Plaza Pública

Basta ya, ni una menos

Manifestación feminista en Barcelona.

Lidia Guinart Moreno

El repunte de asesinatos machistas que ha azotado recientemente este país tiene muchos análisis y un solo culpable: el machismo, que deja ver con estos casos su cara más terrible, su cara criminal, pero que convive en nuestro día a día, que nos acompaña en nuestra cotidianidad.

El espejismo de la disminución de asesinatos por violencia de género que nos ofreció la pandemia ha desaparecido. Con el confinamiento y las restricciones de movilidad, los maltratadores controlaban fácilmente a sus parejas que, recluidas en casa, con pocas excusas para salir a la calle, con el teletrabajo, han padecido sobremanera un control exhaustivo y han visto dificultadas sus posibilidades de huir, de denunciar, de buscar un respiro al ahogo que supone la convivencia diaria con el maltrato, no solo el físico, sino también el psicológico o incluso el económico. Frecuentemente van de la mano, uno de otro, evolucionan o desembocan en hechos violentos, cuando no luctuosos. Los momentos más críticos, más peligrosos para las víctimas, son aquellos en los que las mujeres deciden romper con esa espiral, presentan denuncia, rompen la relación o se alejan del maltratador. Y eso es ahora más factible que hace un año, cuando veíamos disminuir las cifras de asesinatos pero permanecía taimada, oculta, la violencia que nunca desapareció.

Más allá de esta evidencia, en la que coinciden muchas personas expertas, más allá de la discusión sobre si existe o no el efecto contagio –esto es, cuando se produce un asesinato que parece decidir a aquellos que estaban barruntando una acción violenta a ejecutarla— está claro que tenemos un problema, y gordo. No como Gobierno, que también. No como Legislativo, que también. No como Judicial, que también. La sociedad entera se enfrenta a un monstruo y, sin eludir cada cual la suya, la responsabilidad es compartida y coral.

No me cansaré de apelar a los medios de comunicación, que crean opinión y marcan tendencia. Apenas ninguna portada reflejaba el drama de siete asesinatos machistas en poco más de una semana. El ninguneo y el blanqueo mediático de la violencia son inadmisibles. Si en los tiempos más terribles de la banda terrorista ETA ocurría tamaña concentración de violencia en tan poco tiempo, todas las portadas abrían con esa noticia, todos los tertulianos dedicaban horas de opinión, experta o no, a los terribles hechos. Si volviera el terrorismo, todo el mundo lo condenaría y, a buen seguro, porque así era en esos tiempos afortunadamente ya superados, figuraría en las encuestas como una de las principales preocupaciones de la ciudadanía. Con la violencia contra las mujeres no ocurre eso. La violencia contra las mujeres se silencia. A las mujeres, en general, se nos intenta silenciar, lo que nos lleva a una representación en inferioridad. Y este extremo forma parte del problema.

Por eso es imprescindible no callar, no ocultar la realidad, como pretende la extrema derecha negacionista, incapaz de respetar ni siquiera los minutos de silencio que se hicieron en el Congreso de los Diputados en recuerdo de las víctimas. Es fundamental reconocer y denunciar la existencia de la violencia machista, concienciar y actuar. Actuar cambiando la sociedad y mejorando la legislación. El grupo parlamentario socialista en el Congreso lo tiene claro y por eso no cesa en su empeño de modificar esa tremenda realidad mediante incorporaciones legislativas encaminadas a proteger más y mejor a las mujeres y menores víctimas de violencia de género, a facilitar su salida del círculo de la violencia machista y también a la reparación. Esta misma semana se ha registrado en el Congreso de los Diputados una Proposición de Ley Orgánica de mejora de la protección de las personas huérfanas víctimas de violencia de género. Una iniciativa a propuesta de la Fundación Mujeres, que gestiona el Fondo de Becas Soledad Cazorla. La Proposición de Ley quiere allanar el camino de quienes ya tienen bastante con soportar la ausencia de su madre porque su padre o la pareja de ella ha terminado con su vida. Lo hace facilitando el acceso a indemnizaciones civiles, al proceso sucesorio y con exenciones de algunos impuestos. En España hay 525 personas huérfanas por violencia de género en ocho años, el tiempo que lleva contabilizándose esta estadística.

El Pacto de Estado contra la Violencia de Género continúa, asimismo, su desarrollo. Entre los aspectos legislativos que se están llevando a cabo, los que recoge la recientemente aprobada Ley de Infancia, que proscribe el SAP, el falso Síndrome de Alienación Parental, acota las visitas, porque ningún maltratador es un buen padre; y reconoce la violencia vicaria como una forma de violencia machista que se realiza contra los menores y, a través de ellos y ellas, contra sus madres.

Avanzar aboliendo la prostitución

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Solo erradicando las desigualdades entre hombres y mujeres que aún persisten, únicamente tomando verdadera conciencia del problema al que nos enfrentamos, de cuál es su esencia y dónde hunde sus raíces, podremos erradicar la violencia de género. Duele reconocer que estamos todavía lejos de conseguirlo, pero eso no debe ser sino una espoleta para seguir avanzando.

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Lídia Guinart Moreno es portavoz del Grupo Socialista en la Comisión de Seguimiento y Evaluación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género del Congreso. Secretaria de Políticas Feministas de la Federación del Barcelonès Nord del PSC

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