10N | Elecciones Generales

Las urnas ponen a prueba la fuerza de las izquierdas frente a la recomposición de una derecha marcada por el auge de Vox

Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Iglesias (Unidas Podemos) e Íñigo Errejón (Más País).

PSOE y Unidas Podemos cerraron este viernes una larguísima campaña electoral cuyo punto de partida algunos analistas sitúan al día siguiente de las elecciones municipales. Pablo Iglesias suscribe esa idea. Según él, fue entonces cuando Pedro Sánchez cambió de criterio y descartó la idea de compartir el Gobierno con la formación morada. Un punto de inflexión que, sin embargo, los socialistas sitúan en el momento en el que UP rechazó la vicepresidencia y los ministerios que Sánchez les ofreció horas antes de la investidura en el Congreso en la que los de Iglesias acabaron absteniéndose.

Dos meses después del fracaso definitivo de aquella negociación, las formaciones españolas de izquierdas se enfrentan de nuevo a las urnas instaladas en las trincheras que cavaron este verano y con una expectativa a la baja que puede hacerles perder la posición de dominio frente a las tres derechas que habían conseguido el 28 de abril.

PSOE y UP se muestran dispuestos a pactar un programa político del que ni siquiera llegaron a hablar en la legislatura fallida pero Sánchez sigue queriendo un Ejecutivo monocolor e Iglesias sólo está dispuesto a llegar a un acuerdo si incluye la presencia de miembros de Unidas Podemos en el Gobierno. Cuando PSOE y UP vuelvan este lunes a la casilla de salida, todo indica que seguirán sin ponerse de acuerdo sobre la investidura.

Eso en el mejor de los casos, suponiendo que la izquierda sume más escaños que la derecha. Porque si se da la situación contraria será Pablo Casado quien, con toda probabilidad, reclame el derecho a ser investido con el apoyo de Vox y de Ciudadanos y la abstención del PSOE. En ese escenario —que puede abrir la puerta del Gobierno a la ultraderecha— la repetición electoral se saldaría con un error histórico para la izquierda, que habría echado a perder una oportunidad única de hacerse con las riendas del país tras cuatro años de parálisis institucional.

Sánchez e Iglesias han pedido a los electores que les den la razón y culpen al contrario del fracaso de la investidura. De momento contienen la respiración: casi todas las encuestas conocidas aseguran que los electores van a castigar levemente tanto al PSOE como a Unidas Podemos y apuntan a un escenario mucho más difícil de gestionar que el del 28 de abril. Porque la entrada en el Congreso de Más País no parece tampoco que vaya a compensar el retroceso de socialistas y morados.

En el PSOE lo fían todo a una remontada de última hora. Creen que el miedo a Vox va a movilizar a los electores de izquierdas decepcionados por tener que volver a votar después de un ciclo electoral extenuante. Y aún esperan que el centro político, los ciudadanos más moderados, la “mayoría cautelosa”, en palabras del jefe de gabinete de Sánchez, el experto en comunicación Iván Redondo, busque refugio en la figura “institucional” del PSOE. Especialmente a la vista del crecimiento de los ultras y el escoramiento, cada vez más a la derecha, de Pablo Casado y de Albert Rivera.

Estrategias cruzadas

La estrategia de los socialistas para el 10N pasaba, en un principio, por obtener un resultado que legitimase la apuesta de Sánchez por el Gobierno en solitario. Para ello necesitan no sólo aumentar sus escaños sino que los electores castiguen a Unidas Podemos. Y, si la suma de ambos no da para sacar adelante la investidura y el independentismo continúa siendo decisivo, redoblar la presión sobre el PP para que se abstenga. Una jugada de alto riesgo y a tres bandas que, si sale mal, puede desembocar en una tercera convocatoria electoral.

Unidas Podemos busca también que las urnas legitimen su aspiración a formar parte de un Gobierno de coalición penalizando al PSOE y premiando a las candidaturas moradas. Para combatir el voto útil, Pablo Iglesias corteja a los votantes socialistas repitiendo desde hace días que Sánchez se ha derechizado y que, en connivencia con la banca y los poderes económicos del país, planea gobernar con ayuda del PP a cambio de aplicar mano dura al independentismo en Cataluña.

Sabe que el miedo a Vox es un arma de movilización de la izquierda. Por eso insiste en que sólo un Gobierno de izquierdas en el que Unidas Podemos esté presente será capaz de implementar las políticas progresistas que hacen falta para cortar de raíz la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades que, desde su punto de vista, están en el origen del crecimiento electoral de los ultras.

Sánchez e Iglesias no sólo no se han movido de sus respectivas posiciones sobre cómo pactar una mayoría en el Congreso sino que durante estos meses han hecho más visibles las profundas diferencias que les separan sobre Cataluña. El presidente en funciones mantiene oficialmente su disposición a abrir un diálogo con el independentismo siempre que los soberanistas cumplan dos condiciones: renunciar a la vía unilateral y dialogar a su vez con la Cataluña no independentista. Más allá de eso, Sánchez ha sustituido la política de conciliación que puso en práctica el año pasado por un endurecimiento del tono a medida que los soberanistas, sobre todo el president Quim Torra, JuntsxCat, Carles Puigdmont y los CDR han ido incrementando los llamamientos, todavía retóricos pero cada vez más intensos, a intentar de nuevo la secesión.

Iglesias se ha opuesto abiertamente a este cambio de actitud. Unidas Podemos defiende la liberación de los dirigentes políticos y sociales que el Supremo condenó por sedición y malversación de fondos públicos y la convocatoria de un referéndum pactado de autodeterminación. Dos propuestas en las que coincide claramente con Esquerra.

De ahí que la izquierda tenga un ojo en Vox y el otro en Cataluña. No sólo por lo que pueda ocurrir durante la jornada reflexión y el mismo día de la votación —algunas organizaciones soberanistas han hecho llamamientos a dificultar el acceso a los colegios electorales— sino por el resultado: las encuestas apuntan a un resultado histórico del independentismo —Esquerra, Junts y la CUP—. Con todas las implicaciones que eso tendrá de cara a la convocatoria de comicios al Parlament, que con toda probabilidad tendrá lugar en los primeros meses del año que viene.

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El resultado de Errejón

En medio de PSOE y de Unidas Podemos las encuestas también apuntan a la entrada en el Congreso de Íñigo Errejón en coalición con Compromís, Equo y Chunta Aragonesista, aunque con un resultado mucho más modesto que el que esperaba obtener cuando el enfado de la izquierda por el fracaso de la investidura estaba en su punto más alto. Para él, la frontera del éxito pasa por conseguir grupo parlamentario propio en el Congreso, lo que le garantizaría una voz definida en la Cámara Baja durante el tiempo que dure la legislatura. Pero para eso necesita tener al menos cinco diputados y cumplir al menos una de estas condiciones: tener el 15% de los votos en las circunscripciones donde se presenta o el 5% de de los sufragios emitidos en toda España. Si no lo consigue, tendrá que integrarse en el Grupo Mixto.

En los últimos días, a medida que las expectativas de Vox aumentaban y el hundimiento de Ciudadanos reducía el efecto negativo que en abril tuvo la división del voto de la derecha en su cómputo de resultados, el miedo a un vuelco electoral como el que tuvo lugar hace menos de un año en Andalucía ha comenzado a extenderse entre algunos dirigentes socialistas, alimentado en parte por algunos medios conservadores.

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