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Crónica política tras el 24-M

Arranca la cuenta atrás para las generales: ni el PP está muerto ni el PSOE ha resucitado

Mariano Rajoy, durante su intervención en la clausura de la 31 Reunión del Círculo de Economía. EFE

En un punto coinciden todos los dirigentes políticos y expertos consultados tras el 24-M: casi nada es lo que aparenta a primera vista, y tanto los partidos (emergentes o veteranos) como sus líderes dependen de su propia capacidad de acierto y error para cosechar lo que han sembrado o para perder definitivamente los restos de los menguados graneros electorales. Todos corren riesgos serios y cuentan con muy poco margen (máximo hasta noviembre con el verano por medio) para definir y consolidar el papel que jugarán en una próxima legislatura que se augura apasionante, compleja, quizás refundacional y, probablemente, breve.

Ni el resultado del PP es en términos de voto tan catastrófico como aparenta su pérdida de poder institucional, ni la recuperación de poder institucional por el PSOE refleja fielmente la realidad de que sigue perdiendo apoyo electoral a raudales. Ni Ciudadanos ha logrado ser tan decisivo en el rol de bisagra que las expectativas abiertas (y alimentadas desde ámbitos empresariales y mediáticos) pronosticaban, ni el innegable éxito de Podemos y de las plataformas de confluencia garantiza su extrapolación a las generales. Hay un segundo punto de coincidencia en los análisis de lo que se avecina: unos pocos nombres propios, personales y topónimos, que serán claves para el desenlace de esta cuenta atrás, y entre los que destacan los de Mariano Rajoy, Madrid, Valencia y Cataluña.

Verdades y mentiras del 24-M

La reacción esquizofrénica en el PP tras las elecciones autonómicas y municipales tiene relación directa con la mentalidad de un partido nacido para mandar, y para hacerlo con mayoría absoluta. Perder de una tacada todas esas mayorías que pintaban una España azul desde 2011 Despeñaperros arriba (con las excepciones de Asturias, Euskadi y Cataluña) ha sacado de quicio a miles de dirigentes y cuadros que se ven obligados a recoger enseres personales y a abandonar despachos oficiales. Por supuesto que el batacazo ha sido considerable (respecto a los comicios de 2011, el PP ha perdido 2,5 millones de votos), y que Rajoy ha tenido que tragarse su primera versión (“somos la primera fuerza”, “no haremos cambios”…) tras las bofetadas inmediatas de sus propios barones territoriales.

“Es absurdo salir a decir más o menos que aquí no ha pasado nada y que simplemente hemos comunicado mal”, reconoce en privado un miembro de la dirección del PP. “Parecemos esas folclóricas que decían aquello de que 'el público no me entiende' cuando se estrellaban. Es como culpar a los ciudadanos por no enterarse de que lo hemos hecho muy bien. Y no es verdad; es que hemos hecho muchas cosas mal y hay que asumirlo”. Rajoy se ha visto metido en un sándwich entre los dirigentes expulsados del poder en sus comunidades o ayuntamientos que le culpan como primer responsable del fracaso, y los asesores más cercanos que le muestran la botella medio llena: una parte importante de esos dos millones y medio de votos perdidos pueden encontrarse en el 35% de abstención registrada, y por tanto aún son recuperables de aquí a las generales.

Lo admiten dirigentes de otros partidos y expertos electorales que han asesorado a otras formaciones. Aunque aún no haya estudios precisos sobre trasvases de voto y perfil de abstencionistas, lo cierto es que Ciudadanos (nuevo competidor directo del PP) ha obtenido un total de 1,5 millones de votos, y que el PSOE ha perdido 700.000 respecto a 2011. El nivel de participación ha sido similar, y nadie niega una movilización mayor en la izquierda y “en los sectores que apuestan por cambio”, como explica Carolina Bescansa, responsable de la Secretaría de Análisis Político y Social de Podemos. De modo que no parece descabellado pensar que hay muchos anteriores votantes del PP que se han quedado en casa. “Sin duda, la abstención esta vez ha castigado al PP”, coincide Belén Barreiro, ex directora general del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y responsable del instituto MyWord.

Lo que no ofrece tampoco dudas es que la corrupción ha pasado factura a Mariano Rajoy y los suyos. Como analizaba en estas mismas páginas el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, casi la mitad del voto perdido por el PP corresponde a las comunidades de Madrid, Valencia y Baleares, centros neurálgicos de los más sonoros escándalos que han marcado esta legislatura, y cuya gestión política queda retratada en el hecho de que las candidaturas a los ayuntamientos de Madrid y Valencia eran encabezadas por Esperanza Aguirre y Rita Barberá, respectivamente.

Pocos en el PP discuten en privado que la gestión de la corrupción y la negativa de Rajoy no ya a asumir responsabilidades sino prácticamente a hablar del asunto durante la campaña tienen mucho que ver con el desastroso resultado.

Por eso el propio Rajoy tiene en sus manos la posibilidad de recuperar credibilidad en su electorado más fiel o de dilapidar la poca que le queda. Después de su primer amago de autosatisfacción tras el 24-M, ahora ya maneja cambios, aunque nadie sabe con exactitud el alcance de los mismos. Este mismo sábado, ante el Círculo de Economía que congrega al empresariado catalán cada año en Sitges, dijo que “ahora toca aprender de los errores y corregir los defectos”. Pero dejó claro que no cambiará una coma de su política económica y presumió por anticipado de “la gran alegría” que a todos nos dará el dato de paro de mayo que se hará público el próximo martes. Lo cual equivale a decir que la estatua sigue en su sitio. Cuando todo el mundo percibe que la batalla está en la política y no sólo en la economía (cuyos buenos datos macroeconómicos no son mérito del Gobierno ni pueden ocultar la indignación generalizada por la desigualdad galopante), Rajoy se encastilla en el discurso de “la recuperación”. En el PP temen que Rajoy se limite a unos cambios cosméticos de rostros y puestos en el Gobierno y en la cúpula del partido sin abordar las cuestiones de fondo. Reputados analistas, como José Antonio Zarzalejos, vaticinan en esa hipótesis que Rajoy y el PP se irán “por el sumidero” en las generales.

El discurso del 'capitán' Sánchez

En el PSOE se transmite exactamente la sensación contraria a la que vive el PP. La posibilidad clara de recuperar el poder en varias comunidades autónomas y de compartirlo en ayuntamientos puede llevar al autoengaño de que ha triunfado el 24-M. Pedro Sánchez, ante el comité federal, ha proclamado en la mañana del sábado que el PSOE “lidera el cambio” y que se ha ganado “a pulso la confianza” de los electores. Un expresidente de comunidad autónoma y ministro de varios gobiernos socialistas recuerda que “no es lo mismo ganar que ocupar poder gracias a la pérdida del otro”. El PSOE ha caído 700.000 votos respecto a las municipales de 2011, y si recupera espacios de poder institucional es fundamentalmente por la debacle del PP. Se diría que el futuro urgente del partido socialista depende sobre todo de sus aciertos y errores en la gestión de los pactos de gobierno.

Pedro Sánchez, con estos resultados, ha ganado más tiempo que confianza interna. Del mismo modo que en el PP no se ve margen (ni fórmulas) para un cambio de liderazgo, en el PSOE ha quedado prácticamente zanjado cualquier debate sobre el cartel de las generales. Susana Díaz renuncia a dar la batalla (al menos por ahora) y bastante tiene con intentar hilvanar un apoyo que le permita gobernar Andalucía. Las primarias del PSOE auguran un paseo para Sánchez, cuyos verdaderos obstáculos radican en el manejo de los pactos autonómicos y municipales y en el desgaste que le puedan producir antes de las generales.

La política de pactos deja asomar de nuevo las distintas almas que conviven y compiten en el PSOE. La vieja guardia, la que aún venera a Felipe González y se retroalimenta con los editoriales del diario El PaísEl País, sigue considerando prioritario garantizar “la gobernabilidad”, “la estabilidad” que reclaman desde el Ibex-35 al Círculo de Economía catalán, donde también ha hablado estos días Pedro Sánchez para intentar trasladar que “la inestabilidad política se encuentra en La Moncloa y se llama Mariano Rajoy”. No es una cuestión de edad, como demuestra la impresionante anécdota protagonizada en el comité federal por un militante de 93 años, Eustaquio, que ha arrancado a Sánchez la promesa de no pactar “nunca” con el PP.

Este mismo jueves, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero analizó los resultados del 24-M para destacar que lo que venía definiéndose como una atmósfera antisistema o antipartidos ha terminado dando “más responsabilidad que nunca a los partidos, que tendrán que forjar acuerdos y programas conjuntos para gobernar”. Lo cual requiere una “cultura del talante” que, a juicio de Zapatero, anticipa que “puede ir bien el diálogo entre PSOE y Podemos”.

Hasta el 24-M, la posibilidad de acuerdos entre Sánchez e Iglesias despertaba urticaria en amplios sectores de ambas formaciones, pero los resultados electorales establecen, como apunta Belén Barreiro, “un escenario multipartidista y fragmentado en el que se conforman dos grandes bloques: uno del centro-derecha y otro de la izquierda en un sentido también amplio. Es cierto que el bipartidismo no ha bajado mucho en comparación con las elecciones europeas, pero si se suma el voto en cada uno de esos grandes bloques, sale una ventaja de un millón de votos a favor de la izquierda”.

Un exministro de gobiernos de González y de Zapatero advierte que la clave para el PSOE está en “no perder la identidad” y tener en cuenta la “experiencia histórica”, en referencia al precedente del tripartito catalán. Este dirigente, que apoya las tesis sobre pactos defendidas por Susana Díaz, cree que “hay que examinar caso por caso, sin frentismos, sin bailar el agua al PP pero sin disolvernos en Podemos”. Las distintas fuentes consultadas en el PSOE asumen que, en los próximos meses, el PP dispone de dos herramientas que Rajoy va a exprimir al máximo: el descrédito que pueda derivarse de pactos electorales contradictorios y la cuestión de Cataluña.

Podemos y los sectores “del cambio”

Todos los actores del tablero político son conscientes de que el calendario otorga una influencia fundamental tanto a los resultados inmediatos de los pactos como a esa citada clave catalana. Pero se parte de un análisis diferente sobre el 24-M. Carolina Bescansa da más importancia a parámetros como la edad de los votantes, la dicotomía ciudad-campo o el nivel de formación que a las referencias ideológicas de derecha e izquierda. Para la analista y dirigente de Podemos, “lo más relevante de estos resultados es que los sectores más urbanos, más formados y de edades entre los 25 y los 45 años, que son los que siempre encabezan los cambios socio-políticos profundos, han votado mayoritariamente por el cambio”.

Bescansa considera que hay muchos matices para el análisis y que existen factores territoriales y locales que condicionan también las conclusiones, pero que “en general es claro el carácter declinante del voto estructural al sistema”. En este sentido, el también exdirector del CIS Fernando Vallespín, apunta que el 24-M han perdido poder los partidos ante las “plataformas populares con liderazgos claros”, y añade que “no se trata de cambiar un partido por otro. La gente quiere otra cosa, aunque no sepamos con claridad qué”.

Conscientes de que la lupa estos próximos meses estará puesta sobre pactos y plataformas, Bescansa admite que Podemos se juega en buena parte el resultado de las generales con “las políticas públicas que consigamos aplicar en los próximos meses en Madrid, Barcelona, Coruña o Santiago”. Dicho de otra forma, Manuela Carmena, Ada Colau o los líderes de las mareas que han logrado alcaldías importantes en Galicia y otras comunidades van a visibilizar éxitos o fracasos y van a crear una imagen más moderada o más radical, más eficaz o más utópica, de lo que representa Podemos.

Respecto a la clave catalana, hay sectores en el PP que empujan en la dirección de aprovechar al máximo la convocatoria electoral de Artur Mas, fijada para el 27 de septiembre, con el fin de envolver a Rajoy en la bandera española y exprimir el miedo al independentismo como hizo recientemente su correligionario David Cameron en Gran Bretaña. El argumentario podría contribuir a polarizar el debate político entre el PP y Podemos, que hace un discurso con rasgos patrióticos o españolistas que dejan las propuestas de reforma constitucional del PSOE en una posición más ambigua. La búsqueda del voto útil, en esa hipótesis, podría favorecer al PP. Frente a las impresiones que durante la campaña apuntaban a una pérdida de peso del soberanismo, el análisis de los resultados del 24-M muestra la evidencia de que CiU sale tocada en términos de poder, pero el soberanismo en su conjunto pasa del 38% al 45% de apoyo en Cataluña. En Euskadi, el retroceso de Bildu favorece al PNV.

La fuerza real de Ciudadanos

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Pese a conseguir el 6,5% de los votos municipales y la posibilidad de decidir el poder en cuatro comunidades autónomas, Ciudadanos inicia la cuenta atrás hacia las generales con menores expectativas de las que prometía el 24-M. Los expertos coinciden en una explicación: las encuestas han sobredimensionado a Ciudadanos porque es muy bien valorado por gente que no lo vota. Del mismo modo que parece claro que quien no vota al PP o a Podemos declara su rechazo en los sondeos, Ciudadanos tiene una valoración más positiva que la que luego es convertible en votos.

También se ha confirmado que hay un flujo de votos entre PP y Ciudadanos que irá en un sentido o el otro dependiendo de las circunstancias, y que puede variar según los efectos de los pactos en los que participe el partido de Albert Rivera. El mapa de cuatro fuerzas políticas separadas por escasos porcentajes de voto sigue vigente, pero encuestas posteriores al 24-M, como la que este mismo sábado ha hecho pública La Sexta, dejan a Ciudadanos en cuarto lugar y a mayor distancia de PP, PSOE y Podemos.

La consideración de las generales como una “segunda vuelta” del 24-M se extiende, con la reserva de que no sirven de mucho los antecedentes históricos cuando las condiciones políticas, económicas y sociales han variado a gran velocidad en poco tiempo. Toma cuerpo la sensación de fin de ciclo y la posibilidad de que la próxima legislatura, gane quien gane las generales, podría ser breve. Contra la constante presión de los círculos económico-financieros y de sus tentáculos mediáticos, los interlocutores consultados admiten que la fragmentación dibujada podría ser una oportunidad para abordar reformas constitucionales o de la ley electoral indispensables para modernizar la democracia española. Desde una mayoría absoluta es nula la disposición a arriesgar el poder abriendo un proceso que termina obligatoriamente en referéndum y nuevas elecciones.

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