Plaza Pública

El indulto: es la política, imbéciles

Algunos políticos catalanes presos, saliendo de Lledoners cuando obtuvieron el tercer grado ahora revocado por la Justicia.

José Luis López Bulla | Javier Tébar

La delicadísima cuestión del indulto a los políticos presos independentistas está trayendo de cabeza a una buena parte de la ciudadanía, aunque especialmente el que más siente esa circunvalación es el gobierno de Pedro Sánchez, que está siendo atacado por la cabeza, el tronco y las extremidades.

"Ojalá al gobierno de Pedro Sánchez no le tiemble el pulso y sea capaz de llevar a feliz término las medidas de gracia", es la frase final del editorial publicado estos días por el director de La Vanguardia, Jordi Juan. Coincidimos con tan sensata opinión, que va en dirección opuesta a la mayoría de los medios madrileños. Pero en todo caso, el asunto está rematadamente mal.

En primer lugar, el poder judicial parte de un constructo medieval que tanto destrozo ha hecho en los cuatro puntos cardinales: "Fiat justitia et pereat mundus". O sea, hágase justicia, aunque el mundo explote. Es una actitud severísima que, en anteriores ocasiones –pongamos que hablamos del teniente coronel Tejero— brilló caritativamente por su ausencia. Entendemos que esa costra rígida del mundo togado optaría por que las consecuencias que se deriven del no indulto contribuyan a que políticamente las cosas sigan pudriéndose. A más degradación, mayor poder político y simbólico tendrían los diversos sectores de esos estamentos judiciales.

El Partido Popular, por su lado, mantiene su actitud de disfraz cimarrón, buscando todos los caminos y recovecos para quitarse a Pedro Sánchez del camino. Y, a su vez, la con frecuencia silente y hoy menguada Inés Arrimadas suelta sus últimas bocanadas de oposición. A todos ellos se suman esas cáfilas de primates empotrados en los medios orales, escritos y televisivos, que saben que hay pienso a granel para dar y vender en el mercadeo y el estraperlo informativos.

Por si faltaba poco para el temporal, Felipe González ha sacado la lengua a pasear. Este hombre es un florero chino oscilante en la vitrina de la Historia. El expresidente se ha puesto el delantal y cocina un comistrajo contra el indulto. Él, el hombre de Estado. Y, posiblemente, las vacas sagradas del felipismo volverán a dar la murga con su enésima orza de los abajofirmantes.abajofirmantes

Ni que decir tiene que los políticos presos tampoco ponen las cosas fáciles. Y peor todavía los incendiarios que llaman, ahora, a inspirarse en la experiencia de la Irlanda de aquel santurrón llamado Éamon de Valera. Es decir, a tiro limpio y bombas a diestro y siniestro, eso sí, siempre encargándoselo a los otros.

De momento, sin embargo, el presidente de la Generalitat catalana recién estrenado ha dicho algo sensato: "cualquier medida que alivie el dolor será bienvenida". Así las cosas, de la misma manera que, casi siempre, le hemos cuestionado con dureza, ahora no se nos caen los anillos afirmando que, hablando así, se van rebajando los elevados grados de la olla a presión. Una olla a presión que atizan tanto los unos como los otros, con el tam-tam tribal que han ido ahormando en sus disparatadas y respectivas cazas de brujas.

Y, a pesar de todo esto, vale la pena el indulto, porque –en teoría– rebajaría la tensión y, especialmente, sería una señal a importantes sectores independentistas, hartos de tanta murga que no los lleva a ninguna parte. Y, no se olvide, le quita pretextos a ese caserón de orates lujoso de Waterloo.

Sánchez comparecerá a petición propia en el Congreso el 30 de junio para informar sobre los indultos

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Hace tiempo que la cuestión catalana se aproxima más a una ciénaga que a un pantano, al fin y al cabo en el pantano todavía se expresa vida vegetal, la ciénaga definitivamente constituye un suelo pobre y de alto contenido en turba. ¿Que el indulto huele mal? De acuerdo. Pero es preferible eso a que la situación sea definitivamente irrespirable.

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José Luis López Bulla y Javier Tébar son escritores

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