Cambio climático

Los peligros del catastrofismo climático: cuando demasiadas malas noticias paralizan y desmovilizan

Jóvenes del movimiento Fridays For Future con una pancarta.

Uno de los mayores retos que presenta la crisis climática es cómo comunicarla: cómo hacer entender a la ciudadanía las complejas causas, las alarmantes consecuencias, las soluciones, de un fenómeno que actúa de manera global, difícilmente perceptible a simple vista y a largo plazo. Aupados por el impulso de las últimas movilizaciones, pero aún con dudas y contradicciones, activistas, organizaciones, científicos y medios se enfrentan a este dilema. Y en esas, aparece el temido catastrofismo climático: ¿Somos demasiado agoreros a la hora de hablar, y explicar, el calentamiento global? ¿Pintar el futuro de negro despierta al receptor, hace crecer en él las ganas de hacer algo para evitar el apocalipsis, o desmoviliza y paraliza? ¿Las palabras de referentes como Greta Thunberg, hablando de “extinciones masivas”, pueden ser contraproducentes? O al contrario: ¿Estamos siendo demasiado suaves? infoLibre plantea este debate a conocidos ambientólogos, activistas y expertos y el consenso es claro: equilibrio.

El catastrofismo es una palabra muy cotizada entre los negacionistas del cambio climático, que niegan la existencia del fenómeno, le restan importancia o rechazan su origen antrópico. Suelen provenir de la extrema derecha, aunque no solo, y argumentan que activistas, científicos y medios relacionados con la acción climática exageran las consecuencias del calentamiento global. Algunos afirman, también, que los científicos hicieron en el pasado predicciones que en la actualidad no se han cumplido. “Las previsiones se han cumplido con un rango de acierto brutal”, contraataca el ambientólogo y divulgador climático Andreu Escrivá. “Y la mayor parte de los desaciertos han sido por subestimación”, agrega.

Considera el experto que sí que ha habido activistas que durante estas décadas, desde que en los 80 comenzara a entenderse el fenómeno, que han hecho afirmaciones “complicadillas”, como que a estas alturas todas las ciudades costeras estarían bajo el mar. “Pero si uno va a la literatura científica”, explica, es fácil comprobar lo adecuado de sus vaticinios: basta con superponer la proyección de temperaturas que hacían hace 40 años y cómo han evolucionado las temperaturas desde entonces. Coinciden casi a la perfección.

Si, por lo tanto, tenían razón y la siguen teniendo, ¿por qué no seguir insistiendo? Si, como es ampliamente aceptado por la comunidad científica, el panorama es grave y exige medidas ambiciosas y urgentes para evitar un colapso, parece antinatural intentar evitar el catastrofismo si, a fin de cuentas, se avecina una catástrofe si no actuamos. Los expertos consultados, de ámbitos tan aparentemente distantes como las ciencias ambientales, la psicología o la comunicación, coinciden: hablar del apocalipsis genera desmovilización, parálisis y bloqueo.

A mucha gente se le dice que el futuro es horrible y le dan ganas de aprovechar el presente. Si la Patagonia argentina va a desaparecer, voy a tener que ir. Si van a quitar los vuelos baratos, voy a aprovechar y cogerlos ahora. Lo que sienten es que ante esos futuros, el presente ya no parece tan malo y merece ser aprovechado”, explica Escrivá. El catastrofismo genera una huida hacia adelante, “como los fumadores que dicen que de algo se tienen que morir”, porque pintarlo todo tan negro paraliza. Si, total, el planeta se muere, mejor vivamos bien ahora. “Si no se plantean soluciones, no saben hacia dónde tirar y creen que está todo perdido”, asegura el ambientólogo, que se ha encontrado muchas de estas actitudes en sus charlas y talleres.

Desde el campo de la psicología, el experto Carles Porcel sentencia que “normalmente, cuando vendemos el infierno, es más probable que el receptor desconecte. Si vendemos el cielo, el cambio climático como una oportunidad para generar bienestar, es más probable que se enganchen”. “La mayoría de divulgadores no utilizan este enfoque”, lamenta. Gemma Teso, investigadora del grupo de Investigación MDCS (Mediación Dialéctica de la Comunicación Social) de la Universidad Complutense de Madrid, que en la actualidad está trabajando en la creación de un Observatorio de la Comunicación Mediática del Cambio Climático, coincide y añade: “En la reuniones con expertos y comunicadores que hemos mantenido, la opinión generalizada es que si se plantea el problema como algo catastrófico, la persona se queda ahí: en ver la catástrofe que se cierne”.

Eso no implica, coinciden también todos los expertos, que los comunicadores y activistas tengan que evitar decir la verdad: difundir que las consecuencias de la crisis climática serán graves si continúa la inacción. “Tenemos que ser realistas. Lo que no hay que hacer nunca es ocultar datos, mentir o manipular deliberadamente”, afirma Escrivá. “No puedes meter ideas muy jodidas de golpe. Hay personas que nunca habían escuchado hablar sobre esto y de pronto les das tal cantidad de información que se quedan paralizados. De un día para otro les dices que el mundo se va a acabar”, relata. Su antídoto es hablar de soluciones. Las soluciones movilizan. “Cuando se las explicas, mucha de esta misma gente llega a la conclusión de que no es suficiente. Ahí es donde tenemos que meter las ideas de cambio”, sentencia.

Porcel lo apoya: “Hay que alcanzar un equilibrio. Hay que plantear las cosas que vayan a pasar, pero dejando claro que podemos estar ante un colapsito o un colapsazo, y que depende de nosotroscolapsitocolapsazo”. Por su parte, Teso añade que se debe evitar el hábito de sacar solo a relucir el cambio climático cuando está vinculado a un fenómeno meteorológico extremo, es decir, catastrófico. Como por ejemplo, ante una gota fría en el Mediterráneo, a pesar de que se considere como un triunfo que la opinión pública empiece a vincular dichos eventos con el calentamiento global. “Hay que hablar de esto también en tiempos de no catástrofe y evitar caer en el sensacionalismo”, asegura la investigadora.

En este sentido, las propuestas keynesianas de redoblar la inversión en renovables, nueva movilidad y nuevos hábitos de vida que propone el popular Green New Deal ayudan, consideran los expertos, a cambiar el marco y hablar en positivo, en vez de en negativo. Aún con sus limitaciones, y la crítica de determinados sectores ecologistas, que señalan el decrecimiento como única opción posible, el Green New Deal plantea un futuro ilusionante en el que la apuesta por el crecimiento sostenible generará empleo, riqueza y bienestar. “Aunque se le pueden hacer muchas críticas, al final es un pacto entre las empresas, la ciudadanía y los investigadores que hace que hayamos pasado, en ciertos sectores más reticentes, del ‘no pasa nada’ a ‘esto es un problema real y requiere de un instrumento potente’. Eso es muy positivo”, opina Escrivá.

El mayor aliado del catastrofismo es la falta de rigor. Exagerar las consecuencias del cambio climático, aunque se pueda creer que ayuda a la causa, no ayuda en absoluto, consideran los expertos. Aunque hemos mejorado en los últimos años: “Hay muchas más fuentes ahora para verificar si lo que dices es cierto o no. Creo que hay un cierto sentido de la rigurosidad, porque sabes que en caso contrario la puedes liar”, considera el ambientólogo. Los informes del IPCC, considerados referencia a nivel mundial, son ya lo bastante contundentes como para, sin pasarse ni una línea de lo que dicen, alarmar sobre el futuro planteado sin una buena acción climática. A veces, incluso, se comete un “exceso de rigurosidad”, a juicio de Escrivá: esperar a tener absolutamente todos los datos para hablar de cambio climático vinculado a un evento o un fenómeno concreto, o ser demasiado simples a la hora de explicar los resultados de una investigación.

El papel de la distopía

Un futuro sumergido

Un futuro sumergido

La crisis climática se comunica a través del activismo, la divulgación científica y los medios: pero también a través de la cultura. Libros, series, películas, videojuegos… que, utilizando o no el cambio climático como principal eje de su discurso, dibujan generalmente un futuro indeseable. Contaminado, con más desigualdad, donde la tecnología se convierte en enemiga en vez de en aliada (Black Mirror) o donde la libertad reproductiva de las mujeres desaparece bajo un patriarcado en su máxima expresión (El Cuento de la Criada). Layla Martínez, escritora, traductora, editora y experta en ciencia ficción, asegura que la “avalancha” de distopías de los últimos años también paraliza y desmoviliza. Por motivos similares. “Yo no creo que escribir una denuncia sea exactamente lo mismo que llamar al cambio. De hecho, pueden ser cosas diferentes. Una denuncia de una situación de opresión no moviliza, puede desmovilizar”, considera.

Determinadas obras que se encuadran dentro de la distopía, explica Martínez, cuentan con una estructura mediante la cual se muestra que vamos a un futuro peor que en el presente, y no se muestran alternativas, otras posibilidades o espacios de lucha. Por lo que, queriendo o sin querer, se trata de productos culturales conservadores: en ese escenario, mejor quedarnos como estamos. Ese efecto desmovilizador, considera, “se multiplica” al haber muchas películas, series y libros en este sentido. Por el contrario, y a pesar de que están ganando terreno, las utopías siguen representando un papel minoritario en la ficción: “Me parece significativo que como sociedad no seamos capaces de imaginar un futuro mejor”, afirma. Lo que decía Fredic Jameson en 1994: Hoy día nos resulta más fácil imaginar el deterioro total de la Tierra y de la naturaleza que el derrumbe del capitalismo tardío.

Sin embargo, Martínez defiende que la distopía tiene “bastante capacidad para generar símbolos” y así dotar de un relato y una imagen a la movilización: las ropas de El cuento de la criada se han utilizado en manifestaciones feministas, y la máscara del protagonista de V de Vendetta es también muy recurrente, por ejemplo. Y a veces estos productos culturales pueden suponer un “primer acercamiento” a gente que no conoce la problemática. Pero, más que generar estas protestas, “ofrecen símbolos llamativos a movimientos que están en marcha”, por lo que su carácter paralizante pesa más, opina. Señalan el problema, pero no señalan la salida del problema: y ahí está la asignatura pendiente.

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