Plaza Pública

¿Todos insatisfechos?

El periodista francés Albert Camus.

Félix Santos

Dice Fernando Pessoa en su Libro del desasosiego que “todo lo que hacemos, en el arte y en la vida, es la copia imperfecta de lo que pensábamos hacer”. Y Juan Marsé confesó, en la misma onda, hace ya algunos años: “Ahora me gusta pensar que para el verdadero escritor cada novela que consigue terminar encierra para él un íntimo fracaso: solo él sabe la distancia que media entre el ideal que se propuso al empezar a escribirla y el resultado final obtenido. Incluso cuando consigue una obra que considera lograda”. “Ese tipo de fracasos íntimos quedan fuera del alcance de los más perspicaces críticos. Se trata de unas derrotas invisibles, calladas”, ha comentado Enrique Vila Matas al evocar la apreciación de Marsé (artículo titulado De lo que no suele hablarse, De lo que no suele hablarse, publicado en El País el 9 de junio de 2020).

Es muy posible que en numerosos casos ocurra como creen Pessoa, Marsé y Vila Matas. Porque la capacidad proyectiva y soñadora del ser humano puede alcanzar dimensiones cósmicas, o puede parecernos ilimitada, mientras que la ejecución de lo soñado ha de vérselas con materiales aleatorios, esencialmente limitados o contingentes (colores, líneas, volúmenes, sonidos, ritmos, palabras, giros lingüisticos...) Pero, aun así, cuesta trabajo reconocer que ciertas obras de arte dejaran insatisfechos a sus creadores.

Hay obras cuya perfección ha sido, y es, universalmente reconocida y admirada. El David de Miguel Angel, La Gioconda de Leonardo, Los hermanos Karamazov de Dostoievski, la Novena Sinfonía de Beeethoven, o el oratorio La creación de Haydn, por poner algunos ejemplos, ¿dejaron insatisfechos a sus creadores? ¿Quedó Miguel de Cervantes insatisfecho de su Don Quijote de la Mancha? ¿Ambicionó una narración y una articulación novelística de mayor perfección que la que consiguió?

Nos resulta dificil creer que, dada la indiscutible perfección de esas obras citadas, y de tantas otras de la historia de las Bellas Artes, sus autores se sintieran fracasados. Sería preciso conocer el estado de ánimo y los sentimientos más íntimos de esos creadores al término de su trabajo para poder afirmar con rotundidad si quedaron o no satisfechos, o si el grado de satisfacción tenía algunas fisuras.

Pocas veces los escritores, los pintores y escultores o los músicos han dejado testimonio sobre la opinión que les merecían sus obras desde el punto de vista de su calidad y perfección comparadas con lo que habían ambicionado al proyectarlas. Tenemos el testimonio de ciertos creadores sobre algunas de sus obras a las que han considerado deficientes o malas, y a las que han repudiado. El excelente pintor contemporáneo español Antonio Saura contó que había destruido un buen lote de obras suyas porque las consideraba fallidas. Y el gran novelista castellano Miguel Delibes era muy crítico con su primera y segunda novela, La sombra del ciprés es alargada y Aún es de día. Ambientada la primera en Ávila, con la que ganó a sus 27 años el Premio Nadal, fue calificada por la crítica como “pieza de gran calidad”. Él, sin embargo, sostenía que era “una novela floja, no por el tema sino por el tratamiento”. Se sentía insatisfecho y lo reconocía públicamente.

Algo parecido le ocurrió a Albert Camus con su novela La peste. Empezó a escribirla a los 25 años, en 1938, y la terminó, después de realizar múltiples correcciones, en 1947. Es una crónica de la humanidad, de los comportamientos humanos en tiempo de crisis. Camus rehuye el nihilismo. Sostiene que lo que se aprende en medio de los desastres es que “en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. La novela tuvo un gran éxito popular. Fue considerada una gran obra maestra. Sin embargo, Albert Camus no estaba satisfecho del texto en el que tanto había trabajado. Llegó a declarar: “Tengo la idea de que este es un libro totalmente fallido, que he pecado de ambición y este fracaso me resulta muy penoso. Yo guardo esto en mi alma como algo que me disgusta”. Ante el éxito de ventas del libro, Camus quedó perplejo. No podía sospechar que se convirtiera en un clásico de la literatura contemporánea. Ese éxito de ventas en 1947 ha vuelto a reproducirse durante la pandemia de 2020, siendo uno de los libros más leídos en toda Europa durante los meses de confinamiento.

Ignoro si otros destacados creadores, pintores, escultores, escritores o músicos..., autores de algunas de las obras que han sido valoradas unánimemente como cumbres del arte, se han sentido también insatisfechos con ellas.

Alguno hay, como nuestro Miguel de Cervantes, que, muy al contrario, reivindicó la calidad y valía de su obra ante la suplantación de que fue objeto. Lo hizo en el prólogo de la segunda parte del Quijote. En ese texto sale al paso de la falsificación que le hizo Avellaneda, del que se burla, si bien le agradece que escribiera que “mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas”. Cervantes concluye dicho prólogo alabando la segunda parte de la obra que ofrece al lector, de la que dice que “es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a Don Quijote dilatado y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantar nuevos testimonios, pues bastan los pasados, y basta también que un hombre honrado haya dado noticia de estas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas, que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aún de las malas, se estima en algo”. Cervantes, en definitiva, defiende y expresa que El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, en su segunda parte, es tan buena como lo fue la primera, y hasta agradece que un villano, como lo era el apócrifo Avellaneda, reconozca el ingenio de su obra.

También el poeta Antonio Machado se muestra satisfecho de su obra. En el autorretrato que incluyó en Campos de Castilla, que empieza con los conocidos versos: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla/ y un huerto claro donde madura el limonero...”, más adelante dice: “Y al cabo nada os debo; debéisme cuanto he escrito./ A mi trabajo acudo, con mi dinero pago/ el traje que me cubre y la mansión que habito,/ el pan que me alimenta y el techo donde yago”.“Debéisme cuanto he escrito”, dice el poeta, dejando sentado de esta manera que cuanto ha escrito, la valía de su obra, le hace acreedor de agradecimiento y deuda. Esa referencia de Machado en ese poema nos le muestra, sin lugar a dudas, satisfecho de su trabajo.

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No parece temerario concluir, en consecuencia, que no siempre ocurre lo que sostienen Pessoa, Marsé y Vila Matas.

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Félix Santos, periodista, exdirector de 'Cuadernos para el diálogo', es autor del libro 'Cuadernos para el diálogo y la morada colectiva', publicado por Postmetrópolis editorial en 2019.

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