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Millones de fieles alojan en su mente la fantástica idea de una madre común a todos los hombres, cuyo insólito y más alabado mérito es haber concebido una criatura de manera totalmente pasiva y sin la “mancha” de haber copulado, sin el baldón de haber deseado y gozado de hacerlo. O quizá sea el dudoso honor de haber sufrido una fecundación forzada, pero sin sexo, y aceptarlo dócilmente. Inmaculada. Purísima. A diferencia de las demás madres, las de verdad, que están todas manchadas y son impurísimas. Un poco guarrillas. Por algún siniestro motivo, ese milagro contra natura es crucial para sostener todo el estrafalario aparato de sus creencias religiosas y realizar el caprichoso propósito de un supuesto dios que, pudiéndolo todo, decide meterse en los jardines de encarnarse y sufrir el desprecio de sus criaturas por amor a ellas, después de aleccionarlas con un tesoro de crípticas parábolas y acertijos ambiguos, y bla, bla, bla… Visto lo visto en bancos y cajas de ahorro ¿qué mejor nombre para una entidad financiera que el de este epítome de la falsedad y el engaño?
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Supongo que ahora sus abogados aducirán la jurisprudencia de las sentencias de Rato y Blesa (y, ya de paso, la de Urdangarín y Torres) y no entrarán en prisión.
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