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Plaza Pública 8-M

Envejecimiento feminista y de clase: sin modelos uniformes

Participantes en la manifestación del 8M de Madrid.

Estella Acosta Pérez

En este artículo de infoLibre señalábamos la diferencia entre “cuidados” pasivos y bienestar real de las personas mayores, entre el modelo de atención basado en la higiene, la nutrición y el ejercicio físico, todo muy necesario pero nada suficiente. Porque las personas mayores menos favorecidas por su situación de clase sufren las brechas de edad, de género, de nivel de estudios y las desigualdades sociales que se exacerban en la feminización de la pobreza. Las mujeres mayores de clase trabajadora son las que más sufren las situaciones de explotación, esclavitud y servilismo, las que han sobrevivido a las dobles jornadas.

Son necesarias políticas públicas que atiendan la diversidad de situaciones, que abarcan otros ámbitos de la vida digna y saludable, del desarrollo humano con justicia social. La equidad significa compensar desigualdades, sin equidad no existe la justicia social. Sin capacidades que permitan ejercer las elecciones valiosas no es real la libertad.

En la lucha contra las discriminaciones etarias empieza a ocurrir algo parecido al feminismo que olvida las clases sociales, se elabora un discurso universal y homogéneo de carácter generacional que analiza las opciones de vida, las pensiones o las políticas públicas en función de un cambio de modelo muy positivo en cuanto a la reivindicación de la “tercera vida” en palabras de la exministra francesa Delaunay. Un cambio que abandone el concepto antiguo de la vejez, que no condene a una vida dependiente sin necesidad, a un sometimiento (una vez más) a las necesidades familiares. Pero, cuando los hombres cuidan a sus nietos o nietas disfrutan y se sienten útiles, porque se comprometen como no lo hicieron antes; en cambio para las mujeres no debería ser una obligación, no debería ser lo natural, no debería ser la única opción para ocupar sus vidas. A veces, no generalicemos tampoco aquí, sería muy gratificante poder desarrollar aquellas capacidades que se vieron cercenadas por las condiciones de vida y de género.

Es indudable que habrá mujeres que pueden elegir libremente, sin condicionamiento de clase o de género, continuar con sus tareas familiares o extenderlas a servicios de voluntariado, etc. Pero es necesario señalar siempre lo mismo: mientras tengan una real capacidad de elegir (en boca de Amartya Sen). La lucha contra el “edadismo” no puede caer en el mismo error de homogeneizar la vida de las generaciones, porque se analizan y se ponen indicadores típicamente de clase media, con sus valores y sus posibilidades. Emanciparse de la edad, por supuesto. Capacidad de decidir, por supuesto. Un nuevo proyecto de vida y preparación para la jubilación, magníficas propuestas.

Habrá algunas reivindicaciones que serán generacionales. Otras deben pisar la tierra y adecuarse a las condiciones de vida, de trabajo y todas sus implicaciones de las personas mayores por su origen de clase. Ni las actividades culturales, ni las necesidades de relaciones sociales, ni los componentes emocionales serán los mismos. Lo marcará el contexto histórico de cada sociedad, porque la comparación que se realiza en función de haber nacido entre el 46 y el 73 en Francia o entre el 58 y el 75 en España, para formar parte de la generación que va a marcar la diferencia, es abstracta y uniforme. ¿Es cuestión de número? ¿Son poblaciones homogéneas? De ninguna manera. Que lo pregunten a las personas nacidas entre el 36 y el 56 que lucharon contra la dictadura, que sufrieron hambre en la posguerra, a las mujeres que no pudieron estudiar. Entre el 58 y el 75 en España pueden existir diferencias abismales, entre otras, ser escolarizados en el nacionalcatolicismo o en la transición democrática o entre las mujeres que iniciaron una vida laboral y las que se quedaron en casa.

Las políticas públicas para marcar la diferencia de modelo vendrán de la mano de atender a la diversidad de vidas y de desarrollo humano: en la vida rural o en las ciudades (y su tamaño o servicios); entre hombres y mujeres y entre mujeres con muy diversas esclavitudes; entre personas con estudios superiores, secundarios o sin estudios; entre personas con pareja o sin pareja; entre quienes han formado familia con descendientes o no; entre quienes disponen de una pensión digna y quienes tienen recursos muy limitados.

Aquello del café para todos, en este caso, sirve para desmitificar la vejez dotándola de condiciones positivas, de reconocimiento real de la experiencia, de promocionar la aportación de tantas personas a partir de los 60, los 70 o los 80 años que pueden ser parte de un nuevo modelo. Las discriminaciones por la edad también se manifiestan en el adanismo. Porque ya sobrevuela un paradigma de “modernidad” de códigos digitales y algoritmos, al cual se supone no accedemos las personas mayores. En política se realizan propuestas o reivindicaciones, incluso recetas, que ya han sido experimentadas, algunas fracasadas, porque se “descubren” conceptos o métodos como si fueran creaciones de las nuevas generaciones. En educación aparecen todos los días gurús de las nuevas tecnologías innovando procedimientos, que lo único nuevo que tienen es la tecnología, pero no los procesos de aprendizaje ni las bases metodológicas.

Por eso es vital incluir el envejecimiento activista, por el desarrollo humano con la apuesta por una vida digna, larga y saludable, con acceso al conocimiento, participación social y reconocimiento, con derechos humanos, laborales y sociales. Bienestar físico, viajes, balnearios, cumplen una función importante para muchas mujeres (y hombres), hay que agregar otro tipo de prestaciones, servicios, actividades, que puedan generar participación política, vida cultural, desarrollo de capacidades creativas, empoderando tantas habilidades que las mujeres han adquirido de manera informal y que han sido y son muy valiosas.

Pensar e innovar en las acciones para las mujeres mayores implica un marco de feminismo de clase, sobre todo porque no tenemos las mismas necesidades que las mujeres jóvenes, se sufren distintas formas de machismo según la clase social, las desigualdades no son las mismas. No aceptemos ni feminismos ni lucha contra la discriminación por edad que plantee recetas uniformes o análisis sólo generacionales. Para la clase trabajadora los derechos se conquistan y se lucha por ello toda la vida, en este caso coincidiremos con las jóvenes en algunas luchas, con los hombres mayores en otras, con proyectos intergeneracionales en muchas ocasiones.

Ocurre algo similar con las pensiones, donde resulta fácil entrar en una espiral reivindicativa simplificada (o demagógica), sin reflexionar sobre las posibilidades, sobre todos los condicionantes, sobre todas las instancias que pueden influir y donde poder diversificar necesidades en un ámbito tradicionalmente uniforme es muy complejo. Si queremos defender un sistema público, de reparto solidario, justo y equitativo, existen cauces institucionales imprescindibles donde cimentar los compromisos, donde plantear opciones, y en la actualidad eso se llama Pacto de Toledo. De lo contrario estaríamos a merced de cada cambio de gobierno como pretenden algunos y el papel del diálogo social es una condición ineludible, refrendada por la OIT en muchos ámbitos de los derechos laborales. Donde las alternativas y las propuestas tienen que estar fundamentadas, con responsabilidad, con garantías de viabilidad en defensa de un modelo de carácter colectivo.

¿Política de cuidados o del bienestar?

¿Política de cuidados o del bienestar?

En el feminismo de clase para las mujeres mayores, ya es hora de no permitir que nos engañen con fuegos artificiales o libertades individuales para consumir, sean seguros médicos o actividades turísticas. Que nos identifiquen como ancianas dependientes cuando disponemos de capacidades y expectativas de vida activa, no sólo es denigrante por la edad o por el género, es negativo para el desarrollo de la especie humana. Ya es hora de diferenciar tramos de edad y condiciones, motivaciones y proyectos, valorar la experiencia de una vez por todas para que deje de ser un discurso vacío. Superar esas nefastas brechas clasistas de edad, de género, de estudios, de discapacidades, debería ser un objetivo clave, para una alternativa comprometida con la mujer trabajadora.

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Estella Acosta Pérez es orientadora y profesora asociada de la UAM,  jubilada.

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