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Igualdad

Las otras brechas: cuatro historias de mujeres que plantan cara a la precariedad en el empleo

Una empleada del hogar trabajando.

"Permitimos que sean ustedes quienes rompan el techo de cristal mientras somos nosotras las que estamos recogiendo los cristales rotos". El enunciado pertenece a Ana Carolina Elías, presidenta de la asociación Servicio Doméstico Activo (Sedoac). Más que una proclama, aspira a que sus palabras funcionen como retrato de la realidad que afecta a cientos de miles de mujeres que cargan sobre sus espaldas empleos precarios feminizados. Este sábado se celebra el Día Europeo de la Igualdad Salarial y ellas, las trabajadoras que soportan condiciones laborales altamente precarizadas, quieren tomar la palabra para mostrar las muchas brechas que encaran.

Elías participó este viernes en la jornada Igualdad retributiva: avances y desafíos, organizada por el Instituto de la Mujer. Junto a ella, otras tres mujeres se hicieron con el micrófono para poner sobre la mesa las condiciones de "extrema vulnerabilidad" que les han llevado exponer sus historias.

"Algo que asumíamos como normal, nos dimos cuenta de que no lo era". Isabel Matute toma la palabra. Ella preside la asociación de Aparadoras y Trabajadoras del Calzado de Elche (Alicante). En su sudadera se lee una consigna: "Si yo paro, tú no andas". Lleva trabajando desde los 14 años, pero a sus 58 apenas ha cotizado seis. "Somos artesanas", explica ante el auditorio, "nuestro oficio no se aprende de un día para otro". Y entre todo el esfuerzo que conlleva, su empleo se ha convertido en "un sector ampliamente feminizado" con jornadas de "diez y once horas" donde "es imposible conciliar".

Concepción Real asiente. Lo narrado por sus compañeras parece extraído de su propia experiencia personal. Es portavoz de la Plataforma Unitaria de Auxiliares de Ayuda a Domicilio y trabajadora en el municipio madrileño de Getafe. Su relato, expone, pretende dar "voz a miles de mujeres que son invisibles". Las empleadas que se encargan de los cuidados de las personas dependientes han logrado que su sector "se haya profesionalizado, pero no dignificado". Las empleadas de la dependencia adolecen, dice, de muchas brechas, pero hasta hace relativamente poco no eran ni tan siquiera conscientes del nexo común que las unía. "Empezamos a organizarnos hace tres años", porque siempre ha habido una "gran atomización, las compañeras ni nos conocíamos".

En esa atomización se detiene igualmente Rita Míguez, presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres de la Pesca (Anmupesca). Es mariscadora de profesión en Arcade (Pontevedra) desde hace quince años y reitera con tesón que "lo que no se ve no existe". Esa convicción fue la que dio impulso a su asociación: "Dar voz y visibilidad a mujeres que estábamos ahí". No sin esfuerzo, porque su agrupación congrega a mujeres muy distintas de diversas profesiones vinculadas con el mar. Y aún así tienen "más en común" que aquello que las separa. En lo común está la respuesta, asiente, porque "en lo individual no se consigue nada".

Imagen de mariscadoras gallegas. | Anmupesca.

Trabajo precario y feminizado

Carolina Elías propone un ejercicio. Consiste en imaginar que en cada oficina existe un sótano con habitaciones. Cuando uno termina la jornada laboral, plantea, los trabajadores descienden al subterráneo y pasan la noche. Es, describe, la realidad de las trabajadoras domésticas en régimen de interinidad. El día transcurre "dentro de las cuatro paredes de una casa", donde las empleadas "trabajan para cuidar la vida".

A ellas les "atraviesa una normativa que contiene grandes vacíos de ley", expresa Elías, quien detalla que en su sector "se reconocen las horas de presencia, pero se deja a la negociación entre empresa y empleada cuánto se va a pagar" por esas horas. Anomalías que repercuten en las condiciones laborales y en los derechos de las trabajadoras. Lo que ocurre, continúa, es que el trabajo doméstico echa raíces sobre la externalización "de los cuidados para contratar mano de obra barata", generalmente personas migrantes que no tienen más alternativa que "trabajar para sobrevivir", asumiendo "el desarraigo que implica estar lejos de su familia".

El trabajo doméstico significa también la ausencia de prestación por desempleo, cotización por tramos, el despido por desistimiento unilateral sin ninguna justificación y la imposibilidad de una actuación adecuada por parte de la Inspección de Trabajo, debido a la inviolabilidad del domicilio privado. Además, deben lidiar con las consecuencias de una Ley de Extranjería que las "criminaliza".

En Elche las aparadoras se han cansado de cargar a cuestas con el trabajo sumergido que desarrollan en talleres o en sus propias casas –especialmente cuando hay hijos pequeños de por medio–. "Así llevamos 40 años trabajando", dice Matute. "Muchas deberían estar jubiladas y la mayoría está sin pensión", sostiene. La realidad con la que conviven ha ido sepultando sus derechos, pero ha engrosado su dignidad. Llevan asociadas dos años y quieren contar lo que hasta ahora había quedado en segundo plano. "Las mujeres salen llorando del taller" porque sufren "vejaciones y humillaciones", lo que deriva en problemas psicológicos de primer orden. "Elche tiene una deuda con sus mujeres, porque hemos enriquecido a muchísimos empresarios que nos han esclavizado", exclama la trabajadora.

Concepción Real se detiene también en las enfermedades profesionales que pesan sobre las trabajadoras de la dependencia. "Según los sindicatos, el 74% de las trabajadoras acude a consulta por una patología relacionada con el trabajo, pero no existe un reconocimiento" de las enfermedades laborales, lamenta. A la brecha salarial, se suma el abismo en las pensiones y la total ausencia de conciliación. "Por el hecho de ser mujeres y trabajadoras precarias, padecemos la exposición de la doble jornada", abunda, "lo que supone un esfuerzo físico y emocional que termina en ocasiones en la incapacidad laboral".

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Y todo ello con el beneplácito de las instituciones. Real, que se reivindica como ferviente defensora de lo público, recuerda que la situación de la ayuda para la dependencia se sostiene por trabajadoras "subcontratadas por empresas privadas, aunque prestan un servicio de titularidad pública que gestionan los ayuntamientos, comunidades, mancomunidades o diputaciones". Las empresas, agrega, "se benefician de los contratos públicos del SAAD [Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia], generalmente dando un mal servicio al usuario y teniendo a las trabajadoras en condiciones de precariedad". Todo ello, subraya, con el consentimiento de las instituciones: algo así como una suerte de "maltrato institucional", confiesa la auxiliar. Las jornadas parciales, la ausencia de conciliación, la contratación eventual y el incumplimiento de los convenios colectivos, cita, es a día de hoy el sello de identidad del sector.

La costa gallega tampoco trae mejores noticias para las pescadoras. Rita Míguez recuerda que las mariscadoras y todas las trabajadoras que lidian con la mar no cuentan "con expectativas de mejorar ni promocionar profesionalmente", tampoco asumen los mismos coeficientes reductores que los hombres –el de las rederas es el único colectivo de la pesca que no tiene coeficiente reductor– y las enfermedades profesionales tampoco tienden a ser reconocidas. Para Míguez, la conclusión es evidente: "Esto sucede porque las mujeres de la pesca no estábamos cuando se tomaron estas decisiones".

En este contexto asoma una preocupación: el relevo generacional. Ellas son el mejor ejemplo para "concienciar a las futuras generaciones que es rentable dedicarse a la pesca", pero tal propósito "sólo se consigue profesionalizando la actividad y luchando por un salario digno que al menos alcance al salario mínimo interprofesional". Un salario, continúa, acorde a su esfuerzo y aportación. "Aún tenemos profesionales que trabajan más de ocho horas y no son capaces de llevar a casa lo básico", denuncia la mariscadora.

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