Directo
Ver
La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Plaza Pública

Eurocopa 2021: el silencio de los hooligans

Aficionados españoles en un partido de esta Eurocopa.

Lorenzo Martínez Esparza

Ya en la recta final de la Eurocopa 2021, disfrutamos de abundante información acerca de cómo enamora el juego de tal equipo, de cómo tal seleccionador yerra al plantear o saber leer los encuentros, e incluso del estado de la relación amorosa entre tal estrella y su novia. Sin embargo, sorprendentemente, no nos llegan noticias sobre el campo de batalla. No vemos vídeos de fanáticos cantando provocativamente al unísono, corriendo dramáticamente unos tras otros o golpeándose sin ningún miramiento. Todo parte de guerra recibido hasta ahora son las cómicas imágenes de un aficionado escocés que, al disponerse a patear una mesa para manifestar su enfado por un gol de Inglaterra, casi cae al suelo.

En otras ediciones de esta competición ya habríamos sido informados del clásico modus operandi alcohol, desorden y terror de los fanáticos ingleses, de los intentos de hacerles frente por parte de los alemanes, de la nostalgia de los ultras balcánicos hacia los tiempos de la guerra, o de la preparación paramilitar –y el cambio de hegemonía– de los nazis rusos. Todo ello acompañado de informes de heridos, apuñalamientos y destrozo de mobiliario, e incluso de serias amenazas de expulsión hacia ciertas selecciones.

Sin embargo, este otro peculiar y tradicional torneo siempre en paralelo a la competición oficial se ha interrumpido. No hay EuroBarbarie2021.EuroBarbarie2021 Nada sabemos acerca de qué grupo ha conseguido movilizar a mayor número de miembros, de qué radicales han demostrado mayor masa muscular y destreza en artes marciales, o quiénes están preparando y llevando a cabo mejores y más inteligentes celadas. En cuanto al covid-19, este no es suficiente para explicar la total ausencia de altercados, aunque sea a nivel local. Lo cierto es que los hooligans están guardando un silencio sepulcral.

Paradójicamente, y pese a que bien merecería la pena, no se ha hablado suficientemente sobre este hecho. Esta paz no ha abierto telediarios, programas radiofónicos nocturnos o editoriales de prensa. ¿Por qué? Sobre este punto, no puedo sino traer a colación una anécdota que relata Bill Bufford –periodista norteamericano– en su obra Entre los vándalos. En Valencia –Bufford no lo precisa, pero debía de tratarse de un partido de competición europea de algún club inglés–, un equipo de televisión español ofrecía 10 libras a cualquier hooligan que arrojase piedras, saltando y profiriendo palabras rudas. En definitiva: la violencia no sería tan reprobable si contribuyera a incrementar el número de espectadores; si generara riqueza.

Esta es la misma lógica bajo la cual se puede comprender cómo, mientras los hooligans clásicos dan un paso atrás y guardan silencio, otro tipo de hooliganismo se ha abierto paso sin pudor. Pero ¿a quién nos referimos? Principalmente, no deberíamos pensar en grupos encapuchados, portando armas arrojadizas en las manos y envueltos en cierta simbología particular. No. Pensemos, más bien…, pensemos en nosotros. Volvamos a la lógica de la anécdota relatada por Bufford en Valencia.

Observemos la lenta y ucrónica trayectoria de una navaja que penetra en los tejidos de un hincha rival, acabando en un sordo y anónimo grito de dolor. De repente, nubes oscuras se ciernen sobre el mundo, revelándose este más miserable, amenazante y peligroso. Solo se perciben gritos histéricos y las pisadas de la rápida huida del grupo agresor. El director, descontento, interviene: “¡Corten! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Así no! A ver, tú, el pringado de la navaja, ¿qué coño haces? ¿Tú no has estudiado, chaval? Sometimiento, muerte, pobreza… eso ya lo inventaron los del antiguo régimen y los totalitaristas. ¿Dónde está el fin social ahí? ¿Tú crees que esto es un buen programa electoral? ¿Para eso te pago yo 10 libras? No necesito manos rojas de sangre vana, sino manos negras de seductora prosperidad. ¡Espabilad! ¡Pensad algo!”

(Se cierra el telón. Susurros, carreras, retoques de maquillaje y prendas que vuelan de las manos de unos a otros. Se abre el telón).

Aparecen unas nietas cortesanas intimidadas por mostrar afecto a su abuela; menores de edad, a miles de kilómetros de sus hogares, viviendo con la inquietud de poder ser perseguidos; inmigrantes con golpes de calor arrojados a las puertas de ambulatorios; niños con síndrome de Down escuchando, en televisión, que deberían reprochar a sus padres por su existencia; un locutor de radio confesando su deseo de disparar contra ciertos diplomáticos; unos políticos animando, desde ágoras contemporáneas, a revivir viejas y crueles guerras; historiadores tratando de convencer de que no fueron 6.000.000 las víctimas de un genocidio, sino quizá…pongamos 1.000, y quizá…más culpables que víctimas; ancianos agonizando mientras, a lo lejos, la sociedad profiere diatribas sobre cervezas y bares; los representantes de la diosa e independiente justicia son presionados hasta sucumbir y, día a día, multitud de ciudadanos tratando de enriquecerse los unos de los otros, persiguiendo el mayor beneficio posible al menor coste.

“¡Ahora sí!”, vocifera victorioso el director. “A mí la Inquisición, si es necesario. ¡Mirad! Ni una gota de sangre, todos vivos, todos jurídicamente libres, todos jurídicamente iguales. Y se mueve. ¡La economía se mueve! Es el mejor de los mundos posibles”.

(El público va abandonando la función. Al salir, un amigo comenta a otro).

“Tío, a veces… no sé. Es como si…, es como si Schopenhauer tuviese razón, ¿sabes? Multitud de voluntades aisladas buscando su beneficio a costa de los otros. Como si fuésemos… neohooligans”.

El amigo le responde. “¡Eh! ¡Eh! ¡Tío! ¿Qué mierda de actitud derrotista y depresiva es esa? ¡Socorro!, grita. ¡Urgencias! ¡Es mi amigo! ¡Ayuda! ¡Unos negritos!, necesito unos negritos. ¡Rápido, joder! ¡O playas!, playas tailandesas, ¡o una catedral europea! Al menos una catedral. ¡Vamos! A ver, una crema hidratante… ¡Fotos, más fotos! Un pack de citas filosóficas, al ser posible muy lacónicas, positivas e impactantes. ¡Es importante! Y ahora una dosis de emprendimiento, de independencia financiera y desarrollo personal por vena.”

“Pues… ya me encuentro algo mejor, no sé…”, comenta el afectado. “Ha sido como… como empatía”. “Eh, tío, qué susto”, comenta el amigo. “Pensaba que te había perdido”.

_________________

Lorenzo Martínez Esparza es diplomado en Educación Social por la Universidad de Murcia

Más sobre este tema
stats