Plaza Pública

¿Dónde están los niños con vestido?

Fotograma del videoclip de la canción “The Light”, de HollySiz (2014).

Martín Frasso

Hasta hace no mucho, en nuestro contexto, cuando un niño se expresaba de manera muy “femenina”, su entorno encontraba una única explicación: “El niño es maricón”. Actualmente, el imaginario colectivo dispone de una interpretación alternativa: “El niño es una niña. Una niña trans”. Pero, ¿dónde quedan los niños que sencillamente “se expresan de manera muy femenina”? ¿qué tan amenazante es para la sociedad la idea de un “niño femenino”, como para que, de forma sistemática, este despierte sospechas de homosexualidad o de identificación trans?

Los manuales de convivencia escolar y los catálogos de juguetes cada vez apuestan más por retratar una “masculinidad flexible”, a través de imágenes de niños que cocinan, que visten colores pastel o que imitan los cuidados parentales mediante el juego simbólico con muñecos de bebés o animales de peluche. Sin embargo, la imagen de un niño con vestido —y, si se quiere, embarrado en maquillaje—, continúa siendo algo anecdótico, generalmente acompañado de titulares de prensa que introducen la subversiva y valiente historia de alguien. Dos ejemplos claros, entre otros de menor resonancia mediática, serían el de Mikel Gómez, el joven de Bilbao que en 2020 se viralizó en TikTok tras denunciar que su profesor lo había interpelado por llevar puesta una falda; y el de Dyson Kilodavis, el niño de Seattle que disfrutaba de ponerse vestidos y que inspiró a su madre a publicar en 2009 el libro ilustrado My Princess Boy (“Mi niño princesa”).

Normalizar la “feminidad” estética y comportamental entre los niños y hombres es, sin duda, una gran asignatura pendiente. Muchos hombres crecimos con abuelas que nunca en su vida se pusieron un pantalón, pero con madres y hermanas que lo eligen como su prenda por defecto. Por el contrario, nuestros abuelos, nuestros padres y nosotros mismos compartimos la misma inexperiencia de vestir una pieza única sin que nadie se sorprenda. Y en este legado, quienes ahora son niños no se quedan atrás.

A ojos del sexismo, un hombre homosexual, un hombre que “se expresa de manera muy femenina” y una mujer trans son leídos de la misma manera: como “hombres que hacen cosas de mujer”. Y, como hacer “cosas de mujer” siendo un hombre es socialmente inaceptable, tiene que haber consecuencias. La homofobia, la aversión hacia los “hombres femeninos” y la transfobia hacia las mujeres trans son, en más de un aspecto, tres caras de la misma moneda. Y, como tales, una parte compartida de su erradicación pasa por poner en desuso las casillas “cosas de mujer” y “cosas de hombre”, y por fomentar una fluidez expresiva que permita vivir vidas menos encorsetadas, con menos necesidad de vigilancia.

El feminismo ha hecho y continúa haciendo un trabajo quirúrgico para deshacer el estereotipo de “mujer”, abriéndole camino a mujeres que van desde la más canónica “feminidad” hasta la más impopular “masculinidad butch“. Que esto mismo no haya ocurrido del otro lado de la grieta no es una casualidad. A ver cuándo apretamos el botón.

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Martín Frasso es antropólogo

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