Entrevista

Miguel Ángel Aguilar: "La ruina no es la condición más favorable para ser independiente"

El periodista Miguel Ángel Aguilar presenta su último libro, 'En silla de pista'.

Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) lleva medio siglo a la búsqueda de la noticia. Nacido para las ciencias –se graduó en Físicas– en el seno de una familia de derechas de toda la vida, el joven Aguilar terminó dejando de lado la observación de lo inmutable para prestar atención a la acelerada actualidad. Comenzó su carrera en el mundo del periodismo en 1966, en la redacción de Madrid, Diario de la Noche. Y, desde entonces, la pasión por informar le ha ido llevando por una docena de medios diferentes. Fue corresponsal de Cambio 16 en Bruselas y de La Libre Belgique en Madrid. Ocupó la dirección de Diario 16, fue corresponsal político de El País, director de Información de la agencia EFE. Ha trabajado en prensa escrita, televisión y radio. Más de cincuenta años dedicados al periodismo que ahora intenta resumir en su último libro, En silla de pista (Planeta), una obra trufada de anécdotas sobre sus vivencias como testigo directo de los acontecimientos.

Aguilar recibe a infoLibre en un despacho de la Asociación de Periodistas Europeos, junto a un Congreso de los Diputados que ha sido para como su segunda casa. Durante media hora, el periodista charla sobre sus comienzos, en pleno franquismo y con la censura a la orden del día. También aborda la situación actual del periodismo y habla largo y tendido sobre la pérdida de confianza en los medios en un contexto de “inundación informativa que nos deja sin agua potable”.

PREGUNTA: Entroncado en una familia con más de cinco generaciones de profesionales en la astronomía y la milicia, ¿cómo termina Miguel Ángel Aguilar dedicándose al periodismo?

RESPUESTA: [Risas] Por mi mala cabeza. No, yo me meto en el periodismo por el ambiente. Hago mi licenciatura en Ciencias Físicas en la Universidad Complutense de Madrid. En esa época, el régimen vive en la placidez, sólo está desafiado por los estudiantes y los obreros. ¿Dónde está desafiado por los estudiantes? En la universidad, que es el banco de pruebas de la política, donde los españoles hacen un ejercicio de dignidad frente a la dictadura. Yo soy un chaval, y me siento comprometido desde una situación un poco anómala: la de una persona que no era militante de ningún partido ni nunca lo fue. Esa militancia es algo que la gente de mi edad suele aducir, algunos para justificar vilezas posteriores. Yo no puedo aducir nada de eso porque nunca milité en ningún partido. Pero sí milité en la lucha contra la dictadura. Ese compromiso, esa implicación, a veces traía consecuencias indeseables para las que personas moderadas estaban peor equipadas biológicamente que las personas de naturaleza extremista, que no era la mía.

P: De hecho, en uno de los fragmentos del libro señala que su padre no comprendía cómo a usted, siendo del Opus, le venían a buscar a casa guardias civiles cuando gran parte de los del Opus eran gente importante del régimen.

R: Claro, mi padre no entendía nada. Me decía: ‘Unos son ministros, otros son banqueros, y aquí no viene nadie más que la Guardia Civil a preguntar por ti’. [Risas] Mi padre, que entre sus pluriempleos estaba el de médico de la Mutualidad de los Magistrados, llegó un día y me dijo: ‘Pero bueno, he recibido al presidente del Tribunal de Orden Público y me ha dicho que te tienen procesado, que lo van a intentar ver de la mejor manera pero que cambies de abogado’. Eso pasaba, sí.

P: ¿Le hizo caso?

R: No, no cambié de abogado. En ese momento era Gregorio Peces Barba.

P: El contacto de su padre con magistrados a raíz de su trabajo como médico llegó incluso a ayudarle en alguna ocasión, como cuando se ve obligado a ir a la Dirección General de Seguridad para recuperar su documentación. ¿Cómo recuerda aquel episodio?

R: Estábamos repartiendo panfletos en la Facultad de Letras y aparecieron los de la Brigada Social, que iban de paisano. Nos engancharon, nos quitaron el carnet de identidad y nos dijeron que teníamos que ir a buscarlo a la Brigada Social en la Puerta del Sol. Entonces, yo llamé a mi abogado, que me dijo que no se me ocurriera ir de ninguna manera. Yo le hice caso, pero la Guardia Civil venía a casa a preguntar por mí una y otra vez y yo ya estaba desestabilizado. [Risas] Entonces decidí que era mejor ir. Y resultaba que mi padre había operado al comisario general de Orden Público. Yo le dije que por qué no me recomendaba, pero él me respondió que me recomendara yo, que tenía 24 años. [Risas] Entonces, cogí el teléfono, le llamé y fui a la Dirección General de Seguridad. Él me recibió como si me conociera de toda la vida. Luego le expliqué lo que había pasado con mi carnet, él tocó el timbre, vino un ujier y le dijo que me acompañara para que me devolvieran la documentación. Así, en el libro, cuento mi travesía abandonando la zona noble y entrando en una zona llena de bazofia por todas partes. Y la escena, que a mí me divierte mucho todavía recordarla, del limpiabotas [mientras esperaba a que le devolvieran la documentación, Aguilar se puso a limpiarse los zapatos en los pasillos de la Dirección General de Seguridad].

P: Sus inicios como periodista se producen en pleno franquismo, con la censura impidiendo el libre ejercicio de la profesión. En este contexto, las “prácticas antiperiodísticas”, como las define en el libro, eran habituales.

R: Sí. Por ejemplo, quitar relevancia a las exclusivas y compartirlas con los demás, algo que un periodista nunca hace porque quiere sacar él su propia ventaja. Pero en aquellos años, era mejor ir acompañados porque era menos peligroso.

P: Minimizaban así las posibles represalias de las autoridades...

R: Eso es.

P: Más de cuarenta años después de la muerte de Franco, ¿cuáles considera que son ahora las principales prácticas antiperiodísticas que llevan a cabo los medios de comunicación?

R: La banalización, la frivolización, la falta de trabajo. Muchas veces se hace una aproximación muy superficial. Se habla de periodismo de investigación pero en muchísimos casos es periodismo de filtración. Eso crea una dependencia muy fuerte con la fuente, de manera que se establece una suerte de sistema de alimentación gota a gota que mantiene a los periodistas a la espera de que la fuente les vuelva a dar algo y, mientras tanto, están secos.

Por otro lado, hay una confusión entre la jerarquía, que debe existir en una redacción, y el hecho de vender tu alma a la dirección del periódico. En una redacción, el periodista tiene que atender las instrucciones o asignaciones que se le hacen, pero eso no equivale a convertirse en el servicio doméstico del director o del redactor jefe ni alentar sus malos instintos ni fomentar sus desviaciones. Hay que ser capaz de mantener el propio criterio. La independencia de un periodista se demuestra, sobre todo, respecto del medio en el que está. Un periodista no es más independiente por dar más cera al Gobierno o a la oposición, sino por ser capaz de sostener su propio criterio. El sistema de la docilidad perruna a mí me produce un malestar enorme. Y creo que por ahí, el periodismo se degrada.

P: En el libro cuenta, por ejemplo, la guardia montada por los periodistas frente a la prisión de Carabanchel durante horas para seguir al convoy militar que trasladaba a Hoyo de Manzanares a los cinco jóvenes que se convertirían en los últimos fusilados del franquismo. ¿Cree que en la actualidad los periodistas se han quedado ‘encerrados’ en las redacciones en lugar de ir a buscar la noticia?

R: En una parte considerable, sí. Esto no quita que cada vez que hay una apariencia de acontecimiento aparezca una floración de periodistas, da igual delante de la prisión de Soto del Real que del Ayuntamiento de Cantimpalos. Pero, a veces, forma parte del decorado. Hay, de verdad, gente que está ahí porque las agencias y las televisiones tienen esa red informal a lo largo de todo el territorio, de manera que siempre haya alguien en cualquier sitio. Pero esa toma de conciencia de los acontecimientos relevantes y de su seguimiento, como en el caso de los últimos fusilamientos y otros muchos, a veces lo echo en falta.

P: Una vez muere Franco, una de las cuestiones clave era atraerse al Ejército, romper esa brecha que existía entre los militares y la sociedad. En este sentido, el periodismo, como cuenta en la obra, podía jugar un “papel crítico”, y usted puso en marcha tras la muerte de Franco un proyecto para poner fin a la distancia que separaba al Ejército de los periodistas. Sin embargo, en los años posteriores, Miguel Ángel Aguilar fue testigo de cómo una parte de los militares seguía resistiéndose a caminar hacia la democracia. Vivió como periodista la llamada operación Galaxia, estaba presente en el Congreso cuando el intento de golpe de Estado del 23-F... Cuarenta años después de aquellos acontecimientos, ¿cree que ya se han eliminado por completo las nostalgias franquistas dentro de las Fuerzas Armadas?operación Galaxia

R: Como todo colectivo numeroso habrá, inevitablemente, gente anómala. Pero yo creo que la reforma mejor hecha y más ambiciosa en el ámbito de la Administración del Estado ha sido la reforma militar, que no ha sido una cosa lineal y que ha tenido problemas de todo tipo. Ahora mismo es la institución donde hay una evaluación permanente según mérito y capacidad, y eso no se hace ni entre los abogados del Estado, ni entre los funcionarios de Hacienda, ni entre los técnicos comerciales del Estado… La gente muchas veces saca la oposición y duerme la siesta. Aquí, el que no espabila no asciende. Y el que no asciende, llega una edad límite en que tiene que retirarse. En muchos de los otros ámbitos de la Administración, tal exigencia no es tan activa.

P: Se ha pasado buena parte de su vida entre la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados y los pasillos de la Cámara Baja. Ha sido testigo directo de las negociaciones más delicadas durante la Transición. Después de tantos años, ¿cuál es su diagnóstico, como hijo de médico, sobre el actual periodismo parlamentario en España? ¿Qué cambios observa entre el que se hacía en plena Transición y durante los primeros años de la democracia y el que se hace ahora?

R: Veo alguna cosa. Veo desatendida, deshabitada, la tribuna de prensa, lo cual me parece un error. Los periodistas prefieren seguir el desarrollo de la sesión desde sus cabinas o desde la televisión de la sala de prensa, que está dando la señal institucional. Pero quien está en la tribuna no está cautivo de la realización que hace esa señal. Puede dirigir su mirada libremente donde le dé la gana y no está esclavizado por el plano que se le ha seleccionado. Y eso creo que es extraordinariamente más ventajoso, aunque el sonido sea algo peor. La capacidad de hacer algo propio, distinto, de tener una visión diferenciada, se tiene en la tribuna de prensa, mientras que de la otra forma vas por el camino que te han marcado.

Otra diferencia que observo, que es algo que siempre ha pasado pero que considero que ahora está más acelerado, es el rebote instantáneo de las palabras. Los periodistas prefieren el pasillo al hemiciclo.

P: En la obra comenta, como ya ha repetido en otras ocasiones, que nos encontramos en un momento de “inundación informativa que nos deja sin agua potable”. Los medios expulsan noticias sin descanso. Las redes sociales parece que se han convertido en una fuente de la que beber. La expresión fake news se ha convertido en habitual. ¿En qué grado el desarrollo de las nuevas tecnologías ha pervertido el periodismo?fake news

R: Sí, hay un alto grado de toxicidad, que tiene que ver con la aceleración de la que hablábamos antes y con que se renuncia a la verificación en aras de la rapidez. No se hace la mínima comprobación, y eso contribuye a la confusión generalizada…

P: Y al descrédito de los medios en España, como señalan varios informes…

R: Por supuesto, pérdida de confianza…

P: ¿Y cómo ponemos fin a esa perversión?

R: Poco a poco. Lo primero que hay que hacer es que la gente tenga conciencia de su responsabilidad. Y después, que empiece a cundir la idea de discriminar, que haya una lectura o una escucha cada vez más crítica de los medios. Hay que preparar a la ciudadanía para enfrentarse a los medios de comunicación con una actitud crítica, no con una actitud de bebérselo todo sin distancias, sin mantener una distancia inteligente. Usted no debe ser un borrego delante de la televisión. Debe saber para quién trabaja esa televisión, quién está ahí, por qué está privilegiando ese ángulo… Y todo eso le ayudará a usted a tener una idea propia de lo que sucede.

P: Esa idea de periodismo de distancia, de periodismo reposado, es la que usted intentó llevar a cabo con el semanario Ahora. Ahora

R: Sí…

P: ¿Y qué falló?

R: Varias cosas. Lo primero, la acumulación de recursos. La cantidad de gente que nos ha felicitado pero que nunca se adhirió poniendo dinero. Fuimos incapaces también de movilizar recursos en otros ámbitos, como la publicidad. No fuimos capaces de enganchar a la gente. El intento valió la pena, pero se nos escapó.

P: ¿Está preparada la ciudadanía española para pagar por leer el periódico?

R: Yo creo que sí. Pero lo que pasa es que tiene que tener sentido pagar. Lo que no van a hacer es pagar por cualquier cosa. Pagarán por algo que les diferencie, que les enaltezca, que les dé un plus. Tiene que llegar a ser un signo de distinción. Y la gente, si advierte eso, paga.

P: Después de veinte años con una columna semanal en las páginas de ‘El País’, el diario canceló de forma fulminante su colaboración en 2015. Lo hizo después de las opiniones que vertió, junto con otros muchos periodistas, sobre los principales periódicos españoles en un reportaje publicado en The New York Times. Entre otras cosas, criticó que estuvieran “en manos de los acreedores”. ¿Hasta qué punto esta dolencia económica de los medios les impide ejercer la profesión de forma correcta?canceló de forma fulminanteThe New York Times

Miguel Ángel Aguilar: “Las libertades están permanentemente sometidas a un proceso de corrosión”

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R: Esto es un sistema de fuerzas. La ruina no es la condición más favorable para ser independiente. Cuando los medios se arruinan o quedan englobados en unos consorcios y en unos holding con otras empresas que no tienen nada que ver, entonces acaban trabajando para eso y acaban trabajando en favor de conseguir la docilidad de los desfavorecidos hacia las ideas de los poderosos. Esta es la perversión.

P: Esta semana, a raíz de las filtraciones de las conversaciones con el comisario Villarejo, se montó un enorme revuelo por las declaraciones que hizo la portavoz del Gobierno, [Isabel] Celáa, sobre los medios. Incluso la FAPE sacó un comunicado recordando el derecho constitucional “a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. ¿Qué opina sobre esta polémica?

R: Primero, que me hubiera gustado que la FAPE hubiera salido otras veces a decir otras cosas… Yo estuve ahí y esta señora no dijo lo que se le atribuyó que dijo. De todos modos, debe haber un código de circulación como el que nos permite ir por las autovías, porque si cada uno va por donde le da la gana… ¿Qué es lo que sucede? Que los medios o las redes, con estas aceleraciones con las que estamos trabajando a la velocidad de la luz, permiten la confusión generalizada y perversa. Frente a eso, son necesarias fuentes de desintoxicación. Tiene que haber claridad. Eso se está haciendo ya en algunos países, y en algún momento habrá que copiar inteligentemente cómo se defienden frente a eso. No deberíamos ser pioneros de nada, sino que deberíamos ver cómo se hace eso en los países que han tenido esa preocupación avanzada y que no pueden ser acusados de intentar prevalerse de eso para hacer propaganda de sus propios gobiernos. [Celáa] no avanzó en ninguna mala dirección. Hizo algunas consideraciones interesantes. Pero hay que hacerlo, como todas las cosas, con extremo cuidado.

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