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Política

La incógnita del liderazgo y el problema catalán bloquean la renovación del PSOE

Carme Chacón y, en primer plano, Alfredo Pérez Rubalcaba, el pasado 29 de abril en el desayuno informativo de José Antonio Griñán, presidente del PSOE y de la Junta andaluza.

Más allá de las filias y las fobias que generan Alfredo Pérez Rubalcaba o Carme Chacón, dentro y fuera del PSOE, con quien tiene un verdadero problema el principal partido de la oposición es con su propio electorado. Según el último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), correspondiente al pasado mes de julio, si se hubieran convocado elecciones generales este verano el PP las habría ganado con una ventaja de 5,3 puntos sobre los socialistas. A pesar de cosechar el peor dato de paro de la historia; a pesar de los recortes sociales y a pesar del mayor escándalo de corrupción política que ha protagonizado la derecha desde los tiempos de Romanones. Ante tan lúgubre paisaje, el PSOE obtendría hoy 1,5 puntos menos de apoyo que en las últimas elecciones generales, cuando sufrió el mayor batacazo de su historia. Se diría que el PSOE tiene un cable agarrado al lastre con el que va cayendo el PP, de modo que le acompaña en el naufragio.

Esa tozuda realidad, la de que el partido no levanta cabeza, es la que puede explicar el ruido generado por la decisión de Carme Chacón de renunciar al acta de diputada, dedicarse a la actividad docente en EEUU y regresar en junio de 2014 con la intención de seguir defendiendo “la renovación del partido y del sistema”. Como es obvio, si las perspectivas electorales fueran ahora mismo positivas, Chacón sería despedida por sus adversarios con el castizo “pista a la artista”. Al fin y al cabo, cuesta encontrar precedentes de alguien que abandone la silla política sin correr el riesgo firme de perderla para siempre.

La cuestión de fondo es el análisis de las causas por las que el PSOE no despega mientras Izquierda Unida sigue creciendo hasta rozar el empate en intención directa de voto, incluso a dar el sorpasso en algunos sondeos. Por el flanco derecho, UPyD recoge su parte del botín del desencanto hacia el PP tras arañar también parte del voto centrista del PSOE en algunos territorios. Ese análisis refleja una división de opiniones que es mucho más que eso, porque responde a distintas formas de entender el pasado y de abordar el futuro del PSOE, incluso a modelos diferentes de afrontar el desgaste del propio sistema político y las exigencias ciudadanas de nuevas formas de hacer política.

El diagnóstico

Un enfermo tiene difícil cura si sus médicos no se ponen de acuerdo sobre la causa del mal. Para la dirección actual del PSOE, la razón fundamental que explica el desastre permanente en las encuestas consiste en que la gente identifica el origen de la crisis económica y sus efectos sociales con la última etapa de Gobierno de Zapatero, y por tanto con el PSOE. “El electorado necesita tiempo para olvidar y perdonar los errores cometidos, pero sobre todo para captar las diferencias entre las políticas del PSOE y las del PP”, sostiene un miembro del equipo de Rubalcaba. Otros, entre ellos la propia Chacón, consideran que no se ha explicado bien lo ocurrido. “Estamos así porque la gente no sabe lo que ofrecemos ni nos cree sobre lo que hemos hecho”, dice la ya exdiputada catalana. Lo que late en primer lugar es una diferencia de fondo acerca de la administración de la “herencia recibida”. Y viene de lejos.

El mismo día de la investidura de Rajoy (20 de diciembre de 2011), una treintena de destacados militantes socialistas, entre ellos ex ministros como Chacón, Fran Caamaño, Fernando López Aguilar, Cristina Narbona, Josep Borrell y dirigentes territoriales, firmaron e hicieron público el manifiestoMucho PSOE por hacer. El texto combinaba la autocrítica (especialmente en la gestión de la crisis económica) con la reivindicación del legado de Zapatero (sobre todo en materia social y en la “erradicación” del terrorismo). Dos días después, apareció en el diario El País una carta firmada por 21 exsecretarios y exsubsecretarios de Estado de Gobiernos de Zapatero, encabezados por la actual portavoz parlamentaria, Soraya Rodríguez. Su título, Yo sí estuve allí, sólo podía interpretarse como una respuesta al manifiesto anterior. También reconocía “errores”, pero proponía “ejercer la autocrítica en primera persona del singular” y finalizaba con un agradecimiento expreso a Zapatero. Siempre ha negado Rubalcaba haber inspirado esa carta o haber hecho gestiones para recabar las firmas.

Desde entonces ha llovido: el 38º Congreso de febrero de 2012, en el que Rubalcaba derrotó a Chacón por 22 votos, y año y medio de gestión del nuevo secretario general. Lo cierto es que el PSOE parece seguir teniendo pendiente un relato preciso de lo que defiende como aciertos y de lo que asume (o no) como errores cometidos. Distintos observadores consideran clave una explicación convincente y apuntan que la ausencia de la misma contribuyó en Grecia a llevar al PASOK a la irrelevancia, mientras Ed Miliband ha dado un nuevo fuelle al laborismo en el Reino Unido hablando abiertamente de los errores de las etapas de Blair y de Gordon Brown y proponiendo un “cambio” que unificara el partido y conectara con la sociedad y con sus generaciones más jóvenes.

El crédito

No bastaría un diagnóstico político, por acertado que fuera, si quien lo escucha no se cree una sola palabra de quien lo emite. Hay que volver a las encuestas, y recordar que no son una biblia, sino fotografías que bien ordenadas en el tiempo reflejan tendencias sociológicas. Da igual que se escoja el CIS que Sigma Dos, MyWord o Metroscopia. El dibujo que reflejan es casi idéntico: no llegan al 9% los ciudadanos que confían en Rubalcaba, lo cual bate un récord (negativo) como jefe de la oposición, en paralelo al que también registra Rajoy como presidente del Gobierno, en el que sólo confía un 13,3% de la ciudadanía. Cierto que ambos arrastran la carga común del desprestigio de la política, agudizado siempre en tiempos de crisis. Pero ya nadie niega el carácter excepcional de esta crisis ni los rasgos también desconocidos del desgaste que producen en los líderes. Nunca un presidente del Ejecutivo obtuvo una valoración media tan baja como Rajoy (no llega a 3 sobre 10), pero tampoco el número uno del PSOE en la oposición se había situado en esa nota.

Si se repasa la historia electoral, el peso del liderazgo es mucho más importante para el PSOE que para el PP. La ex directora del CIS Belén Barreiro recuerda que Aznar llegó al poder sin alcanzar nunca los niveles de confianza y valoración de Felipe González, del mismo modo que Rajoy obtuvo la mayoría absoluta sin soñar siquiera con el 60% de confianza que Zapatero superó en 2004. Tiene que ver con otros factores, y muy especialmente con la tradicional fidelidad de voto del electorado conservador, muy superior al del espectro de la izquierda. En este sentido, a la socióloga le llama la atención el “paso a un lado” de Carme Chacón porque se aparta (provisionalmente al menos) quien en todas las encuestas encabeza las preferencias del electorado respecto a los supuestos aspirantes a liderar el PSOE, por delante de Eduardo Madina, Patxi López, Emiliano García Page o el propio Rubalcaba.

A menudo no coincide el crédito interno de un dirigente de partido con el que le otorga la ciudadanía. De ahí la enorme importancia que en la batalla del PSOE adquiere el formato concreto de elecciones primarias pendiente de decidir, motivo fundamental de disensión entre los distintos sectores. Cabe suponer que cuanto más abierto sea ese proceso más facilitará la renovación política que parece desear la mayoría de la ciudadanía, y por tanto más posibilidades tendría un partido de aspirar a una mayoría social. Así lo cree por ejemplo Odón Elorza, exalcalde de San Sebastián y promotor, junto a varios centenares de militantes, del Foro Ético que reclama primarias “abiertas y urgentes”, y con garantías de juego limpio, de igualdad de medios, de debates sobre contenidos y de presencia pública para los participantes. Lo han trasladado a la dirección federal y pronto darán nuevos pasos en esa reclamación.

Ocurrió así en Francia con Hollande, en un proceso abierto en el que participaron 2,5 millones de ciudadanos, que firmaban una carta de adhesión genérica a los “valores de la izquierda” y pagaban un euro como “tasa de participación”. Una dirigente del PSOE andaluz advierte sobre las diferencias entre el PSF y el PSOE: “El de Hollande es un partido de élites, con muy poca militancia, sin casas del pueblo ni sedes por toda la geografía. Ellos necesitaban captar gente, y aquí debemos seguir ofreciendo un plus a la capacidad de decisión e influencia de los militantes”. La dirección federal parece inclinarse también por un formato sólo abierto a un censo de simpatizantes, que quizás pueda incluir por ejemplo a miles de ciudadanos que han actuado como interventores para el PSOE en procesos electorales recientes. La Conferencia Política de noviembre, y más tarde un comité federal, tendrán que discutir y resolver esa incógnita fundamental.

Las ambiciones

Además de un diagnóstico certero y de un liderazgo creíble, el PSOE necesita hilvanar propuestas de soluciones ante una situación excepcional que castiga muy especialmente a los dos grandes partidos, considerados principales responsables políticos de casi todo lo que va mal. Y van mal demasiadas cosas. Responsables del PSOE de distintas sensibilidades admiten que uno de sus más graves problemas es el hecho de que una parte de su electorado potencial lo identifica con el establishment, con la transición, con el pactismo permanente, una institución más de las que habría que cambiar de arriba abajo. El perfil de Rubalcaba como político profesional, táctico de dilatada experiencia o “experto planificador de lo urgente, de los próximos días”, como lo define un excompañero de gabinete, abunda en esa imagen del partido. Al margen de la capacidad de convicción o de la confianza que inspire Rubalcaba, lo cierto es que no calan las propuestas de giro a la izquierda. La amenaza de denunciar los acuerdos con el Vaticano o las duras críticas a la banca chocan con el ya citado déficit de credibilidad.

Desde otros sectores del partido se reivindica que ya no sirven los mensajes o las palabras sino que la gente exige hechos. En ese campo pretenden los defensores de Carme Chacón que se ubique su retirada provisional, como una demostración de que se puede entrar y salir de la política, seguir formándose fuera de ella o adquirir experiencia fuera de España. Sus críticos interpretan el paso como un nuevo ardid “muy estudiado” y desde la dirección la acusan de “dar la espantada cuando peor están las cosas”. Los análisis sobre liderazgo reflejan que los dos principales reproches hacia los políticos tienen que ver con dos factores: la competencia y la honestidad. Si se pretende reformar el sistema y los modos de la política conectando con las aspiraciones de los ciudadanos, cualquier paso que lleve a mejorar la solvencia de un político podría ser apreciado, del mismo modo que salir de una lista en la que cuesta mucho entrar supone un riesgo y tiene un valor ético, a juicio de seguidores de Chacón.

De nuevo parecen confrontarse dos perfiles: un Rubalcaba que sigue transmitiendo su vocación de “sacrificio” por el partido, empeñado en “achicar agua en el naufragio”, y una Chacón con la ambición de conectar con los sectores sociales más desencantados con el PSOE y de marcar distancia con el pasado. Salvando muchos matices, se observa esa misma dicotomía en los otros dos nombres que más se barajan como aspirantes a encabezar el PSOE: Patxi López sigue la estela de Rubalcaba y podría heredar su capacidad para manejar las riendas del partido (con el rechazo de federaciones tan importantes como la andaluza), mientras Edu Madina responde a un perfil más abierto a las nuevas corrientes sociales.

El problema catalán

Los estudios sociológicos confirman lo que sostienen muchos analistas políticos, no sólo en España: los partidos socialdemócratas están pagando sus culpas por haber practicado desde el poder políticas económicas neoliberales. Por haber desdibujado o traicionado su genética de izquierda. Lo han venido advirtiendo desde el difunto historiador británico Tony Judt al reputado filósofo francés Edgar Morin: es necesaria una respuesta ideológica y práctica a la hegemonía ideológica de la derecha, y esa respuesta tiene que ver con las esencias democráticas, con los mimbres del Estado del Bienestar o con la necesidad de poner límites muy definidos a los poderes financieros. Y tiene que ver también con la globalización, con la explosión de las redes sociales y con los nuevos instrumentos democráticos que se reclaman para dar nuevo oxígeno a un sistema demasiado arcaico, demasiado opaco, demasiado injusto.

Pero en España esos retos políticos comunes al centroizquierda y a la izquierda de otros países quedan desplazados por la cuestión del modelo territorial y muy especialmente la tensión con Cataluña. Dirigentes de todos los sectores socialistas admiten que el PSOE (y España) tienen un enorme problema que quizás se complique todavía más en las próximas semanas y meses.

Presumía Zapatero de que el PSOE era el partido que “más se parece a España”, en referencia a su diversidad. El caso es que bajo su mandato pretendió dar respuesta a la reivindicación catalana de superar lo que consideraba un traje autonómico que le venía muy estrecho. Hacerlo sin pasar por una reforma constitucional de fondo no era sencillo, pero se torció del todo cuando el Tribunal Constitucional borró parte de los discos duros de un Estatut aprobado por el Parlament catalán, “cepillado” por el Congreso de los Diputados y refrendado por la ciudadanía catalana en referéndum. Aquella sentencia dio origen a un sentimiento de frustración política que hizo estragos especialmente en las filas del PSC, y que llevó a amplios sectores no nacionalistas a dar la espalda a España.

El PSOE está dividido acerca de Cataluña. Y el PSC está muy dividido acerca de España. Lo que piensan y defienden en este asunto Alfonso Guerra, José Bono, Rodríguez Ibarra, Guillermo Fernández Vara y otros se diferencia bien poco de un nacionalismo español históricamente atizado desde la derecha más rancia. Esas posiciones encuentran su reverso en los sectores más catalanistas del PSC, donde unos reivindican el derecho a decidir y otros se sitúan más cerca ya de los republicanos independentistas que de sus compañeros socialistas.

La propuesta del PSOE sobre una reforma constitucional para establecer un modelo nítidamente federal es compartida ampliamente en el partido, pero la complejidad del federalismo no puede competir con la eficacia política de las ideas de “unidad de España”, “independencia” o “derecho a decidir”.

El PSC está abierto en canal, con riesgo de escisiones y sin un liderazgo sólido. Quienes defienden las aptitudes de Carme Chacón, incluyen entre ellas la posibilidad de que “una catalana con una idea clara del Estado federal situada al frente del partido disolvería el radicalismo de otras posiciones”. Sus críticos le reprochan precisamente que se vaya a Estados Unidos cuando el debate interno acerca de Cataluña y la tensión generada por CiU y ERC va a marcar la agenda política de los próximos meses.

Si el voto socialista pasara a la irrelevancia en Cataluña, el PSOE tiene casi imposible ganar unas elecciones generales. Por eso resulta capital comprobar dónde desemboca la actual crisis del PSC y en general el reto de la consulta soberanista.

La incertidumbre

Aunque no sea por méritos propios sino por el rapidísimo y profundo desgaste del Gobierno, lo que las encuestas dibujan ahora mismo en voto directo es un empate entre PP y PSOE, y un escenario político muy fragmentado. A dos años aún de la cita electoral, cualquier variable puede alterar ese mapa, pero los especialistas consultados sostienen que es realista pensar que lo que salga de las urnas exija formar coaliciones de Gobierno o pactos puntuales que permitan gobernar. A priori sumarían PP y UPyD o PSOE e IU (como ha ocurrido ya en Andalucía). Preguntado un dirigente de Izquierda Unida por esa posibilidad, y por el nombre del candidato o candidata socialista con el que vería más factible un acuerdo, se limita a defender la experiencia andaluza: "lo demás es futurología". Los sociólogos insisten en que esta situación es absolutamente excepcional, y que el actual rechazo social al bipartidismo no tiene precedentes, como no lo tiene la ansiedad ciudadana por nuevas formas políticas y nuevas soluciones.

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Quedan tres meses para el ecuador de la legislatura y el PSOE tiene abiertas incógnitas fundamentales sobre discurso, sobre liderazgo y sobre Cataluña. La sorpresa provocada por la decisión de Chacón pone los focos de nuevo sobre esos retos pendientes de resolver. Un dirigente vasco advierte que uno de los mayores peligros para el PSOE sería pensar que “se ha tocado fondo” y que poco a poco sus perspectivas electorales mejorarán. La primera cita electoral a la vista (las europeas de mayo de 2014) medirá de alguna forma la “profundidad” del agujero.

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(Este texto se ha elaborado sobre la base de conversaciones mantenidas con dirigentes del PSOE de distintas federaciones, miembros de la dirección federal, seguidores de Chacón, dos ex ministros, un dirigente de IU y dos sociólogos).

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