Plaza Pública

Cataluña: 'Peius et in melius'

El vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés, el presidente del Parlament, Roger Torrent, y el conseller de Exteriores, Bernat Solé

Antoni Cisteró

Ante el alud de situaciones conflictivas, de informaciones y desinformaciones que asolan Cataluña, quisiera que llegara mi impresión sincera y vivida de los últimos sucesos, culminados con el desdichado aplazamiento de las elecciones autonómicas [este martes tumbado cautelarmente por el Tribunal Superior de Justicia]. Con la excusa del covid, precipitadamente, se dio un paso que desmerece la función a la que están llamados los políticos, y que está recibiendo un amplio rechazo popular. En este proceso de degradación, se está entrando ya en la fase del descaro, menospreciando las instituciones de todos a plena luz del día. Y la deriva no es casual, no es un paso en falso, es un itinerario: Si se pierde el respeto a lo que nos une y estructura democráticamente, si la situación empeora, la ciudadanía se echará en manos del primer salvador mesiánico que sepa vender su ungüento.

En tres años, en Cataluña hemos pasado de un presidente en maletero a un presidente vicario, para terminar, por ahora, en un vicepresidente en funciones de presidente, liderando un gobierno en funciones, controlado por un Parlamento suspendido. A pesar de las declaraciones del vicario Torra a principios del año pasado, afirmando que la legislatura estaba acabada y que acordados los presupuestos habría elecciones, no ha sido así, y va para largo. Acaban de añadir 105 peldaños más al calvario.

En este tiempo, de tanto aspirar a una república se ha caído en una monarquía despótica, que desde la lejanía controla tiempos y miedos. Se están cumpliendo los designios de tal señor: Cataluña está en caída libre hacia lo “peor”, condición necesaria para llegar, algún día lejano, no señalado, a un “mejor” hipotético. Mientras, se va culebreando por Bruselas (¿qué aportarán estos parlamentarios a una Unión Europea de la que quieren marchar, y que, por una vez, está dando la talla?) e intentando armar un partido digno de tal nombre. Si la república era utópica, también lo es pensar que quien ha sembrado división en política, incluso en su propio partido, y también y muy profundamente en la ciudadanía, será capaz de conseguir tal hazaña, más allá de mantener bajo su manto a unos sumisos fieles. Sí, estamos en una monarquía con su corte de aduladores y hasta sus bufones televisivos.

La pesadilla electoral en Cataluña es fruto de lo sembrado en los últimos cuarenta años, durante los cuales, el Parlament no ha sido capaz de pergeñar una ley electoral autóctona. ¿Cómo puede alguien que aspira a tener una constitución propia, que machaconamente utiliza el mantra “queremos votar”, no ser capaz de establecer una norma electoral? La actual es la de España (sí, aquella tan denostada). En su redactado favorece descaradamente al mundo conservador rural, frente a los más izquierdosos urbanitas. Un encaje de bolillos tejido durante décadas por la Convergencia de Pujol, tiempo suficiente para que su método clientelar cuajara en la ciudadanía. Solo había que ser dócil, votar lo que se indicara (y también menospreciar al díscolo, parte importante del juego), y lo demás lo aportaba el sistema paternalista. El fruto: habituar a no pensar críticamente, a esperar que ante una crisis, del tipo que fuera, seguir ciegamente al líder sea la llave para acceder a la solución.

Pero, claro, solo detentando el poder se puede mantener tal sistema. De ahí las luchas encarnizadas por un Consell Comarcal, una Diputación, una alcaldía, e incluso por un puesto en entidades civiles. Solo funciona impregnando todo el tejido asociativo con tal mejunje edulcorado (ha sido la Cámara de Comercio, luego la Universidad y ahora posiblemente el Barça).

Para el 14-F, se había armado una lista electoral con el monarca viajero en primer lugar, una presunta imputada en segundo, y un furibundo trumpista de tercero, para recoger los votos de la obediencia, de la servidumbre, bajo un manto de artero chantaje emotivo. Toda una garantía de seguir con el rifirrafe como modus vivendi. Pero viendo las pocas posibilidades de éxito de tal engendro, se aplazaron las elecciones, tomando como excusa la pandemia, y quedando patente que no se habían hecho los deberes (unos más) para un seguro ejercicio del voto (más centros, segmentos horarios, correos, higiene, etc…).

Prostituidos los conceptos de libertad y derecho, intentemos analizarlo con palabras llanas: ¿Qué mayor garantía tiene alguien recluido en casa, sea por covid o no, que un sólido y garantizado voto por correo?; ¿qué riesgo significa para los que se pueden desplazar, el entrar en un colegio electoral y depositar el voto?, el trámite dura menos que tomarse un café en un bar, y al controlarse los recintos y sus aforos, con mayores garantías si cabe. No, la razón no es la pandemia, sino el miedo entre los protagonistas y las purgas en el gobierno, a mata-degolla durante toda la mal llamada legislatura. E ineptitud, claro, que solo disimula su falta de escrúpulos frente a una población exhausta que ve cómo el país, que ama a pesar de todo, se va degradando irremisiblemente.

El TSJC condena a un conseller catalán a un año de inhabilitación por desobediencia el 1-O cuando era alcalde

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Frente al lema de la corte de Waterloo: peius et in melius (cuanto peor, mejor), cabe proclamar con Platón: Humiles laborant, ubi potentes dissident (Fedro, 1,30,1). Los humildes sufren, cuando los poderosos se pelean. Que así no sea.

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre

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