El movimiento LGTBI rinde homenaje a sus mayores y denuncia su discriminación

Son quienes han construido los cimientos pero han vivido relegados a un segundo plano. El movimiento LGTBI ha querido este año poner el foco en una referencia clave: las personas mayores. El Orgullo que dio el pistoletazo de salida este viernes quiere rendir homenaje a sus mayores. Pero no persigue únicamente un fin simbólico, sino que el objetivo último es hacer de esa conmemoración una batalla permanente para poner en primera línea a los activistas de más edad, su experiencia y sus demandas.

Y es que la discriminación que sufren las personas LGTBI, lejos de diluirse con el tiempo, impregna cada etapa vital. La Fundación 26 de diciembre se constituye con el objetivo de prestar apoyo a "los grandes olvidados", las personas mayores LGTBI, un grupo especialmente "vulnerable y abandonado por la sociedad mayoritaria y por el propio colectivo". El nombre de la organización busca recuperar una fecha –26 de diciembre de 1978– en la que se modificó la Ley 16/1970 sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que penaba la homosexualidad durante el franquismo.

Juan José Argüello, portavoz de la fundación, explica que su creación responde a la constatación de una realidad: "Los mayores no estaban presentes, no eran visibles, el hecho de cumplir años te llevaba a desaparecer, a difuminarte del panorama de la diversidad". Frente a ello, resulta clave "reconocer el origen que ha permitido llegar a donde hemos llegado" y contar con los mayores como "ayuda para superar el camino".

Rosa Arauzo cumplió 74 años en febrero y es activista, también en el seno de la Fundación 26D. Habla con energía y sus palabras son rotundas: "Llevo más de sesenta años así, maja", dice al otro lado del teléfono. Quiere que esa energía sirva como una suerte de reclamo para otros mayores, pero también como referencia para las nuevas generaciones. "Hemos sido ninguneados, olvidados, machacados, perseguidos, metidos en la cárcel y desterrados", recuerda. Y esa experiencia tiene que servir para evitar las maniobras de nuevos "censores que ahora quieren curarnos porque dicen que somos enfermos". Arauzo insiste en que pertenecer al colectivo LGTBI "no es una ideología, sino una esencia humana: uno nace de esta forma y necesita referentes, apoyo, porque nace en un entorno absolutamente hostil".

Maribel Povedano, miembro de la Ejecutiva de la Federación Estatal LGTB, recuerda que los protagonistas de las campañas que impregnan las calles esta semana son los mismos que "han estado luchando en los últimos 50 años por los derechos del colectivo LGTBI y que fueron pioneros". El objetivo de concederles hoy un papel principal tiene que ver con "reconocer su esfuerzo y darles visibilidad, dignificar su papel". Pero también reivindicar medidas para cubrir las necesidades básicas que todavía no ven satisfechas.

Soledad y exclusión

Una de las primeras adversidades que deben afrontar las personas mayores LGTBI está vinculada a la soledad. "Hay muchos de ellos que en su familia no han sido aceptados nunca", detalla Povedano, de manera que muchas veces "sus familiares no quieren abrirles la puerta". La soledad, completa Argüello, "ya no se considera como un síntoma de la depresión, sino como una patología en sí misma".

Esta realidad deriva, en ocasiones, en una situación de exclusión. "Cuando se habla del colectivo LGTBI siempre aflora el estereotipo de joven, guapo, estupendo, rico y bien vestido", subraya Argüello, un relato que "no se ajusta a la realidad". Muchos de los mayores con los que trabaja la fundación, por el contrario, "están en situación precaria económicamente". Y es que se trata de personas que "a partir de la represión política han sido exluidos y discriminados por sus familias, incluso muchos expulsados de su trabajo".

Además, explica el activista, también existe un porcentaje importante de personas que "se dedicaba al mundo del espectáculo, porque se digería mejor la diversidad que en otros campos, pero a la hora de la jubilación esas personas descubrieron que los empresarios no habían cotizado".

En ese escenario, necesidades básicas como el acceso a la vivienda o la ayuda a domicilio, se convierten en un auténtico camino minado. Por eso la Fundación 26D trata de curbrirlas a través del desarrollo de servicios a nivel particular. "Nuestros mayores han sido acosados y discriminados, tienen dificultades para acceder a los servicios públicos si no es desde iguales", comenta Argüello.

En este punto entra en juego una demanda fundamental: mejorar los espacios residenciales para los mayores. Y aunque el objetivo último consiste en hacer de las residencias lugares seguros, el camino hasta conseguirlo es largo y mientras tanto la fundación ha trabajado por construir una residencia especializada que parece se materializará a finales del presente año o a principios del próximo. "Es el proyecto estrella", presume Argüello. Se trata de la primera residencia de estas características y funcionará con carácter público. Tendrá capacidad para más de 60 personas y contará con un centro de día para una treintena de usuarios. La necesidad de una residencia especializada, explica, es inminente porque las personas mayores sufren todavía discriminación entre compañeros y cuidadores, con la habitual consecuencia de "volver a armarizarse".

Aunque Arauzo reconoce no tener que afrontar obstáculos en su cotidianidad, sí siente cercana la soledad de los mayores. Tras iniciar una relación con otra mujer, Arauzo perdió contacto con sus familiares y su entorno más próximo. "No comprendían mi historia y yo no me iba a imponer, sabía que era muy difícil que mucha gente entendiera esa situación, empezando por el padre de mis hijos, del que ya me había separado", relata. Su historia evidencia que "vivir en libertad en un sitio tan delimitado es muy complejo". Uno pierde afectos, dice, oportunidades laborales e incluso a los propios hijos. "Visibilizarnos va a ayudar a que mucha gente tenga puntos de referencia dentro del colectivo", confía. Con su trabajo en la Fundación 26D busca precisamente ofrecer un "espacio de encuentro, de desarrollo personal, de acogida, de acompañamiento, de cariño", para que "los compañeros y compañeras no tengan que volver al armario y recordar el horror que han vivido. Que tengan un espacio propio".

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Terminar con el estigma

Otra de las reclamaciones tradicionales del colectivo apunta a que el VIH deje de ser considerada una enfermedad infecto contagiosa, categoría que ostenta actualmente. Ya en 2017 el Grupo Español de Estudio del Sida (Gesida) solicitó que su calificación pasara a ser de infecto transmisible, precisamente porque la enfermedad sólo puede transmitirse por contacto con fluidos que contengan el virus, pero no mediante la convivencia con otras personas en el día a día. "Ese detalle demuestra que se precisan residencias especializadas con el objetivo a largo plazo de que sean inclusivas", explica Argüello.

No sólo el estigma del VIH pesa sobre los mayores LGTBI. Son necesarios también "espacios de atención psicológica, porque la mayoría tiene una incidencia de trastornos mentales por encima de la población heterosexual", sostiene el activista, relacionados con depresión o, en el peor de los casos, intentos de suicidio. Todo ello evidencia la necesidad de trabajar en esos "aspectos psicológicos" que, a día de hoy, los servicios públicos no llegan a cubrir. Y es que "perdura todavía el miedo de acudir a entes públicos donde se proyecta esa persecución, esa sociedad que les ha negado, que les ha discriminado, que les ha arrinconado". Evitar que la discriminación y el estigma echen raíces depende, reitera el activista, de la voluntad colectiva y de unos servicios públicos de calidad. Arauzo lo resume en una frase que toma forma de lema: "Estar unidos en la diversidad para una nueva humanidad".