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Plaza Pública

El hilo de Ariadna

El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa , en una cafetería cerca de la sede del partido en Barcelona.

Lidia Guinart Moreno

Más de lo mismo es, en el caso de Catalunya, una mala noticia. Más confrontación, más división, más retroceso. Eso es lo que representa la alianza independentista que, por si fuera poco, ni siquiera tiene una hoja de ruta más allá del caos, más allá de la inacción. Y que, además, muestra con impudicia sus enfrentamientos internos avivados por los intereses particulares del huido Puigdemont.

Las dos sesiones de investidura fallida de Pere Aragonès, de finales del mes de marzo, han sido otra vez un “quiero y no puedo” escenificado en el Auditorio situado en el antiguo patio del arsenal, fuera del hemiciclo, como única muestra de lo que está pasando fuera del Parlament, donde el mundo continúa en pandemia. Las intervenciones de los que pretenden seguir guiando a Catalunya hacia la insignificancia económica y social, igual que han hecho durante la última década, estuvieron enredadas en una dialéctica trufada de mentiras y falacias. Se empeñan en perseverar en el complejo de Penélope, destejiendo de noche lo que tejen de día, para permanecer siempre en el mismo sitio. Lo malo es que ni siquiera eso es así, sino que con su ineficacia, con su falta de impulso legislativo y con la inestabilidad en la que sumen a la comunidad, solo consiguen impulsarla hacia atrás, como demuestran todos los indicadores.

Catalunya ha retrocedido en justicia social hasta límites insospechados no ya antes de la crisis que se inició en 2008 sino hace tan solo diez años: 700 millones de euros menos en inversión pública en educación, situándose en los niveles más bajos de Europa, una inversión en sanidad del 3’7% del PIB, que dista mucho de la media española (6’2%) y de la de la UE (7’2%). En Catalunya, un 30% de los y las menores están en riesgo de pobreza. En Catalunya, el Govern independentista destina a políticas sociales solo un 20% del presupuesto que se destinaba a ese objetivo en 2010 y estas dinámicas involucionistas se reproducen en todos los ámbitos en mayor o menor medida, sea en lo referente a universidades, a I+D+I, a la dependencia, en el presupuesto dedicado a combatir la violencia machista y en todo lo que implica mejorar la vida de las personas.

Frente a estas cifras vergonzantes, y en medio de la peor pandemia mundial en un siglo, de la mayor recesión desde la Guerra Civil, la otra cara de la moneda es la sólida e ingente red de protección de rentas que ha puesto en marcha el Gobierno de Pedro Sánchez en el último año. El momento actual es crucial, los fondos Next Generation son maná para salir del hoyo, pero necesitan buenos gestores y liderazgos políticos fuertes y comprometidos. Algo de lo que, durante la última década y hasta el momento, ha carecido Catalunya.

Uno de los escollos para reproducir el ya anteriormente fallido Govern de alianza entre Junts y ERC es el papel del Consell de la República, que no es más que una entelequia que permite la subsistencia de quien hace tiempo decidió optar por la posición más cómoda. El independentismo no se caracteriza sino por la escasez de valentía. Unos optan por seguir manejando los hilos en la distancia y, otros, se quedan y padecen las consecuencias de sus errores pero viven instalados en el rencor y no son capaces de liderar verdaderas soluciones que saquen a ese país, que tanto dicen amar, del lodazal en el que se encuentra inmerso. Puigdemont sabe que no siendo ya primera fuerza, sino tercera, y no liderando el Govern, su protagonismo y su poder pueden disolverse como azucarillo en el café y que para evitarlo tiene que tensar al cuerda y manejar los hilos, doblegar la voluntad de ERC. O eso, o probar suerte con una eventual repetición electoral en verano, que pudiera sumar a su formación algunos de los votos de la sangría que supuso la ruptura con el PDeCAT. La partida está abierta, entra en liza la CUP, abanderada antisistema y, pase lo que pase, con esas cartas la principal perdedora es la ciudadanía, a los datos me remito.

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Por eso dio en el clavo Salvador Illa el martes pasado, cuando dijo aquello de “no quieran tanto a Catalunya, quiéranla mejor”. Efectivamente, de eso se trata. Como en El Traje Nuevo del Emperador, alguien debe decirles a los adalides del separatismo que van desnudos. Ese alguien es el líder del PSC en el Parlament, Salvador Illa, capaz de dejar atrás el engaño de Penélope con el hilo y tirar del de Ariadna para encontrar la salida al laberinto del independentismo. No todo está perdido.

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Lídia Guinart Moreno es diputada por Barcelona y portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Seguimiento y Evaluación contra la Violencia de Género del Congreso y secretaria de Políticas Feministas de la Federación del Barcelonès Nord del PSC.

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