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Plaza Pública 8-M

De qué estás cansada

Vista aérea de la manifestación feminista de Madrid por el 8M.

Ana Santos Sainz

Me levanto por la mañana ya con la cabeza llena del listado de cosas que tengo que hacer. Mientras maquino cómo voy a organizar el día, despierto a los niños, les hago un zumo y me preparo para llevarlos al colegio. Vuelta a casa, saco a los perros, voy a hacer una compra, frutas, pescado, carne, huevos... Como yo apuesto por el comercio de barrio, voy a una galería municipal donde hay distintos puestos y en cada uno de ellos tengo que hacer la cola correspondiente. Me conocen, así que la compra es ocasión para breves conversaciones agradables. Ya en casa, organizo todo lo comprado poniendo cada cosa en su sitio. Seguidamente saco las cosas del lavaplatos, barro un poco la casa, pongo una lavadora y limpio algo más.

A media mañana me pongo a trabajar, si tengo trabajo, porque soy autónoma. Si no tengo trabajo, cosa frecuente últimamente, me pongo a estudiar los temas de una oposición a un cuerpo docente que quiero sacar por el sueño de disfrutar de un sueldo mensual.

Llegada la hora de la comida, mientras la preparo, aprovecho para limpiar algo más. Tras la comida me voy a recoger a los niños al colegio. De regreso a casa, aprovecho un rato para trabajar o estudiar antes de ayudar a los niños a hacer sus deberes. Antes de que se haga de noche tengo que sacar de nuevo a los perros. Seguidamente, preparo la cena, cocino algo elaborado, por exigencia propia. No me gusta comer cualquier cosa. Recogidos los platos de la mesa, ya estoy intentando sacar un rato más para estudiar antes de irme a dormir.

Entre tanto, después de un día tan ajetreado, en el que he hecho mil cosas, como todos los días, hablo en alto e intento desahogarme diciendo que estoy cansada.

Entonces él, que está plácidamente sentado en el sofá viendo la tele, me lanza la frase hiriente: ¿de qué estás cansada? La demoledora frase y la pose de quien la pronuncia ante el televisor pinta una escena de película de los años setenta del pasado siglo. Pero estamos en un día de marzo del año 2021. La frase me llega como una pedrada. Es una frase ajena a la más mínima empatía, comprensión y reconocimiento, que me llena de tristeza y de rabia.

Yo sé que, a muchas mujeres, desgraciadamente, les sigue pasando algo parecido a lo que me ha pasado a mí. Sigue existiendo en muchos hogares españoles una losa social que maltrata y discrimina a la mujer, que la infravalora. Y sé también que en los últimos años la lucha por la igualdad y contra la discriminación de las mujeres ha avanzado mucho en España y en todo el mundo. Pero todavía queda mucho por hacer. Sigue habiendo hogares en los que, como microsistemas sociales, perviven los viejos prejuicios desvalorizadores de la mujer.

Queda un largo y arduo camino por recorrer, y debería ir a la par dentro de la esfera privada y la esfera pública, porque parece haber un cierto desequilibrio en los avances ganados en este terreno entre ambas esferas.

A nivel social veo un mayor avance respecto a la discriminación de género, hay una mayor concienciación de la opinión pública al respecto. Y como lo social se ve más, hay un mayor control o presión en temas discriminatorios por género.

Pero ¿qué sigue pasando en los hogares dónde de puertas adentro no se ve? Mi sensación es que el avance es menor, aún está lejos de la igualdad de roles y reparto homogéneo de tareas entre mujeres y hombres dentro del seno del hogar. No hay una real concienciación individualizada de que es un tema de dos.

Hace falta mucho esfuerzo y trabajo continuo en este ámbito. No es suficiente lograr una sociedad igualitaria en la esfera pública, es preciso conseguirlo también en la esfera oculta de la vida privada.

Echo en falta más campañas de sensibilización como la que hizo el Instituto de la Mujer en el año 2003 por la igualdad de reparto de tareas domésticas, donde un hombre se iba a limpiar con gran esmero y dedicación su coche, y el eslogan era “Está claro. Sabes limpiar. ¿Por qué no lo haces en casa?”. También es vital potenciar e inculcar una educación en valores de igualdad y respeto entre los niños y los jóvenes, si no esto es un bucle que se repetirá y del cual no saldremos.

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Ana Santos Sainz es socióloga

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