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La renta básica en el discurso de la izquierda

Portada de El fénix rojo.

Luis Fernando Medina

['El fénix rojo. las oportunidades del socialismo', se presenta el proximo martes 21 de octubre, a las 19:00 horas, en la librería Blanquerna de Madrid. Publicamos aquí uno de los capítulos del ensayo, que obtuvo el Premio Catarata 2014, dedicado al análisis de la renta básica. El autor del libro, Luis Fernando Medina, es colaborador de infoLibre]

La renta básica es una de las propuestas concretas más promisorias del ideario de la izquierda en este momento. Se habla mucho de alternativas al capitalismo, especialmente ahora que tras la crisis de 2008 se encuentran expresiones de malestar inclusive por fuera de la izquierda. Pero siempre el debate público se estrella contra la aparente falta de alternativas. La renta básica es una alternativa. Una alternativa que se puede expresar en detalle, como ya hemos visto. Si mañana, mediante algún prodigio de la política, un partido socialista tomara el poder con mayoría absoluta en cualquier país, con un mandato clamoroso para implementar la renta básica, tendría a su disposición una verdadera carta de navegación que podría seguir desde el primer día. Sabría qué tipo de legislación sería necesaria, podría calcular los montos sostenibles de renta básica, su impacto fiscal y macroeconómico, podría calcular las fuentes de financiación y así sucesivamente. Se podría llevar a la práctica con la misma precisión, con los mismos criterios técnicos con que se aplica cualquier presupuesto del Estado en una democracia moderna. En ese sentido, es una de las propuestas de transformación social más realistas que existen.

Por supuesto, para superar al capitalismo no basta con tener cartas de navegación. Más aún, la renta básica no es, en sí misma, una alternativa al capitalismo. De hecho, goza de simpatías entre sectores de la derecha libertaria que han formulado ideas muy similares. Tal vez el caso más conocido sea la propuesta de Milton Friedman de un “impuesto negativo al ingreso”. Según esta propuesta, el impuesto al ingreso debe determinarse como una fórmula lineal del ingreso (“impuesto de tarifa plana”), pero que su valor sea cero para cierto ingreso mínimo. De esta manera, a quien tenga un ingreso por debajo de dicho valor mínimo le correspondería un “impuesto negativo”, es decir, tendría derecho a un pago del Gobierno. Aunque parezca impensable en nuestro tiempo, esta propuesta fue considerada seriamente durante la Administración Nixon e incluso llegó a ser discutida en el comité legislativo correspondiente en el Senado de Estados Unidos, en aquel entonces de mayoría del Partido Demócrata. Otra muestra más de cuánto se ha desplazado hacia la derecha el centro de gravedad ideológico en la democracia más importante del mundo.

Pero, aunque la renta básica no es en sí misma equivalente a socialismo, es sin duda uno de los pasos más certeros que se pueden tomar para transformar la lógica subyacente del capitalismo actual. Dentro de la tradición socialista, la renta básica es importante no sólo por la solidez técnica de su propuesta, sino porque apunta en forma directa y explícita a una visión alternativa de sociedad.

Más allá de la conveniencia de la renta básica, lo que importa para los propósitos de estas páginas es su contribución a la regeneración ideológica del socialismo. Obviamente la renta básica es igualitaria. Como ya vimos, la lógica misma de la propuesta lleva a que haya compresión salarial aunada a la erradicación de la pobreza extrema. Pero no es esa su principal fortaleza.

La renta básica invita a los ciudadanos a imaginar espacios sociales de libertad individual y colectiva que no están sometidos a las lógicas impersonales del Estado y el mercado. Por eso genera ansiedad. La primera reacción de los individuos cuando se enfrentan a la propuesta es de incredulidad, imaginando auténticas pesadillas en las que la renta básica destruye la civilización a medida que todos los ciudadanos se entregan a los peores tipos de ocio. Pero esa misma ansiedad es síntoma del carácter genuinamente subversivo de la propuesta. Todas las evidencias indican que los seres humanos son esencialmente productivos, creativos. Si por algo la raíz etimológica de la palabra “escuela” es skholé (“ocio” en griego) es porque para los seres humanos el ocio es una oportunidad de descubrir, de explorar, de inventar. No es así como se concibe el ocio en las sociedades modernas, pero esto es sin duda el resultado de procesos económicos y sociales enraizados durante mucho tiempo, pero que pueden comenzar a revertirse. Cuando se enmarca la idea de una renta básica dentro del principio de libertad real se está poniendo de relieve que, más que una política de erradicación de la pobreza (algo muy valioso, por supuesto), se trata de una invitación a repensar las estructuras institucionales que habitamos para liberar potencialidades humanas que han estado adormecidas.

Es de esperar que una propuesta utópica demasiado audaz genere rechazo y temor. Por eso una de las virtudes de la renta básica es que no se presenta como una utopía ya acabada, sino más bien como el primer paso para ir construyendo otros tipos de sociedad. Hay muchas variantes de renta básica, como ya hemos visto. Algunas de ellas pueden ser bastante tímidas. Por ejemplo, en el Tercer Mundo se han ido extendiendo programas de transferencias condicionales, transferencias de dinero a las familias más pobres a condición de que manden a sus hijos a la escuela y mantengan un régimen de chequeos médicos periódicos. Generalmente gozan de gran popularidad y del beneplácito de los templos del poder como el Banco Mundial y muchos han sido implementados por gobiernos de derecha. Ninguno de estos programas ha destruido ni al capitalismo ni a la civilización occidental. Aún distan mucho de parecerse a un programa de renta básica serio. Los montos involucrados no siempre son adecuados y además no está claro que exista un compromiso político serio para mantenerlos en caso de que llegue una recesión severa. (Conviene recordar que la crisis económica actual no se ha sentido tanto en América Latina). Pero poco a poco podrían irse transformando en uno.

Traigo a colación estos programas no porque quiera exagerar sus logros (aunque los hay) o porque desconozca sus innegables limitaciones, sino porque sirven para ilustrar un punto importante para los avances futuros del socialismo: en política hay que saber combinar imaginación y pragmatismo. Es importante presentar ideas ambiciosas, pero también es necesario entender las ansiedades que esas ideas generan y así obtener también victorias pequeñas, paso a paso. En ese sentido, la renta básica ocupa un lugar casi único en el socialismo moderno: dada su gran gama de versiones, es una idea que se puede amoldar a las circunstancias políticas del momento, volviéndola más ambiciosa y radical en tiempos propicios o más modesta cuando lo prioritario sea más bien abrirse paso poco a poco.

Pero en medio de esa flexibilidad programática es importante no perder de vista lo que está en juego: la posibilidad de redefinir el papel del mercado y del Estado, creando una esfera de libertad y cooperación que no puede ser absorbida por ninguno de los dos. Ese es el punto de partida de una nueva poiesis del socialismo, de una nueva visión del mundo que se ofrezca como diferente al actual, pero al mismo tiempo capaz de preservar sus avances y darles una mayor potencial emancipatorio.

Hay otra razón para darle importancia prioritaria a la renta básica a pesar de que se trata de una reforma relativamente moderada: su articulación con otras propuestas y agendas del socialismo de nuestro tiempo. Para resurgir en toda su plenitud, el socialismo debe recuperar su sentido polisémico, su capacidad de invitar e involucrar a sectores diversos, a veces con las causas más dispares. Como ya vimos más arriba, existe en la actualidad una multitud de movimientos, cada uno de los cuales se ve a sí mismo como crítico del capitalismo, pero son incapaces de cohesionarse en torno a una visión socialista alternativa. La renta básica genera la posibilidad de que muchos de esos movimientos crezcan, dándole así nueva vitalidad y diversidad al socialismo.

Para ilustrar este punto me referiré a tres agendas que ocupan un lugar destacado en la izquierda de nuestro tiempo: el ecologismo, el feminismo y el cooperativismo. Las tres agendas pueden interactuar en forma fecunda con la renta básica.

Comencemos por el caso del ecologismo. Los movimientos ecologistas han venido haciendo un esfuerzo por reemplazar la perspectiva del consumidor por la de la especie, o incluso la del planeta. En esta tradición, el criterio de legitimación de las políticas e instituciones no es su eficiencia económica, sino su sostenibilidad, es decir, su capacidad de mantener la vida de la especie humana en el largo plazo, un criterio que sólo se puede cumplir si al mismo tiempo se preservan otras especies.

Es imposible saber de antemano si la renta básica contribuiría a reducir el impacto ambiental de las sociedades modernas. Pero hay razones para creer que sí, aunque tal vez los efectos solo serían visibles en el mediano plazo y con un programa de renta básica bastante ambicioso. En principio, dado que la renta básica busca abrir nuevas alternativas de ocio, es de esperar que estas nuevas alternativas resulten menos consumistas y, por tanto, menos gravosas para el medio ambiente que las que están disponibles hoy en día. Si, gracias a la renta básica, los individuos tuvieran más oportunidades para acometer proyectos creativos voluntarios en sus comunidades, podría ocurrir que descubran que allí hay opciones de realización que no pueden encontrar en el consumo desaforado. Pero, una vez más, hay que admitir que esto pertenece al terreno de la especulación.

En cambio, hay otra interacción mucho más directa entre ecologismo y renta básica. Cada vez está más claro que la industrialización del siglo XX se basó en la ficción de que los recursos naturales eran ilimitados. Resultó ser una ficción costosa, como lo ponen en evidencia los problemas de los gases invernadero o el agotamiento de los acuíferos. Ahora bien, ¿de quién son esos recursos? ¿Quién es el dueño de la atmósfera? He aquí un caso en el que el discurso dominante basado en nociones de propiedad procedentes del siglo XIX no es capaz de abordar un problema contemporáneo. Es cada vez más claro que cualquier solución a los problemas ambientales del futuro pasa por reconocer la contribución de la atmósfera y el agua a la producción. Siendo así, resulta intuitivamente claro que el ingreso que se obtenga por el uso de dichos recursos, bien sea mediante mercados de permisos, o mediante impuestos, es propiedad de todos los individuos. Es decir, esos recursos deberían ser la base para financiar un programa de renta básica. La carga de la prueba la deberían tener los opositores. Deberían ser ellos quienes tuvieran que justificar otra forma distinta de asignar ese ingreso. Una vez más vemos una interesante inversión de papeles: son los defensores de la renta básica los que pueden ofrecer una propuesta responsable, razonable, acorde con las intuiciones normativas más sencillas, mientras que los oponentes, que se solazan en llamarse a sí mismos “serios” y “realistas”, no tienen nada que ofrecer al respecto.

Probablemente el feminismo haya sido, como suele decirse, una de las revoluciones más exitosas de la historia. Aunque aún persisten muchísimas injusticias de género, no hay duda de la magnitud de los avances obtenidos, su celeridad y su consolidación. Al igual que el ecologismo o las nociones de libertad real, el feminismo ha logrado proponer una óptica más universal de la sociedad, volviendo visibles las estructuras de poder patriarcal y, por ese mismo acto, invitando a los hombres a cuestionarlas. Dadas estas afinidades, es pertinente preguntarse si el paradigma de la libertad real tiene puntos en común con el feminismo.

La respuesta es afirmativa. La renta básica es una propuesta de política que contribuye a atacar muchos de los mismos problemas que han estado en el centro de las luchas feministas. En principio, la compresión salarial que produce la renta básica no tiene por qué estar ligada a temas de género, pero el hecho tozudo es que muchos de los trabajos con menor remuneración siguen siendo desproporcionadamente femeninos. Por lo tanto, reducir la brecha salarial es, indirectamente, reducir la brecha de ingresos entre hombres y mujeres. A pesar de los avances obtenidos por las mujeres, sigue siendo cierto que las labores domésticas, que transcurren por fuera del mercado laboral, recaen en forma más onerosa sobre las mujeres. Como la renta básica consiste precisamente en desligar el ingreso de la participación en el mercado laboral, implícitamente equivale a reconocer mediante una remuneración tangible el trabajo doméstico que hoy en día se mantiene invisible a los ojos del mercado y de las cuentas nacionales del PIB y el crecimiento.

Uno de los peores flagelos a los que se enfrentan muchas mujeres en nuestra sociedad es la violencia física y psicológica a manos de sus parejas. Con su carácter incondicional, la renta básica puede aliviar un tanto este problema en tanto que le da a mujeres atrapadas en tal situación una opción para emanciparse en aquellos casos en los que la dependencia económica es responsable de prolongar la pesadilla. Está claro que las decisiones reproductivas afectan a las mujeres en el mercado laboral mucho más que a los hombres. Tener hijos suele alejar a las mujeres del empleo, lo cual perjudica sus perspectivas salariales de largo plazo. Uno de los objetivos de la renta básica es dar más oportunidades a los individuos, independientemente de su género, para entrar y salir del mercado laboral de acuerdo a sus necesidades de educación o de sus intentos de reformular sus proyectos de vida. En ese contexto, el mercado dejaría de ensañarse con las mujeres que deciden tener hijos, ya que tener periodos sin empleo formal pasaría a ser parte de la experiencia normal de cualquier ciudadano. Hoy en día sólo los Estados de bienestar más avanzados han logrado universalizar el acceso a guarderías. La renta básica contribuiría a resolver este problema. Dado que el cuidado infantil tiene notorias economías de escala (cuidar de tres niños es sólo un poco más difícil que cuidar de dos), la renta básica permitiría que muchas comunidades pequeñas formaran acuerdos de cuidado mutuo sin tener que sufrir un costo económico prohibitivo.

No es para nada accidental que existan tantas afinidades entre el feminismo y la renta básica. Al fin y al cabo, históricamente las mujeres han estado más lejos de disfrutar de una libertad real que los hombres. Por tanto, es de esperar que una política que coloca como su norte la libertad real beneficie especialmente a las mujeres.

El cooperativismo es una de las tradiciones más venerables en la búsqueda de alternativas al capitalismo. En su larga historia ha tenido no pocos éxitos, así algunos de ellos se encuentren hoy en dificultades como lo muestran los problemas recientes del grupo Mondragón en España, uno de los referentes del cooperativismo en todo el mundo. El cooperativismo apela a un conjunto de valores que gozan de gran aceptación: la idea de que los seres humanos deben tener la posibilidad de ejercer cierto control democrático sobre su lugar de trabajo es algo prácticamente incontrovertible. Así lo demuestra el hecho de que el cooperativismo casi nunca ha sido fuente de conflicto político. Se encuentran simpatizantes en la izquierda, pero también en la derecha; el pensamiento social católico lo acoge entusiasta. Inclusive, dado que, como decía La Rochefoucauld, la hipocresía es el tributo que el vicio le rinde a la virtud, prácticas que de otro modo resultarían inaceptables mejoran su perfil público cuando se les coloca bajo el rótulo de cooperativas. Por ejemplo, hoy en día si una empresa quiere deshacer sus contratos laborales y tercerizar parte de sus operaciones (outsourcing) puede contratar a una “cooperativa”, que muchas veces no es más que una empresa de servicios temporales que no ofrece ninguna garantía laboral a sus miembros.

Pero, si el cooperativismo goza de tanta legitimidad, ¿por qué no se extiende más? Como alternativa de sociedad resulta muy atractiva, pero en la práctica sus avances transcurren con una lentitud pasmosa. Desde el punto de vista del raciocinio que he desarrollado en este ensayo, la razón es muy sencilla: el cooperativismo encarna una forma particular de la perspectiva del trabajador en un mundo en el que el consumidor se ha erigido ya como dominante. Dicho en forma más directa: las cooperativas, en tanto que otorgan derechos a sus trabajadores que una empresa puramente capitalista no concede, les queda más difícil competir en el mercado con bienes de buen precio que es lo que, en realidad, quieren los consumidores.

El ideal para cada individuo es disfrutar como trabajador de todos los derechos democráticos que ofrece el cooperativismo, pero al mismo tiempo poder acceder a bienes y servicios baratos producidos por empresas que no tengan empacho en contravenir esos derechos si es necesario para reducir costos. Desde el punto de vista de los consumidores, el punto de vista que prevalece en el mercado, la eficiencia es el criterio último, por encima de la autonomía, solidaridad o cualquier otro valor que el cooperativismo pueda defender.

Por supuesto que hay cooperativas que son capaces de competir en el mercado, como lo muestra el ya citado caso de Mondragón. Pero se trata de éxitos muy difíciles de difundir. En principio existen mecanismos de política pública para estimular al sector cooperativo. Por ejemplo, el Gobierno podría tener una política de créditos oficiales subsidiados. O podría usar su poder de compra para privilegiar a empresas cooperativas a la hora de buscar proveedores. Pero, como lo muestra el caso de Venezuela, en la práctica los resultados pueden llegar a decepcionar. El Gobierno de Venezuela ha acometido un intento deliberado por desarrollar el cooperativismo. Desde cierta óptica los resultados son admirables: el tamaño del sector cooperativo como participación de la producción nacional se ha duplicado. Pero en términos reales esto quiere decir que ha pasado de ser el 1 por ciento a ser el 2 por ciento del PIB. Venezuela es el país que más cooperativas crea en el mundo, pero también el país que más cooperativas destruye. Algunos intentos muy audaces, como por ejemplo la entrega de la siderúrgica SIDOR al control obrero, se han enredado en múltiples batallas políticas y como resultado ha habido pérdidas de productividad en empresas clave.

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Nada de esto quiere decir que haya que desistir de esos planes. Siempre es posible aprender de los errores del pasado, de modo que no se debería descartar que si el Gobierno de Venezuela persiste en sus esfuerzos pueda llevar al sector cooperativo a los niveles que necesita para volverse viable por sus propios medios.

Pero en este punto surge una interacción interesante entre el cooperativismo y la renta básica. A fin de cuentas, la renta básica constituye, en cierto modo, un subsidio indirecto a la formación de cooperativas. Si una cooperativa tiene dificultades para que sus beneficios le garanticen a sus miembros un ingreso aceptable, la renta básica puede ser precisamente el tipo de suplemento que estos necesitan para seguir involucrados en el proyecto.

Conviene recordar que la renta básica no es simplemente una política de reducción de la pobreza o de estabilización de ingresos. Es una propuesta que busca liberar a los ciudadanos para que puedan acometer todo tipo de proyectos productivos y creativos que hoy en día son condenados a una muerte prematura por los dictámenes del mercado. El capitalismo ha distorsionado tanto las nociones prevalentes de ocio que ya a muchos les cuesta trabajo imaginar una vida productiva fuera del mercado laboral. En ese sentido, el programa político de la renta básica tiene que afrontar el reto de indicarle a los ciudadanos que hay otras opciones, que la renta básica no es simplemente un recurso más contra la penuria, sino que es una invitación abierta a imaginar nuevos espacios de cooperación y nuevas vías de realización individual.

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