Plaza Pública

La herencia de Trump: falsificar la realidad

Donald Trump, en una imagen de archivo.

Pilar Laura Mateo Gregorio

 

“La certeza, esa cosa muerta” (Louise Glück)

Hace ya un tiempo que el término posverdad ha irrumpido en nuestra vida para designar una distorsión deliberada de la realidad, con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales. Dicho de otra manera, la posverdad intenta que los hechos objetivos y reales tengan para los individuos menor credibilidad e influencia que sus sentimientos y emociones.

La posverdad es la clave del éxito de Trump. Hoy, muchas personas en el mundo suspiramos aliviadas al perder de vista a ese energúmeno que durante cuatro años dirigió los destinos de EEUU. Sin embargo, no nos confiemos, Trump ha dejado la Casa Blanca pero su estrategia principal sigue viva en todo el mundo y es utilizada constantemente por gobernantes y políticos de todo signo. A mi juicio, ese es el gran triunfo del trumpismotrumpismo, la aciaga herencia que deberíamos erradicar si no queremos debilitar cada vez más nuestras precarias democracias.

Es cierto que los demagogos y oportunistas, maestros en la posverdad, han existido siempre, pero hoy en día, aprovechando el malestar de una sociedad maltratada y deprimida, abundan tanto que es casi imposible, salvo en ámbitos reducidos, encontrar a un político, personaje público, tertuliano o medio de comunicación que haga su trabajo con objetividad. Aun los más dignos de crédito, tienden a resaltar las noticias y los datos que desean sus seguidores, mientras omiten o justifican las componendas y errores que prefieren ignorar. Así es como se nos ha introducido en unas coordenadas con un alto grado de incertidumbre política, en el que la legalidad y los principios más básicos de la democracia son atacados constantemente. La mentira cala en nuestras sociedades, perdemos la facultad de pensar y la confianza en las instituciones, convertimos nuestra mente en un desierto y acabamos no exigiendo nada “a los nuestros” y todo a “los otros”. Un comportamiento infantil, que en ocasiones raya el pensamiento mágico, y que obvia por completo la racionalidad.

¿Cómo es posible que tanta gente práctica, pragmática, independiente, con recursos profesionales y laborales entre en este juego indigno? ¿Y por qué en una situación de retroceso social a todos los niveles seguimos encontrando a políticos, politólogos, tertulianos, pseudocientíficos, (creadores de opinión, en suma, de derechas y de izquierdas) utilizando los datos para su provecho y provocando una certidumbre engañosa que impide cimentar las soluciones? ¿Cómo estas personas son capaces de seguir con esta estrategia de mentiras y medias verdades que solo consigue alimentar la crispación, dar importancia a lo periférico y ocultar lo fundamental? ¿Tan lejos están de las necesidades de la gente? ¿Es que no perciben el clamor de la calle que pide el cese del pueril recurso del conmigo o contra mí, que acabe esta polarización que nos deja sociedades divididas, (el brexit, el procés catalán, el trumpismo en EEUU…) y que trabajemos todos juntos de una vez?

Aunque la verdadera pregunta sigue siendo: ¿A quién le interesa esa estrategia que engaña a la ciudadanía manteniéndola confundida y habitando en universos diferentes? ¿Ese azuzar el odio, ese airear las discrepancias a los cuatro vientos a ver qué saco, el no dialogar, el defender solo lo mío sin escuchar, el utilizar mis valores para atacar al otro? ¿No es evidente que la estrategia trumpista, a la que parecen haberse rendido miles de personas, no sirve a la sociedad sino a unos intereses particulares, sean económicos, electorales o personales? Su éxito entre la clase política desmoraliza a los que todavía creemos en la humana facultad de pensar. Sobre todo, al constatar que el trabajo y la gestión bien hecha ya no sirven de nada, ya no tienen prestigio, da igual que trabajes con sentido y racionalmente en pro de la comunidad, que no. Que intentes apaciguar los ánimos y recomponer los consensos rotos para avanzar juntos, que no. Lo que vende es buscar pelea, confrontar con lo que sea, mentir, insultar y hacer callar a gritos a quienes no piensan como tú por hacerse ver, por tacticismos indignos o porque, si no lo haces, tus intereses se resienten. Realmente es un panorama agotador, deprimente y degradante descubrir cómo nuestras vidas son manipuladas y redirigidas por estos personajes, por sus intereses electorales y sus luchas cainitas. Sin embargo, habrá que seguir.

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Bourdieu define el concepto de violencia simbólica como una relación social en la que el «dominador» ejerce una violencia indirecta, no física, contra los «dominados». Esta violencia, socialmente construida, determina los límites dentro de los cuales se permite a los dominados percibir el mundo y se ejerce con la colaboración de quienes la padecen que, por tanto, son «cómplices de la dominación a la que están sometidos». Reflexionemos sobre esto y no consintamos que esa forma trumpista de actuar siga ejerciendo una violencia simbólica sobre nuestras vidas y siga alejándonos de la racionalidad y el entendimiento.

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Pilar Laura Mateo es escritora y socia de infoLibre. Su última novela publicada es 'Toda esa luz'. Editorial Mira. 2020.

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