Feminismo

Cómo la lucha contra la violencia sobre las mujeres pasó de lo residual a lo colectivo

Manifestación del 8M en Barcelona.

Uno de los lemas coreados en apoyo a la víctima de La Manada, la joven que en los Sanfermines de 2016 sufrió abuso sexual por parte de cinco hombres, es toda una revelación de intenciones y muestra del descrédito por parte de la ciudadanía en el sistema judicial: "Hermana, yo sí te creo". El apoyo fue masivo. El movimiento feminista consiguió aunar las voces de cientos de miles de personas que sintieron en este caso una forma de violencia no sólo contra la víctima, sino contra todas las mujeres. Pero el de La Manada no es el único caso de violencia machista que ha hecho herida. La diferencia: la respuesta masiva en las calles. Una respuesta que no es fortuita, sino el fruto de una lucha lenta pero constante del movimiento feminista.

Entender el estado actual de la movilización feminista, pasa necesariamente por recuperar las historias de aquellas víctimas que no encontraron cobijo en las calles y la reflexión de expertas y activistas que han observado la maduración del movimiento y su progresiva simbiosis con la sociedad en su conjunto.

Ni suceso ni asunto privado

El 4 de diciembre de 1997 la andaluza Ana Orantes acudía a denunciar públicamente 40 años de maltrato por parte de su marido, del que en aquel momento estaba separada. Dos semanas después, su agresor terminó con su vida. "La visibilización y la consideración de la violencia de género como un problema social es una cuestión mediática y vino con el caso de Ana Orantes". Habla Esperanza Bosch, profesora titular de Psicología en la Universitat de les Illes Balears e investigadora de estudios de género. Aquel caso, sostiene, "fue muy paradigmático porque ella fue a la televisión a contar lo que estaba pasando". En aquel programa "la conocimos, nos contó su historia, nos pudimos sentir identificadas", de manera que "desde el punto de vista social y mediático" fue un cambio de rumbo.

La violencia contra las mujeres "se dejó de considerar un suceso y a su vez los casos de violencia de género abrían los telediarios, algo que no había pasado nunca", añade la psicóloga.

Adriana Cases, doctora en Historia por la Universidad de Alicante y experta en cuestiones de género, recuerda que "hasta los años noventa del siglo XX no comenzó a producirse una sensibilización social hacia la violencia machista entendiéndola como una cuestión pública". Hasta aquel momento, "los crímenes machistas en la pareja se consideraban como crímenes pasionales, un asunto privado que era mejor mantener en silencio e invisible". Las agresiones sexuales "se mantenían también en silencio por la deshonra y la vergüenza que suponía para las víctimas y sus familias, además de por el segundo juicio al que eran sometidas por parte de las instancias policiales, médicas y judiciales".

También Cases sitúa como punto de inflexión el caso de Ana Orantes. "Su denuncia pública y las terribles consecuencias que acarreó abrieron una nueva perspectiva en la sociedad sobre el análisis de este tipo de violencia" y, como consecuencia inmediata, "abrió la puerta de lo privado a lo público". A partir de ahí, afirma la historiadora, "ya no hubo vuelta atrás".

El acoso como forma de violencia

La exconcejala de Hacienda en el Ayuntamiento de Ponferrada Nevenka Fernández fue una víctima de acoso que dio el paso de denunciar a su acosador a pesar de que éste fuera no sólo compañero de partido, sino el mismo alcalde de la localidad. Ocurrió en 1999 y pese a conseguir una sentencia condenatoria contra su agresor, Nevenka Fernández tuvo que abandonar el país después de que los medios convirtieran su historia en una suerte de culebrón y el movimiento feminista no se posicionara de manera firme y unánime a su lado.

"Sufrió muchísimo y ni siquiera el feminismo la apoyó bien", recuerda Tere Sáez, fundadora de la organización feminista Andrea - Lunes Lilas y diputada en el Parlamento de Navarra. "Vivió en solitario" y tuvo que soportar un "fuerte rechazo social", algo que a juicio de la activista y parlamentaria hoy día habría sido impensable.

"Hoy hemos conseguido cambiar esa mirada, esa idea de que era una aprovechada, socialmente es lo que hemos conseguido", reflexiona. En la década de los noventa y bien entrado el siglo XXI el acoso, también como forma de violencia contra las mujeres, era visto como "un problema de cada mujer", que lo vivía "con vergüenza y culpa". Hoy, estima Sáez, "hemos conseguido que esa vergüenza y esa culpa cambien de bando".

Nagore Laffage, punto de inflexión

Hace ahora diez años, Nagore Laffage perdía la vida a manos de José Diego Yllanes, el joven que la invitó a su casa con intención de mantener relaciones sexuales y que, tras encontrarse con su negativa, terminó con su vida golpeándola y estrangulándola. Fue condenado a doce años y medio de prisión por un delito de homicidio, pero no asesinato.

Tere Sáez recuerda que el impacto social en Navarra fue enorme, pero reconoce que la indignación no se extendió al resto del Estado. Aún así, asevera, "es un caso que tiene algo muy importante que probablemente no tienen otros", y es que hasta el momento respecto "al tema de las agresiones sexuales, de las fiestas igualitarias, participábamos las mujeres feministas y cuatro más". Se trataba de "colectivos pequeños" que, afirma Sáez, incidían hasta donde podían.

El caso de Nagore "hace que sea la ciudadanía de Pamplona la que salte a la calle, porque impacta". Hasta el momento, el problema de las agresiones sexuales "estaba oculto, tapado", y las activistas del movimiento feminista no conseguían que floreciera. La agresión contra la joven no era algo nuevo, "había ocurrido ya, pero por primera vez conseguimos que todos se impliquen", recuerda Sáez. En ese sentido "marca un antes y un después clarísimo que va influenciando en otros lugares". Ahora, analiza la activista y parlamentaria, "por fin después de diez años hemos conseguido que salte fuera" y el feminismo "ha sido el azote" para que eso ocurriera.

El peso mediático

Esperanza Bosch entiende que el impacto social, además, depende en parte de la cobertura mediática. Los medios, dice, "en muchas ocasiones callaban o cuestionaban a la víctima, como pasó con el caso de Nevenka, que sufrió muchísimo". Pero desde el movimiento feminista, sostiene, "todos los casos son igual de graves y todos son denunciados". La tradición feminista de salir a la calle cada vez que asesinan a una mujer, continúa, a veces congrega "a diez personas y a veces a 40".

También Adriana Cases considera que la clave a la hora de analizar por qué se produce una mayor visibilización de unos casos respecto a otros "reside en la importancia y el tiempo dedicado por los medios a los mismos". Cases observa que existen "noticias de crímenes machistas casi a diario, pero hay algunos que no obtienen la atención de los medios, por lo que pasan a ser una noticia más de sucesos". En cierto modo, opina la historiadora, esto ha desencadenado en que "la sociedad haya normalizado el hecho de que un hombre mate a su mujer, pero cuando hay algún detalle que hace más escabroso el crimen o que despierta aún más la sensibilidad, obtiene mayor visibilidad". Unido a ello, "el sensacionalismo de algunos programas y el morbo del público son factores que tienen bastante peso a poner en el centro del debate social un caso concreto".

De lo residual a lo colectivo

"Las condiciones se dan cuando pueden ser. Puedes estar sembrando hasta que las condiciones se dan", reflexiona Sáez. La activista Antonia Ávalos cree que es precisamente ahora cuando "existen las condiciones políticas, sociales, subjetivas, para entender la violencia machista como un ejercicio de poder de parte de los hombres sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres, por el solo hecho de ser mujeres".

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El avance ha sido lento, coinciden las voces consultadas, pero "ahora mismo se ha producido un salto cualitativo que sintetiza esas luchas y reivindicaciones de siglos", añade Ávalos. La activista percibe que el escenario actual es resultado de la "implicación masiva de las mujeres en el espacio público y los asuntos políticos", un proceso transformador que considera imparable.

Nuria Varela, periodista y escritora, estima que la diferencia de los casos con un menor impacto social es precisamente que hasta el momento se habían circunscrito al movimiento feminista, "y ahora el movimiento feminista ha crecido, la sensibilización es compartida por parte de la sociedad". Antes, sostiene, "el ámbito era más pequeño, y en los últimos años eso ha crecido mucho, la red es mucho mayor". Los planteamientos feministas, dice, "son compartidos por buena parte de la sociedad". En este sentido, Varela juzga que "la conciencia se ha trabajado mucho en los últimos años" y además "la violencia no sólo no ha desaparecido, sino que se ha disparado", de manera que existe un componente de hartazgo –palabra que emplean todas las expertas consultadas–, "un rechazo absoluto a estos niveles intolerables de violencia". Cases coincide en que "si el caso de la Manada ha suscitado una mayor movilización se debe tanto a una evolución de la mentalidad colectiva, como al trabajo que han seguido realizando las organizaciones feministas".

Pero incluso un movimiento feminista maduro y en sintonía con el conjunto de la sociedad alberga fisuras. El caso de las temporeras marroquíes, que han denunciado de forma masiva haber sido víctimas de abusos laborales y sexuales, no ha suscitado una respuesta amplia en las calles y ha dado pie a una importante autocrítica feminista. La interseccionalidad, señalaba el pasado mes de junio a este diario la activista Amal Abakkouy, "no es real". Precisamente ponía como ejemplo las movilizaciones contra la sentencia de La Manada, cuya convocatoria "fue inmediata", mientras que en lo que respecta a las temporeras marroquíes "se ha esperado". Hay, lamenta, "una brecha entre el antirracismo y el feminismo" y la única solución es "tejer redes" para hacer del movimiento un espacio que abarque todas las luchas hermanas.

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