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Cambio climático

La agencia meteorológica lo confirma: el cambio climático en España no es futuro sino presente

Protesta climática frente al Congreso.

El informe que ha hecho este martes público la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), pese a que no supone ninguna revolución en cuanto a lo que ya conocíamos, marca un antes y un después en cuanto al cambio climático y su lugar en la historia. Ya nunca más, a la vista de los datos, será considerado algo que está por impactar en el futuro, o que está a punto de llegar: ya lo estamos sufriendo. Lo llevamos sufriendo años. La agencia ha revelado las primeras conclusiones de su nueva herramienta, el Open Data Climático: a través de una nueva plataforma, hará públicas las cifras de las mediciones que lleva tomando del clima en toda España durante décadas. Un primer análisis de lo recabado ofrece un número revelador: 32 millones de personas están, a día de hoy, afectadas directamente por el calentamiento global. Pero el documento da otras claves que apuntan, también, al impacto indirecto, y dibujan un oscuro presagio de lo que está por venir si no se acomete una acción climática ambiciosa y justa en el corto plazo.

"Los datos son consistentes con la percepción de que en verano cada vez hace más calor en toda España", asegura la Aemet. Generalmente, los meteorólogos son escépticos a la hora de establecer causas y consecuencias en algo tan cambiante, a veces incluso tan impredecible, como el clima. Eventos concretos no tienen por qué significar tendencias. En este contexto, demostrar la influencia del cambio climático no es nada fácil. Pero las herramientas que ahora maneja la agencia y el paso del tiempo han dejado una evidencia: el verano de la actualidad es, de media, casi cinco semanas más largos que a inicio de los años 80. Y más cálido. "No quiere decir que empiece en mayo", matiza el estudio, ya que el verano climático no es igual que el verano astronómico. El primero es una medida que funciona solo según la temperatura. Así, mientras que en los 70 el periodo estival comenzaba el 15 de julio y terminaba el 16 de septiembre, ahora comienza el 11 de junio y termina el 22 de septiembre.

No solo es más largo, también es más caluroso. La Aemet ha estudiado los registros de sus estaciones de medición. De los 58 observatorios analizados, 37 de ellos presentaron al menos cinco años desde 2011 con temperaturas medias anuales muy cálidas, comparadas a lo que en España venía considerándose "lo normal", sin influencia del cambio climático. Los datos son especialmente llamativos en la estación de Barcelona, donde se han registrado las mayores anomalías: los ocho últimos años han sido muy calurosos, comparados con el periodo de referencia. En la ciudad condal, solo tres meses en los últimos cinco años han sido más fríos de lo habitual.

Los datos son coherentes con los que reveló hace unas semanas el Observatorio de la Sostenibilidad, que en su reciente informe Descarbonización en España repasó, también en base a las mediciones de la Aemet, cómo había subido la temperatura media en las principales ciudades de España. Comparando la media de grados entre 1998 y 1992 y la media 2014-2018, los resultados son similares: gana Barcelona, con una subida de 1,89º. Aparecen otros núcleos urbanos como Teruel (1,74º) o Granada (grado y medio).

Lo que se suele conocer como el confort térmico, el umbral de temperaturas dentro del cual nos sentimos bien, cada vez está más en peligro: las noches "tropicales", es decir, por encima de los 20 grados de temperatura, cuando empieza a ser difícil conciliar el sueño, han aumentado. Según la Aemet, este crecimiento de las noches calurosas se ha dado, sobre todo, en las zonas costeras del Mediterráneo español, debido a un calentamiento del propio mar: su temperatura superficial aumenta 0,34 grados centígrados cada década. Eso, sumado al efecto de islas de calor, por el cual las grandes aglomeraciones urbanas sufren una subida del mercurio al expulsar el asfalto el calor acumulado, explican el liderazgo de Barcelona.

Los casi dos grados de aumento de las temperaturas medias en Barcelona se entienden mejor, además, en contexto: se trata de la ciudad más calurosa –en cuanto a crecimiento– de la serie analizada en el país. Por lo que un aumento medio global de dos grados en 2050 con respecto a 1990, el objetivo planteado en el Acuerdo de París para 2050 y a día de hoy inalcanzable, tendría unas consecuencias mucho mayores en la capital catalana, situada en el país más árido de Europa: España.

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La desertización ya ha comenzado

Sin embargo, la subida de los termómetros no solo tiene consecuencias en el confort térmico, en sentirnos más o menos a gusto en verano: tiene consecuencias en los sectores primarios, en el turismo, en la gestión de recursos tan básicos como el agua, en el equilibrio de ecosistemas que mantienen la vida en el país y en la Tierra. Se comprueba de manera evidente cuando los datos de temperaturas se cruzan con el de precipitaciones, las dos principales variables que permiten definir los tipos de clima. Y el clima semiárido, de mucho calor y poca lluvia, ha aumentado su margen de influencia en el país. Desde los 60, el clima semiárido se ha extendido en más de 30.000 kilómetros cuadrados y ahora ocupa el 6% de la superficie total del país.

El crecimiento se ha dejado notar en zonas como Castilla-la Mancha, el valle del Ebro y el sureste peninsular. Las dos últimas son regiones especialmente sensibles a la disminución de los recursos hídricos. En el valle del Ebro, el Plan Hidrológico Nacional del 2000 planteó un trasvase paralizado gracias a la presión popular de los aragoneses: y en el sureste, se levanta todo un imperio del regadío que, evidentemente, necesita que llueva y que, por ahora, no tiene una transición prevista: ni siquiera se ha paralizado la creación de nuevas hectáreas. Los datos de la Aemet reflejan que el agua será cada vez un bien más escaso y que el proceso de potencial desertización del terreno español ya ha comenzado: se calcula que al menos el 70% de toda la superficie del país corre el riesgo de quedar baldía para nuevas plantaciones por efecto del cambio climático.

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