moción de censura

La reconstrucción exprés de Pedro Sánchez: del desahucio político a la Moncloa en sólo 20 meses

La reconstrucción política de Pedro Sánchez (Madrid, 46 años) no tiene precedentes. Hace sólo 20 meses, el 1 de octubre de 2016, la mayor parte de los miembros de la dirección de su partido se pusieron de acuerdo para obligarle a dimitir y él mismo se vio forzado a renunciar a su escaño en el Congreso para no permitir, con su abstención, la investidura de Mariano Rajoy.

Ocho meses después, contra todo pronóstico, llevado en volandas por miles de militantes socialistas hartos del control orgánico que durante décadas habían ejercido sobre su partido los cuadros políticos del PSOE, regresó al timón del socialismo español. Y un año más tarde, en pleno declive en las encuestas, con un discurso territorial sepultado por el cierre de filas con el Gobierno de Rajoy en el conflicto catalán, con serias dificultades para disputar la iniciativa política a Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, con un discurso nacionalista cada vez más radical, está a punto de ser elegido presidente del Gobierno con el apoyo de 180 de los 350 votos del Congreso. Exactamente diez más que los que permitieron a Mariano Rajoy ser investido en 2016.

Sánchez asegura ser el primer sorprendido por la evolución de los acontecimientos. Según su propio versión, desde que volvió a la Secretaría General del PSOE trazó para sí mismo una hoja de ruta que descartaba los atajos. Su objetivo era hacer de los socialistas la fuerza más votada en las elecciones generales —en 2019 o en 2020, cuando Rajoy tuviese a bien convocarlas— después de pelear en el Congreso una agenda social y un una propuesta de reforma territorial que le convirtiesen en la alternativa al PP.

Cuando sus propios compañeros en la dirección del PSOE se conjuraron para acabar con su carrera política lo hicieron por dos motivos: para hacer posible un Gobierno de Mariano Rajoy, con el argumento de que los socialistas no podían pretender gobernar España con sus 84 diputados, y para cortar de raíz cualquier tentación de llegar a acuerdos de Gobierno que incluyesen a la antigua Convergència y Esquerra Republicana, que entonces ya reclamaban un referéndum pactado que decidiese sobre la independencia de Cataluña.

Paradójicamente, y exactamente 20 meses después de aquellos acontecimientos —Sánchez se refiere a ellos como la línea divisoria que marca la separación entre sus dos vidas políticas, una tutelada por la vieja guardia de los barones del PSOE y la otra libre de ataduras internas y externas—, los dos ingredientes de la moción de censura que está a punto de culminar en el Congreso de los diputados vuelven a ser Rajoy y los partidos independentistas.

Rajoy y el independentismo

Rajoy porque, convertido en el principal responsable político del partido que acaba de ser situado por la Justicia en el centro de la trama de corrupción institucional mas grave de la historia de España, está a punto de perder la Presidencia del Gobierno de nuevo por voluntad de Sánchez, el abanderado del “no es no”, el lema con el que en su día intentó impedir que el PSOE contribuyese a su investidura. Y los partidos independentistas porque, desafiando a la prensa conservadora, al PP, a Ciudadanos, a los miembros de su partido que se oponen a llegar a acuerdos con PDeCAT y Esquerra e incluso a sí mismo —el pasado otoño el propio Sánchez afirmaba taxativamente que nunca aceptaría convertirse en presidente del Gobierno con los votos independentistas aunque ese apoyo no implicase contrapartida alguna—, el líder de PSOE​ está a punto de convertirse en presidente con el respaldo de las formaciones que impulsaron la declaración de independencia de Cataluña.

La reconstrucción política de Sánchez, cuyo protagonismo político tiene apenas cuatro años —fue en julio de 2014 cuando llegó por primera vez a la Secretaría General del PSOE—, y que con toda probabilidad culminará un nuevo hito este viernes con su elección como séptimo presidente de la democracia ha sido meteórica. Pero aún tiene por delante un campo de minas.

En primer lugar, el grupo parlamentario, Sánchez tendrá que gobernar sin un acuerdo marco con otras fuerzas políticas. Tiene sólo 84 diputados, apenas la cuarta parte de la Cámara. Le faltan casi otros tantos —82— para la mayoría absoluta y eso le obliga a llegar a acuerdos a varias bandas para sacar adelante iniciativas políticas. Con Unidos Podemos y Ciudadanos cuando sea posible; con los de Pablo Iglesias y los nacionalistas cuando pueda ponerles de acuerdo. Será una versión renovada, y mucho más difícil, de la “geometría variable” con la que José Luis Rodríguez Zapatero fue capaz ce gobernar durante dos legislaturas, aunque entonces la situación era mucho más favorable porque el PSOE estaba apenas a un puñado de escaños de la mayoría absoluta.

Y tiene, sobre todo, una agenda política complicadísima. Debe completar la tramitación y gestionar un Presupuesto al que se había opuesto —el de 2018— y negociar, pactar y sacar adelante uno nuevo —para 2019— sobre bases completamente distintas. Debe hacerlo, además, con la previsible oposición frontal de 169 diputados: los 134 del PP, 32 de Ciudadanos, dos de UPN y uno de FAC.

Y por si esto fuera poco, sin que la crisis política catalana se haya desactivado, porque esta misma semana caducará el 155 y el independentismo, de la mano del president Quim Torra, volverá a tener el control político de la Generalitat. 

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