Coronavirus

El 'pasaporte de inmunidad' que baraja Torra genera más dudas que adhesiones por los límites médicos y éticos de la medida

La consellera de Sanidad de la Generalitat de Cataluña, Alba Vergés.

La Generalitat de Cataluña baraja introducir pasaportes de inmunidad. En esencia, se trata de recoger en un documento si el individuo ha pasado el coronavirus y, por lo tanto, puede circular con más o menos libertad, asumiendo que ya no puede contagiarse de nuevo. Este miércoles, la consellera de Sanidad, Alba Vergés, evitó dar su respaldo a la medida, en un gesto que ha sido interpretado por algunos medios como un paso atrás del Govern con respecto a esta decisión, propuesta por el médico catalán de cabecera del Ejecutivo autonómico, Oriol Mitjá. Sin embargo, varios expertos en salud pública han expresado sus dudas no solo sobre la viabilidad ética de este pasaporte de inmunidad. También sobre su eficacia. En líneas generales, aún no se sabe si la inmunidad que se adquiere tras el paso del SARS-CoV2 es lo suficientemente intensa y lo suficientemente duradera.

El debate sobre la desescalada está a la orden del día, una vez parece haber pasado lo peor de este brote letal de coronavirus. En la apertura progresiva del confinamiento que está diseñando no solo el Gobierno central, que tendrá la última palabra, sino también los Gobiernos autonómicos, tienen un papel vital los tests serológicos que se efectúen. Estos tests sirven no para detectar la presencia de la enfermedad, sino la cantidad de anticuerpos que una persona ha generado en respuesta a la amenaza del agente infeccioso. Indican, así, que el covid-19 ha sido superado. El Gobierno comenzará el lunes 27 de abril la llamada "encuesta serológica", que consistirá en la realización de unas 60.000 pruebas de este tipo a personas escogidas mediante una muestra representativa elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE), para obtener una foto fija de cómo ha impactado el coronavirus en la población española.

Todos los expertos coinciden en que esta es una buena medida, ya que ahora sabemos que hay muchas personas, más de las estimadas en un primer momento, que pasan el coronavirus con muy pocos o ningún síntoma, y que han pasado desapercibidas para el conteo oficial. Saber cómo ha afectado el covid-19 a la población mediante una muestra representativa permite saber más del enemigo al que nos enfrentamos y poder ordenar la salida del confinamiento en base a esta nueva información. Por ejemplo, si la encuesta serológica determina que hay muchos niños que han sido infectados sin saberlo, ello determinará su progresiva vuelta a la libertad. O si en una población determinada, el porcentaje de afectados ha sido muy amplio, se puede interpretar que han alcanzado la conocida como "inmunidad de grupo": la epidemia perderá mucha fuerza en esas zonas debido a que le cuesta mucho encontrar a individuos no inmunes, por lo que podrían salir del confinamiento antes.

Al mismo tiempo, defiende el catedrático en Salud Pública Joan Villalbí, el sondeo "nos dará datos por grupos de edad y de diferencia entre zonas rurales y urbanas. Hay notables diferencias entre territorios, no solo entre comunidades". Permitiría relajar las restricciones en lugares donde el coronavirus ni está ni se le espera: el caso paradigmático es la isla de La Graciosa, en Canarias, donde no se ha detectado ni un solo contagiado desde el principio. Solo se trata de ejemplos hipotéticos, eso sí, ya que los factores a tener en cuenta son múltiples. No contamos con un manual de instrucciones que indique cuál es la solución correcta.

Esa es, explican los expertos consultados, la gran utilidad de los tests serológicos. Pero utilizar el resultado de ese test para decretar la libertad de un ciudadano es mucho más problemático. "Creo que es una medida con una aplicación muy compleja", resume el epidemiólogo de Atención Primaria Jacobo Mendioroz. Por una razón principal, aunque no la única: no sabemos cuánto dura dicha inmunidad. Pueden ser semanas, meses o para toda la vida (la opción más improbable, teniendo en cuenta lo mucho que suelen mutar los coronavirus). Así lo explica el catedrático en Salud Pública Joan Villalbí: "Constantemente están apareciendo publicaciones en revistas científicas y debemos extrapolar patrones posibles de lo que pasaría. No estamos seguros de la creación de esta inmunidad y solo lo estaremos a medida que la experimentemos", afirma. Mendioroz añade: si la información disponible sobre la inmunidad cambia una vez puesto en marcha en pasaporte, "tendríamos que ir haciendo pruebas e ir cambiando los requisitos", lo que desembocaría en caos.

El catedrático de Microbiología (UMA) Eduardo Martínez opina, en cambio, que el pasaporte de inmunidad podría tener sentido siempre que se cumplan algunos requisitos, aunque no entra a valorar abiertamente la idoneidad de la medida. Los tests serológicos más caros, pero mejores, permiten calcular la presencia en el cuerpo de las llamadas inmunoglobinas tipo G, que a diferencia de las tipo M, se quedan en el organismo cuando el virus se marcha y, en principio, son las que recuerdan al SARS-CoV2 y pueden desatar una respuesta inmunitaria eficaz para evitar la reinfección. Son este tipo de tests los que permitirían estimar la inmunidad de una persona, y no los más baratos, que solo pueden asegurar con franqueza si un paciente ha pasado o no el covid-19, con independencia de que su respuesta haya sido la suficiente.

Lo más probable, considera Martínez, es que si una persona cuenta con suficientes inmunoglobinas tipo G, "teóricamente no son infecciosos, y podrían circular con cierta libertad y cierta tranquilidad, ya que por esta temporada no se van a infectar". Los coronavirus mutan, pero el catedrático cree que, según la información disponible hasta el momento, no con la frecuencia suficiente para que una nueva versión del coronavirus sea resistente ante los anticuerpos generados con la primera visita. Al menos en los primeros meses. Pero el experto insiste: solo este tipo de tests serían válidos para un hipotético pasaporte, y la inmunidad solo podría ser reconocida siempre y cuando se garantice que las inmunoglobinas presentes son las suficientes.

Dudas éticas

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El epidemiólogo Jacobo Mendioroz aporta otra serie de dudas, además de las generadas por el alcance de la inmunidad. "Generaría desigualdades –opina-. Implicaría que la gente que ha pasado la epidemia podría salir a trabajar antes. Por un lado, la persona que no hubiera hecho caso a las medidas de aislamiento podría salir antes que el que ha estado en casa cumpliendo las medidas y evitando la exposición. Y por otro lado, podría haber gente que diga: para salir de casa, voy a intentar exponerme al virus". Una situación que favorecería rebrotes, a su juicio.

Además, Mendioroz opina que también puede haber problemas sociales relacionados con el "estigma", en semejanza de lo que ocurrió durante muchos años con el SIDA. "Tener que ir haciendo ostentación de haber pasado o no la enfermedad puede dar lugar a una discriminación de unos contra otros". Y, finalmente, hay que tener en cuenta que la legislación vigente en materia de protección de datos reserva un nivel de defensa mayor a los datos sanitarios, por entender que son especialmente sensibles. Estaría por ver, asegura, cómo se hace compatible este pasaporte con la norma.

El documento con las propuestas de Oriol Mitjá filtrado por medios como La Vanguardia tiene en cuenta estas consideraciones a la hora de proponer el pasaporte de inmunidad: "el certificado ha de ser personal, privado, verificable, transportabl y ha de seguir los estándares europeos en términos bioéticos, de protección de datos y de igualdad de acceso", se puede leer, sin entrar en más detalles. La consellera de Sanidad, sin embargo, ha asegurado este martes que las filtraciones del informe son "incorrectas", poniendo en entredicho la veracidad del texto que circula.

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