Aunque sobre el 23-F han corrido ríos de tinta, tanta que a veces los árboles no nos dejan ver el bosque, no resultarán inútiles algunas reflexiones en este cuarenta aniversario si con ellas contribuimos a que algo así jamás vuelva a ocurrir.
Comenzaremos por revisar cómo era la placenta, que diría Javier Cercas, donde se gestó.
La sociedad española sufrió un cambio radical en los últimos años del franquismo. Después de aumentar su nivel de vida en los años sesenta, a comienzos de los setenta abrió el telón de sus sueños y puso rumbo a Europa y la democracia. Contra lo que pensaban y sostenían los militares, que seguían considerándose guardianes de las esencias, la marcha hacia la democracia, protagonismos aparte –que también los hubo–, fue obra de la sociedad española en su conjunto, no de ninguna conspiración judeo-masónica-comunista.
Por el contrario, las Fuerzas Armadas españolas, que habían gozado durante el franquismo de una posición de privilegio porque eran la columna vertebral del régimen, se mostraban incapaces de asimilar los cambios socio-culturales y políticos que se producen por aquellos años.
El ejército español, dado el cambio sociológico que había experimentado en la guerra, con la incorporación de los “provisionales”, más que un ejército nacional era, como recordaba Blas Piñar, “un ejército político, porque había surgido de un conflicto político”: el brazo armado del Movimiento.
Tenía además en su ADN una larga tradición de “pronunciamientos”, y acusados tics fascistas heredados de las tropas alemanas e italianas que habían apoyado al general Franco en la guerra civil, acentuados por la participación al lado de los nazis en el frente ruso: la llamada División Azul. Era natural, por consiguiente, que les costara coger el paso de la democracia.
De ahí su malestar durante toda la Transición, un malestar tan sonoro que los periodistas lo bautizaron con un eslogan que hizo fortuna: Ruido de sables. Con él se quería poner de manifiesto la oposición del ejército al proceso de normalización democrática de la política española que se inicia a la muerte del dictador.
Toda aquella presión militar terminó como todos sabemos en la más vergonzosa asonada militar de nuestra historia, tanto desde el punto de vista político como militar, del ético como del estético: el 23-F.
Sin embargo, pese a la fuerte oposición militar a los cambios políticos, pese al contexto de crisis económica y a la enorme tensión provocada por la desbocada actuación de la banda terrorista ETA, el ejército no se habría decidido a planear y ejecutar un golpe de Estado si no se dieran determinadas condiciones.
A mí no deja de sorprenderme que, conociendo nuestra historia contemporánea, en especial la historia de los pronunciamientos, los políticos de aquellos años llegaran a frivolizar con gobiernos de gestión, presididos por un militar, ofreciendo a aquellos militares que mantenían la tradición golpista en su ADN una excusa perfecta para su intervención.
Porque el golpe se gesta y alimenta de la crisis de UCD, del deterioro de la figura de Suárez y de los cabildeos político-militares, acentuados en aquel annus horribilis que fue 1980, en el que convergen una crisis económica y política con la actividad desatada de la banda terrorista ETA, que cierra el año con su récord de asesinatos (124), buena parte de ellos de militares y miembros de las fuerzas de orden público.
Hay que felicitarse de que todo se fraguara de forma tan chapucera gracias en buena parte a la dimisión de Suárez, que dejó a los conjurados sin enemigo, obligándolos a dar un golpe contra Calvo Sotelo, nada menos que un sobrino del protomártir. Sólo la ambición de Armada, la pulsión golpista de Milans y los sueños a la argentina de Tejero en una Junta Militar, sin olvidar a Cortina (“un comandante que empuja”), hicieron posible aquel contradiós.
Revisar las imágenes de aquel esperpento, que sigue produciéndonos vergüenza ajena, es la mejor vacuna contra la tradición golpista del ejército, nuestro coronavirus castrense. Por ello, nunca le pagaremos a los cámaras de televisión española por conservarnos el testimonio gráfico de aquella tarde: de los tiros, del “¡todos al suelo!” y de aquella zancadilla de Tejero al teniente general Gutiérrez Mellado que vuelve a ponernos los pelos como escarpias. ¡Nunca Máis!
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Xosé Fortes, Capitán de la Unión Militar Democrática (UMD).
El artículo me parece muy acertado en su argumentación, subrayando la tradición golpista del antiguo ejército español...Pero como masón, también español, estoy bastante indignado por lo que el periodismo de nuestro país ha convertido en una muletilla para ignorantes: lo del contubernio judeo-masónico-comunista. Es toda una victoria retórica del franquismo y del nacional-catolicismo.
Emparejar comunismo con masonería es no tener ni idea de los valores que caracterizan a ambos movimientos y la Tercera Internacional Comunista dejó bien claro, desde el primer tercio del siglo XX, que no puede admitirse masones en las filas comunistas. Otra cosa es que pueda haber hombres libres que se sientan políticamente marxistas, católicos, masones o lo que sea. En el ejército español ha habido siempre masones, entre otras opciones y en ambos bandos, no solo históricamente sino también durante la última guerra civil (Riego, Milán del Bosch abuelo del golpista del 81, Prim, Cabanilles, etc.).
Lo de "judeo-masónico" es igualmente fruto de esa ignorancia que perdura con la muletilla periodística. Los símbolos del método de aprendizaje masónico son bíblicos (la Biblia es judeo-cristiana) porque la Masonería institucional filosófica surgió en la Inglaterra cristiana del siglo XVIII. El sionismo judío nada tiene que ver con la Masonería. Así es que va siendo hora de que, al menos nuestros periodistas, eviten apoyar al posfranquismo utilizando la dichosa muletilla...
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Gracias a Xosé Fortes y a todos los componentes de la UMD.
Esa es otra de las vergüenzas de nuestra transición, que a estos héroes de la UMD, verdaderos demócratas se les maltratara y al mismo tiempo se le daban medallas pensionadas a torturadores como Billy el niño.
Mi duda es que esos militares fascistas o franquistas de la guerra y la postguerra han sido quienes han formado a los militares actuales y como vemos algunos siguen soñando con matar a 26 millones de españoles que no les gustamos. ¿Como hubieran cambiado las cosas si los miembros de la UMD además de ser rehabilitados en el ejército, hubieran sido elegidos para mandos de responsabilidad en la formación de los nuevos militares.
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