las tres derechas

Colón, año I: el PP busca engullir a Cs ante un Vox disparado mientras mantienen vivas las mentiras del manifiesto

El presidente de Vox, Santiago Abascal, el líder del PP, Pablo Casado, y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, posan junto a otras personalidades asistentes a la concentración de este domingo.

El 10 de febrero de 2019 se afianzaron dos expresiones que ya están totalmente integradas en la vida política española: las "tres derechas" o su equivalente "trío de Colón", en alusión a Partido Popular, Ciudadanos y Vox. Estas formaciones se reunían ese día bajo la gigante bandera de España de la madrileña plaza de Colón para exigir al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que convocase elecciones de forma inmediata por sus "cesiones y bandazos permanentes" ante los secesionistas catalanes. Han pasado un año y cinco elecciones perdidas por la derecha ante el PSOE (dos generales, unas europeas, unas autonómicas y unas municipales), pero buena parte de sus acusaciones siguen intactas.

Ese día había dudas sobre si Pablo Casado (Partido Popular), Albert Rivera (Ciudadanos) y Santiago Abascal (Vox) iban a dejarse fotografiar juntos. Pero la competición por colgarse la medalla de haber contribuido a un adelanto de los comicios era tan grande que, sin calcular los riesgos, todos estos líderes políticos subieron al escenario. Y los fotógrafos dispararon.

La imagen supuso la consolidación de un bloque que acabó compitiendo por un mismo sector del electorado, el de la derecha, alejándose de posiciones centradas, moderadas. Acababa de estrenar su primera colaboración en la Junta de Andalucía, sumando fuerzas para poner fin a 37 años de gobiernos socialistas. 

Sobre el poder de convocatoria de estos partidos –a los que se sumaron también el PAR, UPN, Foro Asturias y UPyD– no hubo consenso. La delegación del Gobierno cifró los asistentes en 45.000, cantidad que PP y Cs incrementaron hasta los 200.000. "En la plaza y en la calles adyacentes", señalaban.

infoLibre analiza, un año después, las relaciones entre el bloque de las tres derechas, la situación de sus principales protagonistas y cómo encaja el panorama que se pintó de la situación de España aquel día, en el manifiesto leído en la plaza, con la realidad. 

Tres protagonistas y riesgos mal calculados

La foto de Colón no podría repetirse a día de hoy. Al menos con los mismos protagonistas. Hay un gran ausente: Albert Rivera. El expresidente de Cs dejó la política tras el batacazo del partido naranja en las generales de noviembre: 10 escaños. Y la formación está en proceso de buscarle sustituto. Así que ese es un primer gran titular: el abrazo a la extrema derecha le costó a Rivera su carrera política.

Pero no sólo no podría repetirse por este detalle. En la inestable relación que viven PP, Cs y Vox, conservadores y liberales están más cerca estas últimas semanas buscando vías de colaboración para las elecciones catalanas, vascas y gallegas, mientras que se han distanciado de la extrema derecha a cuenta del bautizado como "pin parental" y de la composición de los órganos de gobierno de las comisiones en el Congreso de los Diputados.

Partido Popular

La foto de Colón no ha dejado de perseguir a Pablo Casado desde aquel 10 de febrero. Representa justo lo que él se propuso aunar en el momento en que llegó a la Presidencia del Partido Popular. Cuando el líder de los conservadores habla de "refundir" el espacio de la derecha se refiere a que su formación se convierta en la casa ideológica común de todos los electores que se ubican a la derecha del Partido Socialista.

A esa foto le siguió una campaña electoral, la de las generales del 28 de abril, donde la estrategia de la dirección nacional del PP estuvo muy alejada de todo lo que significara confrontar con la extrema derecha. Hasta el punto de endurecer los mensajes de forma muy notable.

El batacazo en las urnas llevó a Casado a convertirse en el presidente del PP que peor resultado había cosechado: 66 escaños. Pese al fracaso, en el PP intentaban consolarse apuntando a que seguían siendo el principal partido de la oposición. Pero los números eran los que eran: Cs (57 escaños) le pisaba los talones y Vox (24 escaños) entraba con mucha fuerza en el Congreso. Los 147 escaños que las tres fuerzas sumaban borraban de un plumazo la posibilidad de, como había ocurrido en Andalucía, sumar para evitar un Gobierno de izquierdas.

Las reuniones internas del PP y las conversaciones de Casado con sus barones regionales se convirtieron en un funeral. En todas pudo escucharse que se había equivocado de estrategia, que las "mentiras" de Abascal había que combatirlas con hechos y que si seguía con el "giro a la derecha" se equivocaba de calle. En aquel momento se empezó a hablar con insistencia del "giro al centro" y a recordar que las grandes mayorías absolutas del partido se habían conseguido gracias a discursos más moderados.

Fue entonces cuando, analizando el fracaso electoral de abril, Casado se atrevió por primera vez a poner nombre a la ideología de Vox hablando de "extrema derecha".

Las autonómicas, municipales y europeas se celebraron el 26 de mayo. En el equipo de Casado afrontaron estas citas con no pocos temores. Su liderazgo no podía permitirse otro golpe como el de abril. Y ganó tiempo extra no porque los resultados fuesen especialmente buenos, sino porque gracias a Vox y Cs, el PP logró hacerse con los gobiernos de la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid y de la Región de Murcia. En Castilla y León bastaron los votos del partido naranja.

El apoyo de Vox no le salió nada barato a los conservadores. Porque han tenido que firmar documentos en los que se comprometen a asumir parte del ideario radical de la extrema derecha y Vox aprovecha cualquier momento de debilidad de los gobiernos de coalición de PP y Cs, como el de la aprobación de los Presupuestos, para incrementar las presiones.

De forma paralela, Pedro Sánchez buscaba sin éxito alianzas que le permitiesen ser investido. Casado recibió presiones de sectores políticos y empresariales pero se mantuvo firme. Con el PP, insistía, el PSOE no podía contar para seguir en la Moncloa porque esto implicaría renunciar a su papel de alternativa. Había miedo en el PP a que un gesto de este tipo acabase por disparar a Vox.

Las elecciones del 10N dieron algo más de oxígeno a Casado por la subida a 89 escaños, a pesar de lo raquítico del resultado. Pero en la otra cara de la moneda, mientras Cs bajó a diez escaños, la extrema derecha llegó hasta los 52.

En el PP se preparan ahora para una legislatura no tan corta como la que imaginaban, en la que esperan que Vox les haga tanta oposición a ellos como al PSOE. Con continuas "provocaciones" y "trampas" como la del "pin parental" y con acusaciones de complicidad con los socialistas y los independentistas. Esto último es lo que ha ocurrido esta semana cuando Vox se ha quedado fuera de las presidencias de comisiones en el Congreso. Iván Espinosa de los Monteros denunció la exclusión de su partido y lo achacó a un "trizquierdito""trizquierdito" que, a su juicio, forman el PSOE, Unidas Podemos y el PP.

Vox

La imagen de Santiago Abascal junto a los líderes de PP y Cs en el escenario de la plaza de Colón acabó de poner a Vox en el mapa. Su partido en Andalucía ya había sido clave para que el conservador Juanma Moreno llegase a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Pero era sólo el comienzo.

Prácticamente de Colón aterrizaron en una campaña electoral, la del 28 de abril, con un buen estreno: 24 escaños. Las encuestas le habían ubicado bastante por encima y las cuidadísimas imágenes de sus actos que se distribuían desde el aparato del partido también apuntaban en esa dirección. Pero esos asientos en el Congreso les garantizaban grupo propio y un excelente escaparate para extender sus ideas ultras, lo que unido al batacazo de Casado llenó de optimismo a Abascal y los suyos.

La racha siguió. Y en las autonómicas y municipales sus votos fueron clave para aupar al poder a PP y Cs. Pusieron el precio de sus apoyos muy caro y, tras imponer sus condiciones, votaron a los candidatos de la derecha.

Vox también se colgó la medalla de haber generado no pocas tensiones entre PP y Cs. Mientras los conservadores se implicaron mucho en las negociaciones e intentaron ejercer el papel de mediadores entre Cs y Vox, en Ciudadanos se empeñaban en vender la idea de que a ellos la extrema derecha no les condicionaba en absoluto. 

La forma en la que el partido de Abascal se ha posicionado en estas negociaciones le otorga un papel de árbitro de las legislaturas sin estar dentro de los gobiernos. En Madrid, por ejemplo, mantiene en vilo los Presupuestos por el veto parentalveto parental.

Ciudadanos

Los críticos de Ciudadanos, los que dieron un portazo a Rivera por no haberse abierto a negociar con el Partido Socialista tras las elecciones generales de abril, apuntan a aquel domingo de febrero de 2019 como un punto de inflexión. Como el momento en el que el partido empezó a perder parte de su capital por entrar de forma descarada a pelear por el liderazgo de la derecha sin marcar distancias claras con la ultraderecha.

En las elecciones generales de abril Albert Rivera logró 57 escaños frente a los 66 del PP, lo que le permitió por unos meses mantener el discurso de que el líder de la oposición era él, frente a un Casado que no desaprovechaba la ocasión para recordarle que ese título se le otorga a la fuerza con más votos.

En ese contexto, Rivera no quiso entrar a negociar con Pedro Sánchez para desbloquear la investidura. Sólo hizo una oferta de última hora, cuando estaban a punto de disolverse las Cortes para la convocatoria electoral, con la que pretendía también arrastrar al PP a la abstención. Los conservadores se negaron de forma rotunda y días después arrancaba el reloj hacia las generales del 10N.

El exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera, junto a la portavoz en el Congreso, Inés Arrimadas.

Cuando los españoles votaron el 10N, habían sido testigos no sólo de cómo Cs no quiso negociar para evitar una repetición electoral –Rivera se negaba a reunirse con Pedro Sánchez–, sino de cómo se habían plegado a las exigencias de la extrema derecha para cogobernar con el PP en Madrid, en Murcia y en el Ayuntamiento de Madrid. También, de la marcha de pesos pesados de la formación descontentos con el tono, las formas y la estrategia política de Rivera.

Lo que pasó tras el 10N ya está escrito: bajaron de 57 a 10 escaños y Albert Rivera asumió en primera persona el hundimiento dando un paso atrás. Hasta comienzos de marzo, el partido naranja está en manos de una gestora y la voz más autorizada es la de su portavoz en el Congreso y aspirante a líder, Inés Arrimadas.

La nueva dirección tendrá que decidir la estrategia a seguir para el futuro y definir su posicionamiento ideológico.

Arrimadas hizo un intento hace unos días de que la gestora, controlada por ella, debatiese sobre posibles pactos con el PP en las tres elecciones autonómicas previstas para este 2020: País Vasco, Cataluña y Galicia. Y lo ha logrado. A medida que se vayan convocando los comicios se anunciarán las formas de colaboración. Este movimiento, no obstante, no cuenta con el respaldo del sector crítico, cuya cabeza visible es el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Francisco Igea, que no descarta plantear una candidatura alternativa en el congreso del partido.

Los críticos consideran que el movimiento de Arrimadas es muy delicado porque ubica al partido en línea recta hacia la absorción por parte del PP.

Del manifiesto a la realidad

Leído por tres comunicadores, uno elegido por cada partido, el manifiesto de Colón señalaba que habían dejado a un lado "las legítimas diferencias" para lanzar un mensaje conjunto a la sociedad española. El de su "más enérgico rechazo a la traición perpetrada por el Gobierno de España en Cataluña". Quedaban dos días para el arranque del juicio del procés y sin haberse escuchado a los acusados, ni a sus defensas, en definitiva sin sentencia, se intentaba buscar paralelismos entre el juicio y "meses de constantes cesiones intolerables". De "puñaladas por la espalda a la ley y a la justicia" por parte del Gobierno de Sánchez para aceptar "los términos y exigencias impuestos por el presidente de la Generalitat".

"El Gobierno ha cedido al chantaje de aquellos que quieren destruir la convivencia ciudadana en nuestro país y ha renunciado a defender la dignidad de los españoles, con el único objetivo de mantenerse en el poder", se pudo escuchar en el escenario de Colón. La frase no resistió a la prueba de la realidad. Porque un presidente del Ejecutivo que cede a las presiones de los secesionistas a toda costa para no moverse de la Moncloa no disuelve las Cortes menos de un mes después –4 de marzo de 2019– para la celebración de las elecciones del 28 de abril.

Vista parcial de la concentración convocada por PP, Cs y Vox en la Plaza de Colón de Madrid.

En contra de lo que se dijo en esa cita, el Gobierno de Sánchez no había cedido a la hora de "trasladar a los políticos presos a la cárcel de Lledoners", sino que se siguió el criterio habitual que se aplica a otros presos. Además, una vez concluida la instrucción del sumario y previa autorización del juez instructor, Pablo Llarena.

Tampoco el Gobierno cedió al "aceptar las 21 exigencias del secesionismo". Se referían los promotores del manifiesto al documento de 21 puntos que Quim Torra entregó a Sánchez en la reunión del 20 de diciembre de 2018 en el Palacio de Pedralbes. El texto, que contenía demandas que el PSOE siempre ha visto inaceptables, como el derecho de autodeterminación, nunca fue aceptado por Pedro Sánchez. No pasó inadvertido que PP, Cs y Vox se reunían para clamar contra un diálogo con los independentistas que dos días antes había dado por roto la vicepresidenta Carmen Calvo.

La prueba de que no se aceptaron esas demandas es que los independentistas catalanes rechazaron la tramitación de los Presupuestos y la XII Legislatura llegó a su fin

Vox expedienta por hablar con periodistas a los afiliados de Valladolid que impugnaron las primarias

Vox expedienta por hablar con periodistas a los afiliados de Valladolid que impugnaron las primarias

Se escuchó también ese domingo en Colón hablar de más rendiciones del Ejecutivo socialista. "Al admitir la posibilidad de que hubiera mediadores, relatores, o cualquier otra figura semejante". En realidad, lo único que aceptó entonces el Gobierno –y que nunca llegó a hacerse efectivo porque no hubo acuerdo con el Govern– es que una hipotética mesa de diálogo entre partidos, por tanto ajena a las instituciones, se reuniese para intentar buscar fórmulas que permitiesen avanzar en la resolución del conflicto político catalán. Y que esta mesa estuviese presidida por "una persona" elegida de "común acuerdo".

Un año después, Sánchez ha logrado ser investido presidente de un Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos comprometiéndose con ERC a la creación de una mesa entre el Gobierno y el Govern para la "resolución del conflicto político". Esta misma semana se ha celebrado la primera toma de contacto entre Sánchez y Torra y se ha acordado que la mesa arranque sus encuentros este mes de febrero. 

La oposición, por su parte, ha recuperado muchas de las acusaciones de hace un año.

Más sobre este tema
stats