Elecciones gallegas

La absoluta solidez de la mayoría conservadora en Galicia

El voto en las autonómicas gallegas.

Alberto Núñez Feijóo y el Partido Popular serán los preferidos por los electores gallegos convocados a las urnas este fin de semana. Así lo anticipan todas las encuestas publicadas por los medios, la euforia electoral del presidente del funciones, Mariano Rajoy, y privadamente hasta los responsables de campaña de los partidos de la oposición. Socialistas y nacionalistas hace años que se resignaron a que los conservadores sean siempre los más votados. Su estrategia desde hace casi tres décadas se limita a tratar de resquebrajar la mayoría absoluta del PP para hacer posible un gobierno alternativo. Y sólo lo han conseguido una vez.

Basta un simple vistazo a la evolución del voto en las elecciones al Parlamento de Galicia desde el aterrizaje de Manuel Fraga en la política autonómica, hace ahora 27 años, para mostrar claramente la solidez de la mayoría del PP. Los conservadores nunca han bajado del 44% (ocurrió la primera vez que Fraga se presentó, nada más ceder el bastón de mando del partido a José María Aznar, y ya nunca han vuelto a acercarse a ese suelo electoral) e incluso hasta en tres ocasiones se han permitido el lujo de superar el 50% de los votos emitidos.

Semejante volumen de sufragios se ha traducido siempre de mayoría absoluta. Seis de siete votaciones, hasta la fecha. Ni siquiera cuando la perdieron, en las elecciones de 2005, fue como consecuencia de un retroceso significativo: obtuvieron un 45,8% de los votos emitidos. Para entender lo abrumador de esa cifra basta poner un ejemplo: en las elecciones generales sólo una vez un partido, el PSOE de Felipe González en 1982, logró un porcentaje superior.

¿Qué sucedió, entonces, para que el PP perdiese la mayoría absoluta en 2005?

El gráfico que encabeza esta información muestra el motivo principal: socialistas y nacionalistas, las únicas fuerzas parlamentarias alternativas al Partido Popular, sumaron aquel año el mayor porcentaje de voto conjunto de su historia: un 52,53% de los votos emitidos. Aunque esos casi siete puntos porcentuales de diferencia a punto estuvieron de no ser suficientes para romper la mayoría absoluta del PP: PSOE y BNG contabilizaron 38 escaños, sólo uno más que la candidatura conservadora.

El récord de votos del PSdeG y BNG de aquel año es lo que explica que, con el mismo porcentaje de apoyo ciudadano, el PP se quedase en 2005 con 37 diputados (por debajo de la mayoría absoluta) pero consiguiese sumar 41 en 2012 (tres escaños más de los que Feijóo necesitaba para gobernar en solitario).

La extraordinaria movilización de votantes socialistas de aquel año alcanzó un porcentaje insólito para el PSOE gallego (33,6%) que nunca ha vuelto a repetirse. El BNG ya había iniciado su decadencia electoral, pero aún era capaz de atraer a casi dos de cada 10 votantes. Emilio Pérez Touriño al frente del PSdeG y Anxo Quintana como cabeza de cartel del Bloque (Xosé Manuel Beiras acababa de retirarse) se beneficiaron del viento a favor del cambio político que un año antes había aupado a José Luis Rodríguez Zapatero a la Presidencia del Gobierno.

Además, el PP de José María Aznar había metido a España en la guerra de Irak y acababa de mentir sobre la autoría de los atentados yihadistas del 11M. Y apenas tres años antes, la indignación había prendido como nunca antes en la sociedad gallega como reacción a la catastrófica gestión que los gobiernos de Madrid y Santiago habían hecho del desastre natural provocado por el naufragio del Prestige, el petrolero griego que tiñó de chapapote la costa gallega. Y aún así, con todos esos elementos a favor de la oposición, y aunque no logró revalidar su mayoría absoluta, el PP hizo una excepcional demostración de fortaleza y consiguió sumar un 45,8% de los votos.

Con alta abstención y sin ella

El PP se mantiene en Galicia por encima del 44% desde 1989, indiferente a los vaivenes de la política nacional (sus mejores cifras coinciden con los últimos años de Felipe González pero también con la doble legislatura de Aznar) y, en contra de una falsa creencia muy asentada en Galicia, su éxito es completamente ajeno a las cifras de participación.

Los conservadores gallegos arrasan si la gente vota masivamente (sucedió en 2009; ese año la participación alcanzó el récord del 64,43%) y cuando la abstención se apodera de la jornada electoral (en 2012 votó apenas el 54,9% del censo).

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La fortaleza del PP, antes con Fraga y ahora con Feijóo, tiene que ver en primer lugar con su hegemonía en el campo de la derecha, donde ha sabido achicar el espacio a todas las formaciones que, desde los ochenta, han intentado disputarle ese espacio. Algunas por su cuenta, como la fracasada Coalición Galega que quiso emular la experiencia nacionalista moderada del País Vasco y Cataluña. Otras en coalición, como los Centristas de Galicia, que dominaron durante un tiempo la política ourensana.

En segundo lugar, guarda relación con la división política de sus adversarios, escindidos entre la socialdemocracia de un PSOE con escasa base social y muy dependiente de los liderazgos estatales y un nacionalismo con una marcado carácter independentista y rasgos nítidamente izquierdistas. Esa duplicidad, que desde hace cuatro años se ha ampliado a tres fuerzas políticas (PSdeG, BNG y En Marea) limita la capacidad de los partidos alternativos a la hora de traducir votos en escaños. Y hay un tercer elemento que juega a favor de la solidez parlamentaria del PP gallego: una ley electoral que desde siempre ha sobrerrepresentado en la Cámara las provincias del interior (Lugo y Ourense), tradicionalmente más conservadoras, frente a las circunscripciones atlánticas (A Coruña y Pontevedra). La distorsión es tal que los 657.000 electores lucenses y ourensanos representan apenas el 24% del censo, pero deciden casi el 40% de los escaños del Parlamento.

Casi garantizado un suelo electoral del 44%, la confianza del PP en una victoria el domingo tiene mucho que ver con la debilidad de PSdeG, BNG y En Marea, a los que ninguna encuesta otorga un porcentaje de apoyo preocupante para sus intereses.

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