La lucha por el liderazgo de la derecha

De "Macron español" a agitador contra la "banda de Sánchez": Rivera se radicaliza en su disputa por liderar la oposición

El líder de Ciudadanos Albert Rivera durante su intervención en la primera jornada del debate de investidura

Hace dos años, a Albert Rivera se le comparaba con frecuencia con Emmanuel Macron, el presidente de la República francesa, que pasaba por ser su más admirado referente político en Europa. Se le llamaba –recuerden– el "Macron español". Hoy, tras sus intervenciones en el debate de investidura, no es descabellado trazar paralelismos con Santiago Abascal, líder de Vox. Formalmente, Rivera fue más duro que Abascal. Y recurrió de forma insistente a los latiguillos. Desde el estrado dijo 22 veces la palabra "banda". "La banda de Sánchez", repetía, cuando "banda", en España, arrastra evocaciones de la "banda terrorista ETA". La "banda", insistía Rivera, tiene "un plan", el "plan de Sánchez". Y ese plan –Rivera lleva un año insistiendo– es "liquidar España". Antes de las elecciones, era Pablo Casado el señalado por traspasar las líneas rojas de la cortesía política por llamar al presidente "felón" y "traidor". Hoy el líder del PP se permite arrogarse el papel de hombre de Estado, con una apariencia más moderada que Rivera, de aspiraciones más centristas.

  Parlament Vs Congreso

"Ojo, porque Rivera y Arrimadas, si siguen sobreactuando, pueden dejar al partido sin espacio. Una cosa es crecer en Cataluña, con el clima de polarización total, y otra a nivel de toda España. Para la crispación total ya está Santiago Abascal. Además, alguien que quiere ser presidente tiene que ofrecer una imagen presidenciable, seria, respetuosa y respetable", señala el politólogo Javier González. Los excesos formales de Rivera le han permitido a Casado, señala González, darse el lujo de "hacer un sorprendente brindis por el bipartidismo" desde la tribuna del Congreso, que a juicio del politólogo desvela una creciente seguridad en sí mismo, impensable sin haberse consolidado como líder de la oposición y del espacio conservador.

Daniela S. Valencia, consultora política y directora de Abella & Valencia, sonríe ante la "paradoja". "Albert Rivera está ayudando a Pablo Casado. Le está haciendo un favor", señala Valencia. A su juicio, la estrategia de Rivera no tiene sentido. "Vale, puede leerse como que quiere liderar la oposición de derechas. Pero lo que está logrando es que el PP parezca moderado mientras Cs cae a veces casi en el ridículo. Además, están quemando un activo muy valioso, Inés Arrimadas, que podía ser el recambio regenerador. Fue un acierto, desde mi punto de vista, trasladarla a las Cortes, pero se acumulan episodios como el de la marcha del Orgullo, sus gestos desde el escaño...". La consultora inscribe la radicalización verbal de Rivera en la "renuncia a la estrategia original del partido", es decir, "apostar por el centro desde un impulso liberal". "Eso está sepultado por completo. Desde el punto de vista estratégico, es incomprensible. Con ese nacionalismo exacerbado, que parece robado del discurso de Vox, no generas impresión de liderazgo sólido. Está tirando por la borda la estrategia inicial del partido de colocarse en el centro", señala Valencia, que recuerda que se está produciendo una auténtica "desbandada de moderados".

"Ciudadanos ha querido llevar la lógica de Cataluña al Congreso, pero el ambiente es distinto", señala el sociólogo y politólogo Albert Balada. "No les está funcionando y no les va a funcionar, creo yo. El ambiente político es distinto, la gente ya los va conociendo, hay cierta impresión de que se está buscando siempre el conflicto. No puedes polarizar en Madrid el voto como en Cataluña, son realidades distintas", señala el investigador, que también fija su mirada en las formas de Rivera: "Cada debate requiere unas formas y se puede ser muy duro y hasta durísimo, diría yo, pero justificar el voto requiere un cierto fair play, una cierta calidad en el discurso". En opinión de Balada, las formas de Rivera obedecen a una situación de "tensión interna" en Cs. Serían, desde este punto de vista, una manera de reafirmarse ante unos cuadros y unas bases que sienten el suelo moverse bajo sus pies. No es sólo que la hipótesis del sorpasso en la derecha se aleja, es que pierde credibilidad a ojos vista la pretensión de Rivera de ser "líder de la oposición", al tiempo que saltan del barco referentes históricos del partido y voces de prestigio en su seno. En este contexto, Rivera ha elevado el tono.

  Una crisis de identidad

Ciudadanos vive la más grave crisis de su historia. Su difícil situación resulta más impactante al recordar cómo hace menos de dos años Rivera parecía tener la presidencia del Gobierno a tiro. Desde el referéndum independentista del 1 de octubre de 2017 hasta mediados de 2018, Cs apuntaba a la cima. El CIS situaba al partido naranja en la pugna por el liderazgo en España. Encuestas privadas le daban el primer puesto. Rivera había tachado la socialdemocracia de su ideario para abrazar el liberalismo, y en un clima de polarización en torno al procés, hacía caja con su discurso de defensa de la unidad de España desde Cataluñadesde y sin bagaje de pactos con los nacionalistas. Hábil como pocos en el día a día ante los medios, Rivera manejaba con soltura la contradicción de azotar a Rajoy por la corrupción y a la vez ser sostén de su Gobierno.

El viento dejó de soplar de cola para Rivera hace más de un año. Sánchez, tras la moción de censura, armó un gobierno de corte ciudadanista, con perfiles independientes, europeístas, y con Josep Borrell en Exteriores. El propio Juan Carlos Girauta admitía que Cs tenía que "reenfocar" su estrategia. La elección como líder del PP de Pablo Casado, con un perfil más parecido al de Rivera que su predecesor, Mariano Rajoy, también acotó el espacio del líder de Cs. A esto se ha ido sumando la irrupción de Vox, la desinflamación del conflicto catalán... Y luego están las decisiones propias: foto de Colón, pactos con Vox –ya con reuniones, fotos y documentos firmados–, cordón sanitario al PSOE, descapitalización del partido en Cataluña, enfrentamiento con Manuel Valls tras propiciar este la investidura de Ada Colau en vez de la de Ernest Maragall como alcaldesa de Barcelona...

Las decisiones de Rivera –arropado por un núcleo duro integrado por Inés Arrimadas, Fran Hervías, José Manuel Villegas y Fernando de Páramo– han terminado propiciando las dimisiones de figuras como Toni Roldán, Javier Nart, Juan Vázquez... Muy significativa ha sido la baja del jurista Francesc de Carreras, uno de los fundadores del partido. En palabras del sociólogo y politólogo Albert Balada, cuando "son los históricos los que se están quejando, es porque se ha perdido el espíritu original". "Si tienes a los fundadores en contra, es que hay problemas con el concepto", añade.

  Formas en entredicho

Además del concepto, están en entredicho incluso las formas. El economista Francisco de la Torre ha abandonado la dirección de Ciudadanos tras la última sesión del debate de investidura con una carta en la que censura el rumbo político de Rivera, el qué, pero también el cómo. "El tono y las formas empleadas no son las más adecuadas, ni para Cs, ni sobre todo, para los intereses generales de España", señala De la Torre.

Manuel Valls, a través de Twitter, también ha afeado sus formas a Rivera. "[Sánchez es] el presidente del Gobierno de España y la política merece otra lenguaje y más respeto de todos. Eso de la 'banda' hablando de Sánchez no es el nivel que este país necesita".

Diputados del PSOE como Pau Marí-Klose han considerado las palabras de Rivera una falta de respeto. "Desde el desconocimiento del reglamento del Congreso, me ha dejado perplejo que un señor se dedique desde la tribuna a faltar reiteradamente a 123 parlamentarios llamándoles "banda" dos días consecutivos. No sé. Algo falla si no sé puede detener desde la presidencia del Congreso", ha afirmado.

  Un 'producto' adaptado al 'consumidor'

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Las formas de Rivera han causado sorpresa. Tras años cultivando una imagen presidenciable, de repente se lanza a un festival de latiguillos fáciles de convertir en parodia. El sociólogo Jorge Galindo trata de encontrarle sentido acercando la lupa. "Rivera está completando su viaje. Ahora emite un mensaje de oposición muy claro, muy contundente, porque sigue en esa batalla por aparecer como el líder de la oposición", explica. Y da una clave más: "Hay que preguntarse a qué clase de público le habla Rivera. Por decirlo muy en general, Rivera le habla a gente que tiene Twitter y Facebook, mientras Casado apuesta por las capas demográficas del voto del PP, de más de 60, que se informan menos a través de redes sociales", señala. Es –lo aclara Galindo– una esquematización. Espectáculo Vs Estabilidad, sería el resumen. Cada cual, adaptando su producto a un público. Pero una esquematización que ayuda a comprender a Rivera, que sostiene la idea de que lo fundamental es no desaparecer en ningún momento de la mente de los posibles electores, porque sólo así se garantiza una relevancia política en la que infinidad de estímulos compiten por la atención de los consumidores.

Los datos avalan la afirmación de Galindo. El CIS preguntó en su último barómetro a los entrevistados a quién habían votado el 28 de abril en las generales. Entre los de 18 y 24 años, el 13,7% dice que votó a Cs, por sólo un 4,9% del PP. El partido naranja también supera al PP entre 25 y 34 (13,9% a 4,6%), entre 35 y 44 (13,4% a 6,3%) y entre 45 a 54 (11,8% a 7,3%). El PP ya es más votado que Cs entre 55 y 64 años (10,9% a 9,2%) y su superioridad es arrolladora de 65 en adelante (19,6% frente a 7,3%). El grueso del electorado del PP está en unas franjas de edad menos permeables a las estrategias de marketing y comunicación de Rivera, un partido que siempre tiene un ojo puesto en cómo se hace en Estados Unidos. "El electorado del PP –señala Galindo– valora mucho más la estabilidad. La apuesta de Casado es concentrar el voto en torno suyo, que la llamada al voto útil haga su trabajo". Rivera, en cambio, no puede permitir que la inercia haga su trabajo, porque la inercia –el llamado efecto bandwagon, que premia al más fuerte de cada bloque ideológico– juega en su contra.

¿Arriesga Rivera imagen presidenciable con su decisión de destacarse por contundencia? Galindo cree que, en un entorno de tanta volatilidad, falta muestra demoscópica para valorar el impacto global de su giro, tanto de forma como de fondo. "No sabemos cómo le va a salir el saldo al final", señala. Los números que van saliendo a la palestra no le sonríen. La encuesta de Metroscopia para 20 Minutos de julio indica que en un mes ha empeorado su valoración 13 puntos, de 43% a 30% de aprobación. Está por ver si remonta con su papel en el debate de investidura. Tiene más indicadores de los que preocuparse. Las encuestas desvelan que sectores significativos de su electorado –casi un 60%, según el Barómetro de La Sextaquieren que Cs apoye la investidura de Sánchez. Rivera se ha cerrado esa puerta. A su juicio, Sánchez es el jefe de una "banda" que tiene el "plan" de "destruir España". Hace tres años, ese mismo Sánchez y el propio Rivera pactaban para formar juntos un gobierno en España. Era 2016, y Rivera emprendía entonces una trayectoria ascendente que se cortó hace un año. El presidente de Ciudadanos busca la forma de retomarla.

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