Economía

El capitalismo de las plataformas digitales pierde la máscara "colaborativa"

Protesta de taxistas contra Uber.

La última fase del capitalismo extremo se presenta en la puerta con sonrisa amable, traje de diseño y buenas palabras. O palabras distintas, al menos. Es uno de sus rasgos peculiares. Las ideas tradicionalmente vinculadas a los conceptos de "trabajo" y "propiedad" quedan desdibujadas en medio de una nube de términos de apariencia más próxima a las relaciones sociales o, en todo caso, a las estructuras económicas horizontales: "compartir", "colaborar", "acceder"... Se trata de que nada recuerde a las referencias laborales clásicas. Un borrado minucioso del fordismo. Las palabras proscritas son "turno", "salario", "contrato", "horario", "uniforme"... Por supuesto no se "despide", porque nunca se contrató. Se "desconecta". Es decir, se prescinde de los servicios del "colaborador", o incluso del "cliente", tal es la subversión terminológica. El objetivo último de las empresas es no aparecer siquiera como tales. Ser "plataformas", meras "intermediadoras" entre particulares o profesionales. Instrumentos de la "economía colaborativa". Pero, ¿se está desconchando esta fachada? Esta misma semana dos de los puntales de este fenómeno, Deliveroo y Uber, han recibido sendos varapalos: uno en forma de acta de la Inspección de Trabajo, considerando que los repartidores de Deliveroo son asalariados y no autónomos, como pretende la empresa; otro en forma de sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, obligando a Uber a asumir sus obligaciones como empresa de transporte, y no como mera plataforma.

"Empresas como Deliveroo o Uber no tienen nada que ver con la economía colaborativa, que consistía en poner de acuerdo diferentes necesidades y que todas las partes ganaran. Viene todo muy bien envuelto, pero al final son grandes empresas que buscan el máximo beneficio evitando en todo lo posible la responsabilidad fiscal en los países en los que funcionan y la responsabilidad laboral con los trabajadores", señala Gonzalo Pino, secretario de Política Sindical de UGT. "El capitalismo, beneficiándose de la falta de legislación, ha encontrado una nueva vía de negocio que pone en riesgo el mercado de trabajo tal y como lo conocemos", afirma Pino. Y añade: "Si no paramos esto, acabará con el contrato de trabajo. Cuando llegue el momento de la deflagración, será tan fuerte como la crisis del boom inmobiliario". Adrián Todolí, profesor de Derecho del Trabajo especializado en economía digital, afirma que una expansión de este modelo sería además "incompatible" con el mantenimiento del Estado del bienestar a medio plazo.

Así describe Uber su actividad: "Uber pone a disposición de usuarios y conductores su tecnología, a los primeros para desplazarse por la ciudad y a los segundos para ofrecer servicios de transporte. Los conductores son clientes de Uber, tan importantes como los pasajeros, y trabajamos cada día para ofrecerles la mejor propuesta para que nos elijan". De modo que los conductores son clientes. El enfoque causa espanto en el ámbito sindical, que advierte la amenaza de una especie de feudalismo digital con sonrisa reluciente. La política laboral de las empresas consiste en reducir a la mínima expresión el compromiso con los trabajadores. Se produce una sublimación de la más aplastante lógica del beneficio capitalista. Es lo que se conoce como uberización del empleo. A los trabajadores ni siquiera se les considera tales, sino en todo caso usuarios de sus plataformas digitales. Y siempre por cuenta ajena.

  Repartidores con su móvil y su bici

Los riders de la multinacional británica de reparto a domicilio Deliveroo son autónomos que ponen el móvil y la bicicleta y, tras firmar un contrato mercantil, reciben acceso a una aplicación que les suministra trabajo como delivers. Estos riders, sobre el papel, tienen la libertad de organizarse. Ése es el aliciente que vende Deliveroo. "Prometen libertad. Dicen: 'Eso de estar sujeto ocho horas a un trabajo es antiguo. Ahora puedes trabajar las horas que quieras, como te vengan bien, sin ataduras'", explica Gonzalo Pino, de UGT. Ha sido una de las grandes habilidades de las empresas de la "economía de plataformas", "economía de pequeños encargos" o "de bolos" ("gig economy", en inglés): sacar partido de las necesidades de una juventud precaria que, en vista de la escasez de salidas profesionales, ha empezado a dar valor al acceso, más que a la propiedad, y a tratar de sacar algo positivo de esa incierta sensación de libertad que da la inestabilidad, al menos mientras acompañan las fuerzas. Existe una "monetización" de las necesidades socioeconómicas de una clase media empobrecida por la gran recesión. Porque este modelo sólo puede desplegarse en un entorno laboral de escasez, con el requisito de que abundante mano de obra esté dispuesta a trabajar por poco.

El modo de contarlo de la empresa. "Deliveroo brinda flexibilidad a los riders, adaptando el trabajo a su estilo de vida y cumpliendo con las características de los trabajadores por cuenta propia, entre ellas la libertad de aceptar encargos, la libertad de horarios, la aportación de los medios de producción y la asunción de riesgo económico", afirma la compañía. No es eso lo que ha establecido al acta de Trabajo, que la empresa recurrirá. Lo que ha detectado la inspección es que en realidad Deliveroo ejerce un exhaustivo control sobre estos autónomos, a los que debería tener en nómina. Es la empresa –según Trabajo– la que decide turnos, horarios, zonas de trabajo, vacaciones, condiciones. Así Deliveroo disfruta, según Trabajo, de todo lo bueno de un trabajador pero sin dar de alta en la Seguridad Social ni pagar las cotizaciones del régimen general. Además el medio de producción fundamental aquí no es la bici, ni el móvil, sino la plataforma digital. Y ésta pertenece al cien por cien a Deliveroo.

  La promesa de la flexibilidad

"La empresa vende flexibilidad, pero es mentira. Para que te den 30 horas, tienes que estar disponible 60. La bici y el teléfono los tienes que aportar tú, pero ellos te hacen pagar 100 euros de fianza por una batería, un soporte para el móvil y una mochila. Al final, después de pagar todos los gastos, IRPF, gasolina y cuota de autónomo, me quedaban 600 euros al mes. Y sin horario fijo, sin libertad para vacaciones, sin vida familiar...", describe Daniel Gutiérrez, de 25 años, extrabajador de Deliveroo.

La compañía defiende que Trabajo ha resuelto su inspección –que prevé recurrir– examinando un modelo laboral que ya ha cambiado. "Confiamos en que se demuestre la condición de autónomos de los riders, como así lo han manifestado sentencias recientes en el Reino Unido y Francia”, apunta un portavoz de la compañía, que destaca que Deliveroo crea "oportunidades laborales" para más de 1.600 personas entre riders, empleados y nuevos contratos en restaurantes.

  Una tentación en todos los sectores

Casi cualquier sector de la economía es susceptible de la penetración de empresas de la gig economy. Transporte de personas (Uber, Cabify), reparto a domicilio (Deliveroo, Glovo), limpieza (Get Your Hero), formación (Sharing Academy)... Es posible montar una plataforma para cualquier actividad. Empresas tradicionales ya lo están haciendo, caso de Amazon y Seur. ¿Y mañana? ¿Querrá una gran superficie un trabajador en nómina si puede montar una plataforma de la que los vendedores "autónomos" sean "usuarios"? La lógica subyacente a esta carrera arrancaría con Lidl o con Raynair. A una empresa le irá mejor cuanto más haga el cliente. Cultura self-service. El siguiente paso lo dan Airbnb y otras plataformas de intercambio de casas. Se trata de que los usuarios se saquen un dinerillo poniendo sus recursos a disposición de la empresa, que se dedica a poner en contacto a usuarios y a llevarse su comisión.

Deliveroo, Uber, Cabify y otras compañías llevan toda esta lógica un paso más allá: si con Airbnb pones una habitación pero no te conviertes en trabajador de Airbnb, con Deliveroo pones tu bici –o tu moto– y tu móvil, pero también tu fuerza de trabajo. Y tampoco eres trabajador de Deliveroo, sino un "prestador de servicios" que se sirve de una plataforma. Es un impresionante salto mortal. "Es la misma lógica del outsourcing y la subcontratación llevada al límite. Es un paso más en la economía de la fragmentación y la externalización del proceso productivo. Te convierto a ti en un empresario, transfiriéndote todas mis obligaciones con respecto a tus derechos. Toda la parte del coste empresarial es para el trabajador", resume Ernest Gutiérrez, analista del Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

  Antes del derecho del trabajo

"Este modelo supone volver al siglo XIX, antes de empezar el derecho del trabajo. Porque un autónomo no tiene derecho a nada. Ni a vacaciones, ni a protección ante riesgos laborales, ni a límite máximo de jornada, ni a salario mínimo, ni a que lo avisen para cambiar las condiciones, ni a permisos retribuidos por nacimiento de hijo o por matrimonio. No hay convenio colectivo, ni negociación colectiva. Esto es coger todos los derechos laborales clásicos y tirarlos", afirma Adrián Todolí, profesor de Derecho de Trabajo especializado en economía digital.

"La figura del autónomo se creó inicialmente para empresarios con capacidad de protegerse a sí mismos. Los trabajadores no tienen ese poder. La figura se ha estado usando mal, porque para que se use bien el autónomo tiene que tener verdaderamente poder de negociación. Pero aquí no es que se use mal, es que se está usando ilegalmente", señala Todolí. A juicio de los sindicatos, Deliveroo y Uber hacen uso de lo que se conoce como "falsos autónomos", extremo que las empresas niegan. La cuestión está en disputa. El primer juicio de Deliveroo acabó con un acuerdo que evitó una sentencia. Hay otros procesos judiciales en curso. Se verá.

  Autónomos o asalariados

En cuanto a la multinacional estadounidense Uber, de momento debe renunciar a una de sus vocaciones iniciales, la de servir de plataforma de intermediación entre particulares para que unos transportaran a otros, pues esta es la actividad mutilada por la sentencia europea. Lo que le queda es su actividad como plataforma para conductores profesionales con licencia, ahora mismo autónomos con coche propio. Pero ahí también deben tener ojo. Para ser autónomo a efectos tributarios no basta con que se emitan facturas y se repercuta IVA. Es preciso que se produzca una ordenación por cuenta propia de la actividad. Cuando el trabajo es en exclusiva para una sola empresa, la posibilidad de que se trate de una prestación de servicio por cuenta ajena (asalariado de facto) es elevada. Ahí podrían darse casos de "falsos autónomos".

La Agencia Tributaria ya ha intervenido en diversas ocasiones para recalificar y pasar prestaciones presentadas por el contribuyente como por cuenta propia a por cuenta ajena. El organismo tributario también viene trabajando en el análisis del control de los pagos efectuados a las plataformas digitales por parte de sus clientes. En el plano de la tributación, la actividad de empresas como Uber también es controvertida. La Agencia Tributaria se está encontrando con dificultades de acceso a la información requerida a diversas plataformas, que alegan que sus datos se hallan en casas matrices en países como Holanda o Irlanda. Estos países, a su vez, responden que para remitir información a España deben precisarse datos concretos que se quieran conocer. El problema es que la petición de datos concretos es difícil, dada la atomización de la actividad en estos sectores. Uber se defiende apelando al marco legal vigente. "Uber cumple con todas sus obligaciones tributarias en España y en todos los países en los que opera. Uber es una empresa multinacional y tiene su oficina central en Amsterdam, en virtud del principio de libre establecimiento de la Unión Europea", señala la compañía.

  Propuestas normativas

El acta de la Inspección de Trabajo sobre Deliveroo y la sentencia europea sobre Uber son golpes a la gig economy, pero ni mucho menos han enviado el fenómeno a la lona. La apuesta de las plataformas es a largo plazo. E incluye dar la batalla en el campo legislativo. Adigital, la asociación de carácter lobista que agrupa a estas empresas, presiona por un cambio normativo que consagre la figura del prestador de servicios ocasional, siempre autónomo, para casos como Deliveroo. Se trataría de "definir políticas que anticipen una transición más plena de la ‘economía de empleo’ a la ‘economía de trabajadores autónomos’ de mañana”, señala en un informe Adigital, que alerta contra los juicios universales sobre cómo se trabaja en las plataformas, ya que cada una es distinta.

Las tesis de Adigital reman a favor de la corriente. Un informe del propio Parlamento europeo estima que en las "próximas décadas" el porcentaje de trabajadores que no tendrá trabajo a tiempo completo superará el 50%. El Europarlamento no se opone a este modelo. Pide reglas claras. La Comisión Europea va aún más lejos. Su posición oficial es que "estos nuevos modelos de negocio pueden aportar una importante contribución al crecimiento y el empleo en la Unión Europea". Hay vía libre, aunque Bruselas apela a la "responsabilidad" y prepara una directiva que ofrezca alguna certidumbre a los eslabones más precarios de las nuevas cadenas laborales. 

A juicio de José Luis Zimmermann, de Adigital, permitir avanzar a este modelo es una cuestión de abrir los ojos a la realidad, de no poner puertas al campo. "Estas empresas están para quedarse, no van a desaparecer. Y tenemos claro que la forma de prestar servicio se basa en una relación mercantil. Hace falta una definición clara de lo que es una plataforma, y regulación tanto para las que prestan el servicio subyacente [transporte, reparto...] como para las que no.

En ambos casos, hay que ver si la legislación es adecuada", expone Zimmermann, convencido de que la legislación aplicable al fenómeno de la gig economy está obsoleta. Adigital no cuenta con un cálculo del número de plataformas existentes con el modelo de trabajador autónomo, así que se remite a más de 500 empresas netamente digitales, si bien esta calificación constituye un cajón de sastre donde cabrían desde Facebook a Homeaway pasando por Justeat. Según datos del Parlamento europeo, el 5% de la fuerza de trabajo independiente de la UE ha utilizado las plataformas para obtener algún ingreso. Es decir, un 4% de la población en edad laboral. Incluso los detractores del fenómeno admiten que éste va a más. Y que es poco previsible que se contraiga en el futuro inmediato.

  Un cambio sociocultural

"En un mercado de trabajo ya deteriorado, con problemas de precariedad, temporalidad, inseguridad y parcialidad, la aparición de estas plataformas empeora la situación e invita a las empresas a huir hacia esta fórmula para buscar recursos", señala Sergio Santos, secretario de Empleo y Nuevas Realidades Laborales de CCOO en Andalucía, que está estudiando en detalle el fenómeno.

"La ruptura de las relaciones tradicionales entre el capital y el trabajo se ha producido convirtiendo al trabajador en un teórico emprendedor, lo que permite un abaratamiento de costes laborales, pero con máxima disponibilidad. La vieja fórmula de obtención de máximos beneficios, maquillada. Cuasiesclavismo bajo el paraguas de la modernidad y la autonomía, con un uso masivo de anglicismos para ir creando una situación sociocultural de aceptación de una atomización del mercado del trabajo que no tiene ni pies ni cabeza", añade.

  Dependencia a través de la reputación

El abogado laboralista Todolí, uno de los mayores especialistas en el fenómeno, subraya además otro aspecto clave: "Las plataformas utilizan la reputación online para generar en los trabajadores una dependencia aún mayor, al ser los clientes los que valoran directamente su trabajo". Los usuarios-clientes de la plataforma ponen estrellitas a los usuarios-autónomos de la plataforma, determinado su suerte en la empresa. Todolí también cree que son urgentes cambios normativos, para empezar con una modernización del Estatuto de autonomía para ofrecer garantías laborales a estos nuevos trabajadores. Si los usuarios de las plataformas digitales van a acabar siendo autónomos, hay que garantizarles libertad de horarios, un salario mínimo, margen de maniobra para trabajar en distintas plataformas...

Todolí describe un panorama de cocineros, cuidadores y guías turísticos autónomos, trabajadores de plataformas-empresas multinacionales, con filiales españolas desentendidas de sus cargas laborales y que realizan un esfuerzo fiscal mínimo en España. A su juicio, hay que dar una respuesta legal y judicial. "Es cuestión de tiempo que un juez dicte sentencia y la cuestión de si son autónomos o no llegue al Supremo", afirma. Entretando, sostiene, la inspección de Valencia sobre Deliveroo y la sentencia europea han socavado la posición de las grandes de la gig economy. "Los hechos establecidos por la inspección tienen presunción de veracidad. Para darles la vuelta, hay que aportar hechos nuevos. Será difícil. En cuanto a la sentencia sobre Uber, el Tribunal de Justicia de la UE va a fallar probablemente lo mismo en todos casos. Por ejemplo, para Airbnb es relevante. Es probable que también diga que no es sólo una empresa de mediación, sino una empresa del sector turístico", explica.

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  De la oscuridad al escondite

Pino, de UGT, alerta de que empresas que actualmente se mueven en un "territorio oscuro", como las multiservicio, pueden terminar "derivando hacia las plataformas digitales" para "esconder aún más su negocio, basado en la precariedad". El dirigente de UGT admite que "todos", también las centrales sindicales, "han llegado tarde a este fenómeno". "Pero eso no significa que no haya que buscar una solución", señala.

Ernest Gutiérrrez, del Observatori Desc, ve poco probable esa solución. "Lo que debería hacerse es terminar con el régimen de autónomos, que está concebido para profesionales liberales como abogados o arquitectos, que no llegan a ser pymes. Lo que ha ocurrido es que se ha extendido con eso del emprendimiento, que vende la moto de que hay que individualizar las relaciones sociales, entre ellas las laborales. Todo va en esa dirección", afirma. El coste es "altísimo", añade. "Las empresas juegan con el reclamo de 'toma el dinero y corre'. Le dicen al trabajador: 'Si te contrato yo me cuesta 1.500 y te pago 1.000. Si te haces autónomo, te pago 1.200. Claro, esto esconde una pérdida descomunal de derechos", afirma Gutiérrez. Sólo hay dos maneras de enfocar el problema, a juicio de Gutiérrez. La primera es "perseguir el fraude" y "restringir la legislación sobre autónomos", algo "muy improbable" porque todo lo que se repite es que hay que promover el emprendimiento y bajar las cuotas de los freelancers. La segunda –continúa– es "que los servicios básicos del Estado del bienestar dejen de financiarse a través de rentas del trabajo y empiecen a hacerlo con rentas del capital, gravando sociedades y beneficios". "Pero esto va justo en contra de lo que se está haciendo", subraya.

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