en que lo ausente es un debate de largo plazo sobre cómo queremos vivir, cabe pensar entonces que no hay conversación que alimente sin al menos dos posiciones. El empalago es la saturación que produce la ingesta reiterada de lo igual a sí mismo. Sin embargo, lo que más bien se echa de menos en España es lo diferente, el contrapunto, el litigio. Claro que cotidianamente asistimos a unas diferencias impostadas, aconsejadas por el márquetin con pretensión electoral. Pero ésas no son diferencias profundas, relativas a proyectos de país, sino a pugnas superficiales en pos de los medios (el poder político), no de los fines (valores). Pero atención: quien quiere el fin, quiere el medio. La lucha por el poder es consustancial a la política. No es eso lo que impide la pugna por los fines, sino la ausencia de éstos lo que vuelve empalagosa e irritante la sola lucha por los medios.

Pero hay otros problemas clave (el desarrollo social de la democracia, la cuestión nacional, el feminismo, la ecología) que a menudo quedan reducidos a los márgenes de la discusión pública o bien ahogados en griterío, etiquetas y lugares comunes.

Lo que puede estar provocando el empacho es precisamente el eterno giro en círculos de una mirada única que se encuentra a la defensiva hace varios años y que cada vez recurre a peores métodos para defender su encastillamiento. La previsibilidad “argumental”, la repetición de supuestos de otro tiempo, la autoindulgencia analítica, cuando no la deshonestidad interpretativa, la comodidad de lo políticamente correcto y el doblez ante lo que la tribu espera, han dejado de lado un elemento clave de la política cabal: el coraje cívico, la lucha por persuadir, por volver los propios valores deseables para la mayoría. Esto, que no debe confundirse con el quijotismo pedagógico de vanguardia, es un nutriente central de la vida colectiva. No casualmente, para existir requiere oposición, desacuerdo, controversia: sin esa rivalidad, no se activa el debate pluralista, que conlleva el artístico claroscuro de los matices, las inimaginadas formas de ver de distinto modo lo que parece igual para todos, los inexplicables momentos de condensación de voluntades colectivas. Y también antropofagia, infantilismo, agravio y fanatismo, porque la política es una lucha. Lo civilizado es aceptarla con su cara agreste, no el acuerdo fruto de su represión.

Quizá este empacho no sea más que una crisis de crecimiento. España tiene ante sí un enorme, problemático y complejísimo debate sobre su democracia y su entidad como país. Materia y motivos para quitarse el empacho no le faltan. El empalagamiento es también un orden.

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Por Javier Franzé es profesor de Teoría Política, en Universidad Complutense de Madrid.

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