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Plaza Pública

El mercadeo de las vacunas y el derecho a la salud en Europa

Una vacuna siendo administrada en España.

Gaspar Llamazares

La cuarta ola ya está en marcha, y esta vez no existe la manida excusa de la relajación previa ni de la flexibilización de las medidas. Porque, en general, se mantienen los cierres perimetrales y los toques de queda, así como las limitaciones de movilidad, horarios y aforos. En general, ya que la Comunidad de Madrid en particular, y a pesar de tener unos datos preocupantes, sigue con su campaña preelectoral frente a las restricciones de salud pública con el apoyo al mantenimiento de la actividad de la hostelería y el turismo. En otros países europeos como Alemania aumentan las restricciones, hasta el punto que Angela Merkel se ha visto obligada a dar marcha atrás de algunas de ellas e incluso a pedir disculpas, debido al aumento de las resistencias y al cansancio de los ciudadanos.

En España, la incidencia, salvo algunas excepciones, continúa estancada y comienza a repuntar lentamente. En algunos países europeos como Polonia, Bulgaria y en especial Francia se encuentran ya claramente al alza, debido también a las nuevas variantes.

Por otro lado, las vacunaciones evolucionan de forma desigual y apenas han comenzado en particular en los países empobrecidos, cubiertos tan solo con el programa Covax, en buena parte debido al rechazo a la propuesta de suspensión de las patentes, un requisito legal que se ha demostrado indispensable para la producción masiva y el logro de la inmunidad de grupo, reclamado sin éxito por países como la India, Sudáfrica y Brasil ante la OCDE.

Pero también la Unión Europea, que rechazó la propuesta de suspensión de patentes ante la emergencia y por tanto su consideración de bienes públicos globales, en defensa de los intereses de las compañías farmacéuticas, con la aparente seguridad de un volumen contratado que triplicaba la población europea y esgrimiendo el programa Covax como excusa, sufre ahora el incumplimiento de los compromisos por parte de las compañías farmacéuticas, más en concreto de la farmacéutica anglosueca AstraZeneca, y la incapacidad para compensarla a corto plazo. Europa no recibe ni un tercio de las vacunas comprometidas, pero exporta vacunas, incluso a la propia Inglaterra y hasta aparecen lotes perdidos en Italia a la espera de destinatario. Recibiendo con ello una dosis de su propia medicina a la que de nuevo está respondiendo obcecada, en la misma clave del economicismo y nacionalismo vacunal que ha provocado su actual desabastecimiento.

Con ello, los errores de Europa al inicio de la pandemia, que parecían haber encontrado un camino de rectificación —entre otras medidas con el fondo de recuperación económica, la inversión en investigación, la contratación conjunta de las vacunas y lo que luego se dio en llamar de forma exagerada la "Unión Sanitaria"—, parece que hoy se vuelven a repetir. Entre otros, son el exceso de confianza en la lógica del mercado, la tardanza en la respuesta ante los acontecimientos de la pandemia y los problemas de gobernanza, la descoordinación en la respuesta de salud pública de los organismos europeos y los Estados miembros, así como la debilidad y la deslocalización industrial y de nuevo las dificultades de la cadena de suministros esenciales.

Ahora, ocurre algo parecido con la producción y distribución de las vacunas. Exceso de confianza en los contratos y en el mercado farmacéutico, sin ni siquiera haber previsto alternativas a la propiedad intelectual ni garantizar que una parte sustancial de las vacunas fuesen localmente manufacturadas, cosa que al parecer Estados Unidos y Reino Unido sí lo hicieron por distintas vías, así como la disponibilidad de los suministros previamente contratados, todo ello a cambio de un volumen económico importante. Más que un problema de precio, como se ha dicho, se trata ante todo de falta de voluntad y capacidad industrial europea.

Además, después del reciente Brexit era más que previsible el pulso del nacionalismo vacunal, y sin embargo la UE no solo no ha contado con ello sino que ahora se encuentra de lleno en dicha dinámica enfrentada a Gran Bretaña e incluso con el sálvese quien pueda de una minoría de los estados miembros.

Todo ello, a pesar de la experiencia dramática vivida al principio de la pandemia como consecuencia de la deslocalización de la producción de equipos de protección y tecnologías sanitarias y del consiguiente colapso de la cadena de suministros.

Nos encontramos como entonces con los problemas de coordinación y de gobernanza de la salud pública europea, primero en las iniciativas individuales de los estados miembros relativas a los grupos de edad susceptibles para la vacunación de AstraZeneca y más tarde con la paralización en cadena en un efecto dominó, y como consecuencia el retraso en su administración, todo a raíz de la aparición de un exiguo número de personas con posibles efectos adversos tromboembólicos, luego descartados. Una interrupción realizada además en contra de la opinión de la Agencia Europea del Medicamento. Y por si fuera poco, la propia compañía AstraZeneca se ha encargado de añadir confusión con los datos de sus estudios sobre la inmunidad en el grupo de edad de cincuenta y cinco a sesenta y cinco años.

Lo peor ha sido que a consecuencia de todo esto se ha alterado la estrategia de vacunación española, avalada por criterios científicos y bioéticos, y consensuada con las comunidades.  La prioridad de los grupos vulnerables en las residencias de mayores y en la sanidad se ha mantenido hasta la irrupción de la excepción de la vacuna de AstraZeneca que ha modificado las previsiones, primero priorizando el grupo de edad hasta los cincuenta y cinco años en colectivos de profesionales no vulnerables, ampliado luego hasta los sesenta y cinco años, y a continuación relegando por razones burocráticas a los colectivos que por sufrir patologías de riesgo o determinantes sociales de fragilidad y precariedad deberían haber sido vacunados con antelación. En definitiva un mal entendido principio de precaución que acaba afectando al principio de equidad.

Con todo ello, vuelven a primer plano, de una parte el clima de polarización de los políticos, los medios y los expertos y como consecuencia las quejas, el cansancio y la desconfianza de los ciudadanos, precisamente cuando es más necesario combinar un mensaje de resistencia y esperanza.

Por suerte, todavía son una gran mayoría de los técnicos y de los gobiernos, que siguen afirmando que se deben mantener las restricciones compatibles con la vida social, acelerar el ritmo de las vacunaciones en la medida de su llegada, y estar alerta para retrasar o limitar el impacto de la podible cuarta ola. Aunque también haya razones para denunciar la falta coherencia entre las restricciones de movilidad en Europa y las adoptadas dentro de cada país. Un error más a corregir, aunque no se sepa si el objetivo, en vez de que las haya para todos, sea para que no las tenga ninguno.

Precisamente, los negacionistas declarados junto a los vergonzantes, quienes sostienen que con el nuevo repunte se demuestra que las restricciones no sirven de nada y que hay que abrirlo todo, porque la situación de la hostelería y el turismo amenazan con la ruina. Los mismos que paradójicamente no han aprobado apoyos significativos destinados a estos sectores.

También los hay que, en sentido contrario, opinan que la progresividad en las restricciones dentro de una estrategia de contención y mitigación no bastan, que hay que ir de una vez al confinamiento estricto con el objetivo del cero covid, al modo del sudeste asiático y Oceanía. Algo que han venido repitiendo después de cada oleada sin modificar un ápice su posición. Por otro lado, se suceden las cartas a las revistas científicas y los manifiestos de expertos, en los que afirman estar en posesión de una estrategia alternativa más adecuada frente a la gestión de los técnicos de salud pública a pie de pandemia y las decisiones del Ministerio de Sanidad y las consejerías de las comunidades.

Un hospital cántabro desarrolla un estudio sobre los efectos de las vacunas en la leche materna

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Nada nuevo, aparte del retraso y la desigualdad egoísta en la vacunación, de nuevo los problemas de gobernanza de la UE y la ya habitual polarización política en una lucha que se antoja común contra la covid-19, y el relato de las profecías y admoniciones, bien entre los libros sagrados o desde la retaguardia.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa

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