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Julián Casanova

La investigación, interpretación y escritura de la historia de la Guerra Civil española ha experimentado notables cambios en las tres últimas décadas desde la conmemoración, en 1986, del cincuentenario de su comienzo, la primera vez que aquel acontecimiento fue recordado y debatido en España en libertad, con diversos actos organizados por algunas universidades e instituciones públicas. Treinta años después, tenemos varios cientos de libros más, acompañados de importantes reflexiones y puestas al día en numerosos artículos en revistas científicas, además de un auténtico boom de documentales, testimonios y divulgación de recuerdos. Una literatura que no cesa, que inunda las librerías, a caballo entre el interés de muchos y el cansancio de otros.

El hecho de que la memoria, o más bien las memorias enfrentadas, se hayan convertido últimamente en eje importante del debate cultural, político e incluso historiográfico indica, por un lado, la fuerza de la persistencia de la Guerra Civil y del franquismo, de un pasado que no quiere irse ni ser olvidado y, por otro, la confrontación entre historia y recuerdos. Los hechos más significativos de la Guerra Civil han sido ya investigados y las preguntas más relevantes están resueltas, pero esa historia no es un territorio exclusivo de los historiadores y, en cualquier caso, lo que enseñamos los historiadores en las universidades y en nuestros libros no es lo mismo que aquello que la mayoría de los ciudadanos que nacieron durante la dictadura o en los primeros años de la actual democracia pudieron leer en textos de Bachillerato. Además, millones de personas nunca estudiaron la Guerra Civil o porque no cursaron Bachillerato o porque nadie les contó la guerra en las asignaturas de Historia.

Los principales avances en el conocimiento de la Guerra Civil se han producido gracias a un grupo notable de historiadores que comenzó a plantear grandes preguntas y reflexiones al material investigado sobre las causas del golpe de Estado, la violencia que generó, la internacionalización del conflicto, la evolución política en las dos zonas y sus protagonistas. Hubo que desafiar primero a la versión histórica de los vencedores de la Guerra Civil, desmontar los mitos de la propaganda franquista, y construir después desde un amplio abanico de fuentes, descubiertas muchas de ellas con el acceso a nuevos archivos, una historia diversa, plural, alejada de ortodoxias, combinando los procedimientos analíticos y técnicos de la investigación rigurosa con la imaginación y el cuidado narrativo.

Los primeros que lo intentaron, con los mimbres disponibles entonces, hace ya más de más de medio siglo, fueron los hispanistas británicos y estadounidenses, autores como Gabriel Jackson, Hugh Thomas o Stanley Payne, y la síntesis, la belleza literaria y el rigor empírico siguen siendo las señas de identidad de sus herederos. Están presentes, de forma muy clara, en las casi 900 páginas de La guerra civil española, de Antony Beevor (Crítica, Barcelona, 2005) y en la extensa obra de Paul Preston, convertido ya en la figura central del hispanismo británico sobre la España del siglo XX, quien sabe siempre buscar nuevos horizontes para sus investigaciones y abrirlos al mismo tiempo a sus discípulos. Su narración sigue siendo fundamentalmente política, pero algunos de sus trabajos recientes dedican un espacio considerable a la biografía, a las historias singulares de hombres y mujeres, a quienes la guerra hirió o marcó sus vidas. El de la biografía así tratada es un terreno apenas labrado por los historiadores españoles y lo que ofrece al final Preston, con sus monografías y síntesis, es uno de los retratos más completos y divulgados, en español e inglés, de la Guerra Civil española (puede verse, como resumen, La guerra civil española, Debate, Barcelona, 2006).

Historia oral e historia cotidiana

La obra de Helen Graham continúa en cierta forma la de Preston: sus monografías sobre el socialismo y la República en guerra están basadas en una notable base documental y tienen como ejes cruciales el análisis de la política y del conflicto de clases. Pero en su concisa y sugerente aproximación (Breve historia de la guerra civil, Espasa Calpe, 2006) hay un enfoque más sociocultural, con miradas más amplias a la historia de las mujeres.

Ésa es una tendencia que se ha consolidado, por otro lado, entre los hispanistas británicos más jóvenes, que atienden menos al discurso explícito de los dirigentes políticos y mucho más a la identidad de grupos, rituales y percepciones culturales. Y también entre algunos historiadores españoles, que aúnan la solvencia de sus planteamientos con el rigor empírico y la elegancia narrativa. Carlos Gil Andrés es uno de ellos y el lector lo podrá comprobar en su Españoles en guerra. La Guerra Civil en 39 episodios (Ariel, 2014), una síntesis de biografías de los principales actores, descripciones de eventos singulares y explicaciones sencillas de procesos complejos.

Entrevistar a hombres y mujeres que habían vivido la Guerra Civil es algo que hizo por primera vez Ronald Fraser a finales de los años setenta. El resultado fue Blood of Spain (Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Crítica, Barcelona, 1979), que en el subtítulo de la traducción al castellano recogía precisamente el término “historia oral”, en un momento en el que no se solía hablar mucho de ese método, y se convirtió en la mejor guía para descubrir las historias escondidas en las dos mitades en que se partió España, las opiniones de las personas que rara vez aparecían representadas en los documentos históricos. Uno de los principales valores de la obra de Fraser, y creo que es por lo que muchos la admiramos desde nuestra primera lectura, es que transmitía las entrevistas como narraciones, con un estilo y lenguaje que sintetizaba de forma magistral la doble faceta objetiva y subjetiva de la historia.

Si juzgamos los avances en la historia de la Guerra Civil por la base empírica aportada, no ha habido, en los últimos 15 años, ningún terreno más fértil que el de los estudios sobre la represión, las víctimas de la guerra y de la violencia política. Antes de los años noventa, los estudios sólidos sobre ese tema tan amplio y relevante eran escasos, lo cual ha sido un argumento esgrimido por algunos para confirmar que, algo de olvido, con pacto o no, y de silencio había habido durante los primeros años de la Transición y de la democracia. Cuando se conmemoró el 60 aniversario del comienzo de la guerra, en 1996, las investigaciones sobre la violencia política habían dado un vuelco radical. La síntesis que sobre ese tema elaboramos varios historiadores (Julián Casanova, Josep María Solé y Sabaté, Joan Villarroya y Francisco Moreno, coordinados por Santos Juliá) dos años después, titulada Víctimas de la guerra civil (Temas de Hoy, 2008), sólo pudo hacerse gracias a los datos e informaciones que habían sacado a la luz numerosos estudios de historia local en la década anterior. Y desde entonces, la bibliografía no ha dejado de aumentar, hasta culminar en la reciente y monumental aportación de Paul Preston, la mejor prueba y más documentada de aquel tiempo de conflictos violentos, de sus orígenes, proceso y consecuencias (El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después, Debate, 2011).

El principal mérito de esa extensa bibliografía es que ha logrado plasmar una fotografía exacta de la violencia política en las retaguardias de los dos bandos que lucharon en la guerra. Conocemos gracias a ella el origen, los objetivos, los soportes ideológicos, los actores, aunque más a las víctimas que a los verdugos, las diferentes fases por las que atravesó y sus consecuencias. Se ha elaborado un aparato conceptual para definir las diversas manifestaciones del terror y, como resultado de ese diálogo entre las investigaciones empíricas y las principales teorías sobre la violencia política, la historia de la destrucción del contrario que se abrió con el golpe militar de julio de 1936 apenas tiene zonas ocultas. Algo o mucho se ha tenido que mover en la historiografía española para que un buen grupo de historiadores, jóvenes y no tan jóvenes, haya descifrado la historia, los mitos y las memorias del terror rojo y del fascista, de la violencia de clase y de género, del exterminio del contrario en nombre de Dios y de la Patria y de la cruel y obsesiva persecución sufrida por el clero.

La Guerra Civil española se manifestó en un violento combate político sobre los principios básicos en torno a las cuales debía organizarse la sociedad y el Estado. Para los españoles ha pasado a la historia por la tremenda violencia que generó. Pero, pese a lo sangrienta y destructiva que pudo ser, la Guerra Civil española debe medirse también por su impacto internacional, por el interés y la movilización que provocó en otros países.

España, un símbolo mundial

En el escenario internacional desequilibrado por la crisis de las democracias y la irrupción del comunismo y del fascismo, España era, hasta julio de 1936, una país marginal, secundario. Todo cambió, sin embargo, a partir de la sublevación militar de ese mes. En unas pocas semanas, el conflicto español recién iniciado se situó en el centro de las preocupaciones de las principales potencias, dividió profundamente a la opinión pública, generó pasiones y España pasó a ser el símbolo de los combates entre fascismo, democracia y comunismo.

Lo que era en su origen un conflicto entre ciudadanos de un mismo país derivó muy pronto en una guerra con actores internacionales. Hace ya años que Ángel Viñas abrió caminos en ese complicado asunto de las dimensiones internacionales de la guerra y, entre su extensa obra, el lector puede acudir a La República en guerra: Contra Franco, Hitler, Mussolini y la hostilidad británica (Crítica, 2012).

El historiador no sólo narra, sino que ofrece también lecturas críticas del pasado e introduce debates y diálogo con otros investigadores, revisando mitos y lugares comunes, enfrentándose a las mentiras y propaganda con cientos de documentos y lecturas pertinentes. Uno de los que mejor ha hecho eso en nuestras universidades es Enrique Moradiellos, siempre atento a miradas historiográficas profundas, a la diversidad interpretativa y a la historia con matices (1936. Los mitos de la Guerra Civil, Península, 2004).

Enrique Moradiellos: “En tres días, un golpe militar se transformó en una guerra civil”

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Para reconstruir esos acontecimientos más allá de los mitos y memorias, los historiadores tenemos que ampliar el foco, las fuentes y las técnicas de interpretación. E introducir la comparación, una estrategia ajena a la formación académica de la mayoría de los historiadores españoles. Si usamos la comparación como estrategia, la cuestión fundamental no es presentar el pasado de forma “objetiva”, porque ya sabemos que los acontecimientos pretéritos no llegan al historiador en estado puro, sino buscar, a través de similitudes y diferencias con otros países europeos, los rasgos distintivos de la historia de España en ese período convulso. Eso es lo que intenté en España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española (Crítica, 2013), un libro que apareció primero en inglés para mostrar a los lectores extranjeros una fotografía de los hechos más significativos y de sus principales actores, la historia de un golpe de Estado contra la República, de la lucha por el poder que desató y de los violentos conflictos que afloraron por todas partes.

Diez libros, en definitiva, para combatir la ignorancia y las manipulaciones. El lector puede recurrir a ellos, a los de otros muchos historiadores solventes o a los de propagandistas y aficionados a la historia encargados de transmitir en un nuevo formato, con panfletos bien cocinados y preparados para la divulgación, las viejas tesis franquistas. Ochenta años después de su final, puede ser el momento de aprender cosas básicas que todo ciudadano informado debería saber sobre la Guerra Civil, pero nunca le enseñaron.

Más allá del recuerdo testimonial y del drama de los que sufrieron la violencia, las generaciones futuras conocerán la historia por los libros, documentos y el material fotográfico y audiovisual que seamos capaces de preservar y legarles. Archivos, erudición, análisis, debates y buenas divulgaciones de los conocimientos. Eso es lo que necesitamos para seguir construyendo las partes del pasado que todavía quedan por rescatar. La propaganda y la opinión son otra cosa.

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