Plaza Pública

China y la 'intelligentsia' reaccionaria

Celebraciones del 100º aniversario del Partido Comunista chino.

Isa Ferrero

Hace más de un siglo, el pensamiento anarquista ya advirtió del peligro de que las revoluciones pudieran degenerar en regímenes atroces. El propio Bakunin alertó del peligro de que una burocracia roja podría convertirse en “la mentira más vil y terrible que ha creado nuestro siglo”. Desgraciadamente, el siglo XX dio la razón a Bakunin con experimentos horribles que han servido también para que la propaganda occidental protegiera los intereses de las élites, jugando la baza del terror rojo.

Por ejemplo, no hay duda de que la revolución bolchevique ha sido una de las peores cosas que le pasaron a la izquierda durante el siglo XX. No era tanto por el dogmatismo leninista, un intento desastroso de llevar al límite ciertos planteamientos cuestionables de Marx, sino también porque el régimen se había constituido gracias a un golpe de Estado que arrasó desde el principio los movimientos sociales y que allanó el terreno a uno de los dictadores más terribles de la historia, Joseph Stalin.

De igual manera, no ver al régimen soviético como una amenaza para la izquierda era ciego por dos motivos: primero, porque no tenía en cuenta la naturaleza del régimen y su estructura autoritaria; segundo, porque esto dio paso a que el dogmatismo en los sucesores de Marx creciera, especialmente preocupante porque estaba filtrada por la mirada de Lenin. El destino de la izquierda parecía pasar por confiar en ese puñado de intelectuales que deberían guiar a las masas atolondradas y estúpidas a una revolución que acabara con el régimen capitalista.

Este dogmatismo sigue a día de hoy con nosotros. Por citar a Bertrand Russell, “uno de los problemas de este mundo es el hábito a creer dogmáticamente en una cosa u otra”. Un ejemplo desastroso se ha podido ver en el 100 aniversario del Partido Comunista Chino, donde nuestra intelligentsia, también patrocinada por la propaganda rusa del conservadurismo reaccionario de Vladimir Putin, ha reprochado a los comunistas occidentales que no reivindiquemos que “la primera potencia mundial ondee la bandera roja con gran éxito”, y ha visto con simpatía “la soberanía y extensión social de la prosperidad como mensaje político”.

De nuevo, asumir una ideología aberrante, y, como diría Russell, no ser capaces de “considerar nuestras opiniones con cierto grado de duda”, es algo que nos sigue condenando a día de hoy y que tiene un efecto demoledor en los críticos de la política occidental. Si las críticas no vienen desde un cuidadoso análisis sobre cuáles son los hechos, estamos destinados a fracasar ante cualquier amago de reforma. Lo único que se puede lograr es que una gran parte de los críticos serios de la política occidental puedan desvincularse completamente de estos planteamientos reaccionarios, fragmentando aún más el espacio de izquierdas que ya de por sí está en minoría con respecto a la derecha.

Es frustrante que todavía predominen discursos que pueden refutarse solo con un par de informes de Amnistía Internacional. El problema está también en que muchos referentes de esa intelectualidad parecen difundir el mensaje de que los hechos forman parte de la propaganda occidental y que esta información no es fiable porque responde a la lógica del capitalismo/imperialismo/occidental/burgués. Razonamientos de tal simplicidad abocan a nuestro espacio a pensar que puede ser razonable respaldar a un régimen como el chino, el cual no es ningún ejemplo, en comparación con nuestras sociedades donde gozamos de gran libertad interna para cambiar las cosas.

Quizá la pregunta que nos debemos hacer es la siguiente: ¿defienden los intelectuales reaccionarios la represión intolerable contra los uigures y que más de un millón de personas estén en campos de concentración, o prefieren, en cambio, la persecución “implacable a activistas y defensores y defensoras de los derechos humanos”, que, como ha dicho AI, durante el 2020 “fueron sometidos sistemáticamente a hostigamiento, intimidación, desaparición forzada, detención arbitraria y en régimen de incomunicación, y largas condenas de prisión”.

Todo esto no quita que el nuevo enfoque de la administración Biden, copiando el camino que trazó Donald Trump, sea profundamente perjudicial para el mundo. Es perjudicial tanto para solucionar los problemas que requieren una respuesta global, como para la propia población china. También resulta cierto que a las élites estadounidenses les preocupa que China se desarrolle y de ahí debe entenderse la beligerancia con China. Todo forma parte de lo que Adam Smith ya decía en el siglo XVIII sobre el afán de limitar el libre comercio en favor de los amos del mundo que al final toman las decisiones en perjuicio del público. Por esta razón, es importante que el público sea consciente de los hechos y sea mínimamente crítico para pedir a nuestros gobiernos que hagan todo lo posible en beneficio del bien común de la humanidad. Debe entenderse que cualquier crítica imprecisa mina estos esfuerzos.

Da la sensación de que la intelectualidad no razona por hechos, sino por principios fijados que aplica sin criterio. Lo hemos podido ver tanto en la guerra de Siria, con la desgracia de ver a una parte de la izquierda defendiendo a Bashar al-Assad y restando credibilidad a las críticas legítimas que se podían realizar al comportamiento de Occidente. En el caso de China, se ha podido ver también con las protestas inspiradoras en Hong Kong, donde la población dijo basta a los planes de sometimiento y control del gobierno chino.

¿Por qué es el momento más importante de nuestra historia?

¿Por qué es el momento más importante de nuestra historia?

Todo ello no hace más que subrayar la necesidad urgente de que nos desprendamos de ciertas ideas tóxicas e intentemos guiarnos por la razón y por los hechos. Ya no solo es una cuestión de fuerza, sino de que nuestro espacio sea profundamente crítico y cabal para presionar efectivamente a nuestros gobernantes.

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Isaias Ferrero es activista de derechos humanos.

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