Plaza Pública

Ayuso y la extrema derecha, ¿por qué fallan los análisis?

La presidenta madrileña y candidata del PP a la reelección, Isabel Díaz Ayuso.

Isa Ferrero

El Partido Republicano estadounidense hace varias décadas era un partido relativamente moderado en comparación con el Partido Demócrata. Si lee esto, puede sentir desconcierto ante tal afirmación, pero los hechos confirman su contundencia.

No se inquiete. Las cosas empezaron a cambiar durante los años 70. El antecedente fue la estrategia sureña de Richard Nixon, donde se dio cuenta de que agitando la guerra cultural contra las minorías y girando hacia la derecha podía arañar más que un puñado de votos. De todas formas, esto no impidió que Nixon llevara de puertas para dentro una política progresista en materia económica. Justamente lo contrario a lo que hizo Ronald Reagan después. La llegada al poder en los años 80 de la corriente más sectaria del Partido Republicano fue nefasta para los propios estadounidenses, aunque podría haber sido peor si no hubiera sido por el freno de los republicanos más moderados y el infatigable esfuerzo del activismo.

Pronto, la administración Reagan se caracterizó por su excesiva belicosidad y por dar inicio a la etapa neoliberal que todavía experimentamos por desgracia y que se proponía revertir buena parte de las mejoras logradas durante las décadas de los 40, 50 y 60.

Hay muchos factores que han sido ampliamente analizados y que vale la pena recordar para contextualizar: el aborto, la inmigración, el fundamentalismo religioso o el antifeminismo estaban ya latentes en la época. Pero hay otros factores que se olvidan comentar y creo que es importante mencionar. Parte del público estadounidense dejó paulatinamente de creer en los hechos y empezó a ser cada vez más proclive a abrazar teorías anticientíficas. Desde el primer momento, este viraje hacia la extrema derecha incluyó también desprestigiar el avance de los científicos al alertar del deterioro medioambiental, despreciando los logros que las propias administraciones republicanas habían conseguido en los últimos años. También se basaba en hacer apología de las libertades de los estadounidenses para oponerse a lo que la denominada “élite progresista” y la comunidad científica estaba proponiendo para humanizar el sistema económico y político.

La izquierda española no ha sabido transmitir adecuadamente que esta nueva ideología autoritaria que empezó a propagarse desde la Presidencia de los Estados Unidos que encontró en el ecologismo un gran enemigo. Posiblemente el mayor. Para entenderlo de nuevo hay que remontarse a la era Nixon y a los orígenes de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Paradójicamente, la nueva oleada reaccionaria vio en la EPA uno de sus grandes enemigos al haber incrementado notablemente nuevas regulaciones que protegían el medio ambiente en detrimento de la lógica del ‘libre mercado’. En el plano medioambiental, se asumía que el crecimiento económico debía tener límites y que el Estado debía hacerse cargo de cuestiones que las empresas privadas por sí mismas eran incapaces de hacer al no poder salir de su lógica autodestructiva y depredadora de maximizar ganancias.

Debe hacerse el paréntesis de que estas regulaciones y estas penalizaciones a la libertad económica han sido un completo éxito si solo nos ceñimos a los análisis de coste beneficio. Por ejemplo, la Clean Air Act, pasada por Nixon y emendada en los años de Bush padre, ha dado unos beneficios económicos solamente desde 1990 de 65 mil millones de dólares. El beneficio total desde las enmiendas de Bush casi llega a los 2 billones de dólares2 billones de dólares. Estos beneficios demuestran de nuevo que una economía intervencionista puede resultar mucho más beneficiosa solo desde el punto de vista de estos análisis. Si tenemos en cuenta los resultados para la salud de los estadounidenses, el resultado es aún más espectacular.

La llegada de Bush padre fue un pequeño paréntesis de moderación moderación, aunque fue ciertamente fugaz. A pesar de que Bush padre sí que estaba dispuesto a tomarse en serio el problema medioambiental, pronto se vería influenciado por un partido cada vez más a la derecha. Esto se pudo comprobar cuando el Partido Republicano ganó el Congreso en el año 94 durante la presidencia de Bill Clinton. Bush padre apenas encaró la seria amenaza del cambio climático antropogénico, aunque en ese momento era más que evidente que había que hacer algo. De hecho, esa evidencia avalada por el consenso científico era patente ya en los años 80 gracias a los avances computacionales en la ciencia climática. Apenas es debatible que los Estados Unidos prestaron especial atención a la ciencia durante la Guerra Fría con grandes inversiones de dinero público que luego estarían detrás de la irrupción tecnológica que ahora disfrutamos todos.

Como se ha dicho antes, la manera de combatir la gran fuerza que tenía el movimiento medioambiental fue cuestionar el progreso científico, sembrando la duda en los términos en los que Naomi Oreskes y Erik M. Conway lo hicieron en su obra Mercaderes de la duda. De igual forma, se acrecentaron los temores de estos nuevos cambios que debían producirse animado también por las grandes crisis económicas que ya no solo el neoliberalismo iba a producir, sino que el propio sistema anterior generó. El ejemplo de nuevo lo tenemos en la crisis del petróleo del año 73 producida por el embargo de la OPEP a los países que habían apoyado a Israel en la Guerra del Yom Kipur.

Una de las tácticas más fructíferas para los republicanos más sectarios era hacer una nueva manifestación del excepcionalismo estadounidense. Los nuevos cambios que la “élite progresista” proponían desafiaban todos los grandes avances y beneficios que el pueblo estadounidense ha disfrutado desde siempre. Al fin y al cabo, eran enemigos de la libertad y tan indeseables como los comunistas a los que había declararle la guerra eterna.

Siempre ha sido así. Cuando Isabel Díaz Ayuso empezó la campaña diciendo “Comunismo o Libertad”, no era una afirmación al azar. Era muy consciente de lo que hacía sabiendo que el pueblo madrileño vive bajo un halo de excepcionalidad que resulta muy difícil de combatir. Lo es más todavía el hecho de que hay una élite económica que no está dispuesta a perder sus privilegios. Si con eso tienen que apoyar a un gobierno reaccionario que pacte con un partido que propaga masivamente la desinformación, no tienen ningún problema. El peligro para la élite es la formación de un gobierno tímidamente socialdemócrata que desafíe al neoliberalismo más brutal.

De todos modos, el excepcionalismo estadounidense viviría otra nueva intensificación en la era Trump. Está bastante conectado, pero el contexto es bastante diferente debido principalmente a las nuevas tecnologías de la información. Antiguamente, sembrar la desinformación era una tarea más rudimentaria y se implementaba con otros métodos. En el caso medioambiental solo bastaba con cuestionar a los grandes científicos, o incluso en el aspecto económico era incluso más simple: visibilizar a economistas que negaran el destrozo neoliberal. Circularían por los medios de comunicación discursos falaces que el público general debía aceptar sin rechistar en forma de discurso único.

En la primera década del siglo XXI la extrema derecha empezó a ver una nueva oportunidad en las redes sociales. Es igualmente paradójico porque las mismas redes sociales que fueron utilizadas en primera instancia por la izquierda para organizarse y desafiar al poder con todos los movimientos de protestas mundiales (desde la primavera árabe, hasta Occupy Wall Street, pasando por el 15M), sería después utilizado por las élites más reaccionarias.

De nuevo, me iré a un ejemplo que la izquierda no suele tener en cuenta. En mi opinión, la causa reside en que seguimos siendo presos de una lógica eurocéntrica que no nos deja ver lo que otros periodistas de países más pobres denuncian. La periodista filipina Maria A. Ressa advirtió antes de la elección de Donald Trump, que algo realmente dañino estaba sucediendo con Facebook. Nadie la tomó en serio, porque la llegada de un presidente como Rodrigo Duterte a Filipinas parecía no importar a nadie en Occidente. Recientemente, la historiadora Ruth Ben-Ghiat se ha referido al ascenso de la extrema derecha en el mundo, como el ascenso del hombre viril al poder y en el que indudablemente está Duterte, un sanguinario que recuerda a Ferdinand Marcos. Si tienen tiempo, escuchen declaraciones suyas y verán que no es ninguna broma.

María A. Ressa advirtió que a través de Facebook se estaba propagando un discurso especialmente peligroso para el futuro de la democracia y que iba a ser utilizado por auténticos demagogos. Nadie la tomó en serio, pero en noviembre de ese mismo año el mundo vio cómo un personaje como Trump ganaba las elecciones en Estados Unidos. A pesar de su acierto en el análisis, seguimos sin prestar atención a sus advertencias.

La cruzada contra la “élite progresista” en tiempos de Reagan no se va a desarrollar lo suficiente en este artículo, pero creo que tampoco merece mucho más debate. Lo interesante de esto es que tiene una clara traslación en nuestra época. Solo presten atención a los discursos que la extrema derecha ha difundido sobre Soros, Bill Gates y el coronavirus. También sobre el virus chino y todo el componente racista que junta muchos de los elementos que han estado presente en la deriva hacia la extrema derecha del Partido Republicano: enemigo exterior (en forma de comunismo, socialismo, etc.), la desacreditación de la ciencia y la búsqueda de un chivo expiatorio a través de elementos racistas que ensalzan el excepcionalismo más grosero.

Quizá lo más triste del caso de España es que estos valores excepcionales representan para la candidata del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso, el derecho a tomarte una cerveza. Es irrisorio, pero es también un síntoma de que la derecha española está completamente enferma de Trumpismo al ensalzar “los valores culturales de los madrileños” frente a las medidas aconsejadas por la comunidad científica.

De igual forma, conviene recordar que el movimiento ecologista sigue aguantando en España. De momento, la extrema derecha madrileña no está dispuesta a asumir el coste político de asumir una postura más extrema y sectaria, pero no nos debemos confiar. El público debe recordar que todo este discurso en cierta manera negacionista está dentro de lo que ha llegado a decir Ayuso. Ayuso llegó a decir que “nadie ha muerto por contaminación”, cuando esto es un grave problema para la salud de los madrileños. Por otra parte, Vox está abrazando por completo el discurso de la desinformación y habrá que ver qué influencia tiene en contaminar al Partido Popular si alcanzan el poder. En el caso de que la derecha gane en Madrid, el problema sigue siendo muy serio porque la ciudad debe hacer cambios urgentes. El movimiento ecologista puede poner un freno a políticas anticlimáticas (igual que Almeida no pudo acabar con Madrid Central), pero desde luego que lo tendrá muy difícil para forzar a un gobierno de extrema derecha a que realice medidas en aras de mejorar la salud y el futuro del pueblo madrileño. En este sentido, sigue siendo aberrante que haya estudios que coloquen a Madrid como “la ciudad con más mortalidad asociada a la contaminación por NO2".

Cuestiones como esta no producen un efecto inmediato en los madrileños por dos razones principales:

  1. La gente no toma en demasiada consideración la gravedad que supone que políticos vayan en contra del avance científico, a pesar del grave peligro que supone para la democracia y el progreso.
  2. Los grandes medios de comunicación de la derecha desprecian y no dan la suficiente importancia a estos escándalos que en otros países europeos serían inconcebibles para un político de la derecha.

 

Si la sociedad cree cada vez menos en los hechos, no solo provoca el auge de la extrema derecha, sino que también puede aumentar el sectarismo en la izquierda. Creo que debemos hacer autocrítica sobre esto. En primer lugar, no se fue lo suficientemente crítico con la llegada de Donald Trump al poder.

Por otro lado, debemos ser conscientes de que debemos ser más precisos cuando hagamos reivindicaciones. Esto es especialmente cierto en el caso del lenguaje y en el mal uso que se hace de ciertos términos que a veces pierden todo el significado. Es el caso del “neoliberalismo”. Un término adecuado para explicar un fenómeno real, pero no tan preciso cuando se utiliza sin criterio. Por ejemplo, tildar de neoliberales los avances culturales y los logros en materia de derechos humanos y de libertades individuales es un error monumental.

Asimismo, muchos de los componentes anticientíficos se vuelven a su vez en nuestra contra. Uno de los grandes temas que hemos podido comprobar ha ocurrido con los derechos de las personas trans. Se ha utilizado a la ciencia como pretexto para negar derechos y esto es muy grave. De nuevo encaja con lo que se ha dicho antes de la extrema derecha: la combinación del dogmatismo y una mala utilización de la ciencia puede provocar que abracemos teorías políticas marcianas.

Alemania anota un récord de delitos con motivación ultraderechista, más de 23.000 en 2020

Alemania anota un récord de delitos con motivación ultraderechista, más de 23.000 en 2020

En definitiva, nótese que todos estos síntomas tan graves que vivimos se deben a toda esta oleada reaccionaria del que saca provecho la extrema derecha. Por eso sería muy buena idea que consigamos hacer un frente común y que sigamos siendo conscientes de lo que enfrentamos. Por mucho que no nos guste el sistema político actual, la alternativa que se vislumbra con un gobierno de Ayuso junto con Vox es francamente terrible. Si una opción de izquierda moderada llega al gobierno, al menos tendremos la capacidad de forzar cambios necesarios. En caso contrario, el pueblo sufrirá las consecuencias de tener a un gobierno con tendencias neofascistas dispuesto a todo para conservar el poder. No se lo permitamos.

__________________

Isa Ferrero es activista de derechos humanos especializado en la crisis humanitaria que se vive en Yemen y autor del libro 'Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen'.

Más sobre este tema
stats