Plaza Pública

Madrid y sus voluntarios

Varios voluntarios limpian la entrada al Hospital Gregorio Marañón en Madrid.

José Manuel Moreno-Aurioles Cabezón

Es innegable que 2020 y 2021 van a ser años a recordar en los libros de historia, así como ya lo fueron los años 1918 a 1920. Es innegable, también, que en momentos históricos se ve la talla de las personas: tanto de los individuos de renombre como de los colectivos. Pero también se puede apreciar con más claridad el funcionamiento de nuestros sistemas.

El sistema que España presenta suele considerarse que forma parte de los modelos mediterráneos de Estado del Bienestar, modelo compartido grosso modo con Italia, Grecia y Portugal. Este sistema se suele considerar como basado en la familia, generando una especie de sistema mixto en el que ésta llena todos los huecos que el Estado deja en la protección de los individuos. Y quien dice familia dice, simplemente, redes de solidaridad.

En Madrid tenemos muchos casos históricos para hablar de ello, como puede ser la colaboración vecinal en entornos como el Pozo del Tío Raimundo o el Cerro del Tío Pío (casos muy similares, en el fondo, a lo que aún hoy se ve en la Cañada Real). En España, en general, podemos señalar la importancia que ha tenido la familia en la crisis económica de 2008, siendo que en no pocas ocasiones los pensionistas han tenido que sostener a familias enteras ante la absoluta inacción de un Estado débil y, en el fondo, conservador. Pero es que esta nueva crisis, la crisis empezada el año pasado con el covid-19, está dejando ver muy a las claras el funcionamiento de nuestro sistema.

Todo empieza cuando en marzo se declara el confinamiento total. Miles de personas pasan, de pronto, a situación temporal de desempleo. El Estado asegura que se hará cargo, pero el sistema está saturado: nadie coge el teléfono en las oficinas de empleo y las prestaciones llegan tarde o, incluso en algunos casos, todavía no han llegado. Situación similar se ve en la asistencia social ofrecida por los ayuntamientos, siendo que la “Tarjeta Familias” aprobada por el Ayuntamiento de Madrid y destinada a cubrir las necesidades básicas de las familias no se presentó hasta agosto. ¿Quién cubrió el hueco dejado por la Administración? Las redes solidarias y familiares. Colectivos de gente sin más interés que el de ayudar a otros seres humanos se organizaron para dar alimentos, pasear perros, hacer compras… En definitiva, se organizaron para ayudar a la gente necesitada.

El Estado, en este caso la Comunidad de Madrid, volvió a fallar en verano no contratando rastreadores a tiempo. Inicialmente se pidieron voluntarios para cubrir las necesidades. Finalmente se acudió, por falta de tiempo, a una subcontrata. Nuevamente se acude a voluntarios para cubrir las necesidades de enfermeras en la administración de las vacunas recientemente recibidas. Lógicamente, no se cubren las vacantes con voluntarios y, finalmente, se tiene que acudir de nuevo a subcontratas: la Cruz Roja. ¿Qué tiene que ver esto con lo anterior? Que estos sistemas mediterráneos, que tienen su base en los sistemas corporativistas de las dictaduras de mediados de siglo, dejan muchas veces la asistencia social en manos de la Iglesia o entidades privadas, fortaleciendo mediante contratos a estos sectores.

Por último, y para no extenderme, la gota que colma el vaso la ha puesto la crisis provocada por la nevada. Vale que la crisis del coronavirus era difícil de prever, y que ahí fuera necesaria la colaboración ciudadana. Vale que subcontrates a otra empresa para gestionar cosas importantes como la refrigeración de las vacunas por Logista, o lo ya mencionado de Cruz Roja (esto sería otro debate distinto). Pero ante una situación de emergencia el Ayuntamiento (o el Estado) no debe acudir a la ciudadanía. Y no lo digo yo, lo dice el Tribunal Supremo en una sentencia de 2012. El trabajo hay que pagarlo y organizarlo.

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Y, sin embargo, nos encontramos con que ante la situación de la nevada de los últimos días quien está dando la respuesta más eficiente es la ciudadanía. El plan antinevadas del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas no ha servido de nada; lo preparadísimos que estaban el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid ya se está viendo; y, mientras tanto, el alcalde y la presidenta animan al voluntariado. Un voluntariado que piden, además, en una situación en la que los más desfavorecidos (barrios de fuera de la M-30) son precisamente los que menos intervención pública están viendo en su callejero. Es decir: son los pobres, otra vez, quienes tienen que sacarse las castañas del fuego. Es, nuevamente, la red de solidaridad vecinal/familiar la que suple las carencias de un Estado inerme. O, más que inerme, injusto. ¿Hasta cuándo lo vamos a tolerar?

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José Manuel Moreno-Aurioles Cabezón es historiador y guía turístico de Madrid.

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