Corrupción en el PP

La lenta caída al vacío de Rita Barberá

Sergi Tarín | Valencia

Hubo un tiempo en que ella lo era todo. Una palabra suya elevaba o hundía, enfriaba o calentaba. Era la jefa de la ciudad y del partido. Fue alcaldesa de Valencia, de la Generalitat y de España. Y aunque nadie osó pintarla en una copla, sí tuvo pasodoble fallero, sin letra, pero con muchas trompetas y timbales. Al Ayuntamiento llegó de rebote en 1991 y no lo abandonó hasta mayo de 2015. Sus adversarios creían en su inmortalidad política y en su despacho se repartían todo tipo de órdenes, consejos y bendiciones. No pasó un día sin multitudes, agasajos o festejos. Y ella sentía que el pueblo la llevaba por las calles como a una virgen peregrina.

Así vivió Rita Barberá hasta el pasado 26 de enero. Aquella mañana estalló el operativo Taula y la omnímoda se recluyó en casa para observar tras los visillos la hemorragia y el derrumbe de una ciudad solo para sus ojos. Y tras semanas de repasar mudas de poder vencido, Barberá regresó este jueves a la vida pública. Lo hizo para dar su versión de las investigaciones que apuntan a una presunta financiación ilegal del PP regional y un blanqueo de capitales por los que ya están imputados 50 políticos y asesores del grupo municipal. Desde el juzgado de instrucción 18 creen que Barberá también estaría involucrada y se han iniciado los trámites para dar traslado al Supremo, único tribunal que puede interrogar senadores al estar éstos aforados.

Barberá compareció en la sede del PP sola, sin la presencia de un solo cargo ni miembro del PP valenciano. Fue una hora de requiebros gramaticales y estados de ánimo, del victimismo al mordisco feroz –casi innato– hacia la izquierda. También la escenificación magistral de su ocaso político donde pasó lista a los que están y ajustó cuentas con los que la han dejado caer. Una recomposición del núcleo duro, “mi familia y una docena de amigos de verdad, a los que incluyo en mi familia”, que en Valencia tiene como máximos exponentes a Alfonso Novo, su sucesor, y Francisco Camps. Este último ofreció el pasado lunes una rueda de prensa en la que realizó una encendida defensa de una Bárbera “incapaz de llevarse ni un paquete de rosquilletas”. Una nómina de afines con representación en la cúspide. “Doy gracias a mis buenos amigos Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal”, señaló Barberá, quien amplió la lista a Alfonso Alonso, Rafael Catalá, José Manuel Barreiro y Celia Villalobos.

“Avalancha de explicaciones”

Y en la otra orilla están los que han exigido a Barberá “una avalancha de petición de explicaciones” que le ha provocado un “inenarrable dolor anímico” hasta el punto de “dar gracias a Dios de que mis padres no vivieran ahora”. En especial se refirió “a compañeros de partido que con mayor o menor sensibilidad me han dicho que me vaya”. Algo que Barberá tachó de precipitado “en algunos casos por juventud”. “Se lo que cuesta el esfuerzo de hacer un partido, llevo 40 años, el complicadísimo momento que vive España, el complejo y duro trato que estoy recibiendo”, relató antes de solicitarles “sosiego y templanza”.

Pero la exalcaldesa de Valencia no se contuvo a la hora de señalar algunos nombres propios. Uno de los más críticos ha sido su compañero en el Senado y expresidente de la Generalitat, Alberto Fabra, de quien dijo Barberá que tal vez “no se enteraba de ciertas cosas cuando era el máximo dirigente del partido”. De hecho, Barberá y Fabra mantuvieron una dura pugna por el control interno, sobre todo después que ésta llevara el timón durante los meses en los que Camps estuvo alejado mentalmente del Consell por sus problemas judiciales con la Gürtel.

Tras la derrota electoral de Alberto Fabra, le substituyó Isabel Bonig, actual presidenta del PP valenciano, quien contó con el apoyo sin fisuras de Barberá. Y ha sido precisamente Bonig la más insistente a la hora de exigirle explicaciones y dar un paso al lado. “Cuidado con los que decís”, fue el SMS que Barberá cruzó con Bonig, tal y como reconoció este jueves: “Envié dos SMS a dos personas, en los mismos términos, pero no con iguales palabras o líneas. Sé perfectamente quién filtró saltándose palabras. Mucha gente en el partido sabe que lo que estaba demostrando era dolor por deslealtad”. “Estábamos recomponiendo el partido y me jugué la cara por ellos”, ahondó Barberá.

Y otra de las heridas abiertas lleva el nombre de alguien cercano. Barberá admitió la “relación distante y fría” con Alfonso Grau, uno de sus más fieles y veteranos colaboradores, desde 1995, y a quien había cedido poderes casi absolutos, durante la pasada legislatura, dentro del organigrama consistorial. Un desencuentro que arraigó tras su dimisión por el caso Nóos en marzo de 2015 y que llegó a su clímax tras la publicación de unas conversaciones en plena campaña electoral en las que su asesora de confianza y esposa de Grau, María José Alcón, hablaba con Marcos Benavent, “el yonqui del dinero” de Imelsa, sobre comisiones y mordidas en grandes proyectos municipales. El cese de Alcón y su caída de las listas hizo zozobrar la amistad entre Barberá y Grau, quien siempre ha creído que su esposa ha sido sacrificada como único chivo expiatorio.

No hay manta ni tiro de la manta”, subrayó una Barberá con alusiones a Gramsci y Marañón. Todo con la misma y eterna sonrisa de Musa de las Olimpiadas del Humor de 1973, cuando trabajaba en Radio Valencia “y hacía mis pinitos con reportajillos, como ustedes”. Es la sonrisa de carmín inamovible de quien siempre ha creído que no existe nada más trágico que la expresión de decadencia en una fotografía.

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