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Coronavirus

El reto de construir una nueva "normalidad": el cambio climático en tiempos de pandemia

Madrid, sin tráfico durante el estado de alarma por el coronavirus.

El cambio climático, como otros temas, ha perdido el foco informativo y social. La prioridad está clara y es compartida por todos, aunque los métodos sean más o menos discutibles: vencer al coronavirus y superar una crisis sanitaria que colapsa hospitales y tanatorios, así como una crisis económica que empuja a millones al paro, la precariedad y la pobreza. En estos días, hablar o escribir de algo que no sea coronavirus suena frívolo, poco sensible con la desgracia pandémica: sin embargo, y pese a que nadie discute que todos los esfuerzos actuales deben redirigirse a mitigar la epidemia, expertos y activistas coinciden en señalar que sería contraproducente, y un error histórico, abandonar la acción climática teniendo en cuenta el potencial devastador de un calentamiento global desatado: fenómenos meteorológicos extremos, migraciones masivas, más pobreza, más hambre y más desigualdad. 2020 es –¿era?– un año clave para evitarlo.

No corren buenos tiempos, sin embargo, para los que, diariamente y algunos desde hace décadas, intentan concienciar sobre la necesidad de un compromiso político y social necesario, en todos los estamentos, para intentar que la crisis climática se agrave hasta el desastre. Lo primero es lo primero, pero se han cometido y se cometen errores que no ayudan a que el corto plazo no nos haga perder de vista el largo plazo. Para el ambientólogo y divulgador Andreu Escrivá, uno de los principales problemas es lo que hemos hecho con el concepto de emergencia climática. Multitud de instituciones, administraciones, sectores y empresas la han declarado sin acompañarla sin medidas reales, de choque. Por lo que al compararla con la emergencia sanitaria, en la que Estados de todo el mundo vuelcan todos los recursos a su alcance en la batalla, se percibe que el cambio climático no es un riesgo real.

Desproveer de significado a la emergencia climática tiene consecuencias, y ahora las vemos con crudeza.emergencia climática  "Es munición para los negacionistas porque dicen: '¿Veis? esto sí que es una emergencia' mientras que la climática era una emergencia de pacotilla. Les hemos dado la razón, en parte, porque hay una respuesta absolutamente diferente en una emergencia sanitaria y en una emergencia climática. Con la emergencia climática hemos hecho declaraciones de intenciones. Se han propuesto leyes o paquetes legislativos a largo plazo y ha habido algún tipo de acción, algunas más puntuales, otras más sistémicas, pero se ha evidenciado de una forma palmaria como en un caso hemos respondido y en otro no", explica el divulgador.

Es evidente, necesario y normal que ante una pandemia los Gobiernos pongan toda la carne en el asador, matiza: lo que no es justificable es la inacción climática bajo las palabras gruesas. Coincide el ecologista y doctor en Ciencias Políticas Jorge Riechmann, que asegura: "Lo que se puede ver ahora con claridad es que la emergencia climática que declararon diversas instituciones era fake: discurso (bienintencionado) no acompañado por acción". La ciudadanía, así, puede entender que una urgencia que no se acompaña de medidas contundentes no es tan urgente. Muchos españoles tomaron consciencia de la gravedad de la situación, por ejemplo, cuando se cerraron los colegios en la Comunidad de Madrid.

Escrivá también hace referencia a las carencias, a su juicio, que ha exhibido la comunicación climática durante años, y que ahora se vuelven en contra. Sin deslegitimar el trabajo de activistas que llevan mucho tiempo partiéndose el lomo por una causa absolutamente justa, explica, hablar del planeta como gran afectado del calentamiento global puede incentivar una dicotomía falsaplaneta  y sugerir que los ecologistas se preocupan antes por el medio ambiente, por la flora, la fauna y por los ecosistemas antes que por la salud de las personas. No es cierto, evidentemente, pero el ambientólogo sugiere que se deben cambiar los términos para no dejar ni un resquicio al negacionismo.

"Los activistas ambientales son gente que ha conseguido grandísimas victorias, frente a empresas que contaminaban nuestros ecosistemas" (y por ende, perjudicaban nuestra salud). "No se puede decir que el activismo haya sido ajeno a la salud de las personas, todo lo contrario. Pero parece que nos estemos preocupando por una emergencia intangible que le afecta al planeta frente a emergencias tangibles y dolorosas que afectan a las personas. Hay que eliminar esa dicotomía", asegura Escrivá. Hablar de cambio climático, reivindica, es siempre hablar de la gente: de sus casas y barrios inundados, del calor y del frío extremo que sufrirán los más vulnerables, de lo desprotegidos que se quedan ante la pérdida de biodiversidad.

"Impresiona la agresividad desplegada estos días, en medios como Twitter, contra posiciones ecologistas", constata Riechmann. Y no solo desde la derecha, habitualmente más reacia a estas posiciones. "Duele constatar que, para ciertos sectores de la izquierda, los ecologistas o bien son comeflores simpáticos a quienes se da una palmadita en los hombros, y a otra cosa mariposa, o bien son malvados econazis misántropos a quienes hay que marcar con hierro candente. Todo, parece, antes que hacernos cargo de la realidad".

Escrivá carga, sin embargo, contra posiciones que, probablemente bienintencionadas e incluso con una pátina de razón, fomentan la percepción de los activistas ambientales como antisociales más preocupados del planeta que de la vida. "El uso erróneo de la hipótesis de Gaia, afirmando que 'el planeta se venga de nosotros', a veces raya el infantilismo y la vergüenza ajena. Una cosa es que analicemos el papel de la biodiversidad en la difusión de pandemias y otra es que pensemos que Gaia es una especie de conspiradorael papel de la biodiversidad en la difusión de pandemias que está esperando para asestarnos el golpe perfecto. Esto lo que hace es facilitar, en cierta medida, la ridiculización de ideas muy loables y estimables”.

El responsable de Cambio Climático de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz, discrepa: no cree que la posición de los activistas se vea debilitada por el cambio de foco que, lógicamente, ha propiciado la pandemia mundial. Se han sabido adaptar y han articulado un discurso desde lo común. "Durante esta crisis, mucha gente nos hemos volcado para dar respuestas sociales a la crisis en la que vivimos. En defensa, de la igualdad, de la distribución de los recursos dentro de los límites planetarios. Se han puesto en valor cuestiones básicas, como el poder de la sociedad para articular respuestas mucho más allá del mercado y el sistema económico". Si se puede utilizar la palabra oportunidad en un contexto de gravísimo impacto sanitario, la oportunidad es la de reforzar una sociedad menos depredadora con los recursos económicos, menos dependiente del PIB, con menos brechas. Cuando todo esto pase, o mientras lo logramos atenuar.

Sin embargo, el panorama político no es precisamente esperanzador. No se habla de cambio climático en prácticamente ningún ámbito de relevancia pública. Como programa de estímulo económico suena con mucha más fuerza un Plan Marshall que un Green New Deal, que podría aprovechar la necesidad de un impulso alejado de las recetas de austeridad para descarbonizar la economía. "A nivel de administración el cambio climático está quedando muy relegado y a nivel de presupuestos va a estar todo muy jodido", afirma Escrivá, a no ser que se apueste por recetas que intenten matar dos emergencias de un tiro. El aplazamiento de la COP26 de Glasgow (Reino Unido) no ayuda, aunque la inmensa mayoría de agentes involucrados han visto con buenos ojos el movimiento dado el avance de la pandemia. Muchas decisiones importantes, como la regulación de un mercado de carbono internacional, quedaron pospuestas en la cumbre del clima de Madrid.

Además, los compromisos de los países aún están muy lejos de ser suficientes para alcanzar el objetivo del Acuerdo de París: 2 grados, como mucho, de calentamiento para finales de siglo. Y el margen con el que contamos para esquivar un aumento del mercurio más grande, con todo lo que conlleva, es escaso. 2020 es considerado un año clave para todos los actores. "Esta crisis del coronavirus supone el retraso de algunas decisiones, lo cual creemos que es un enorme peligro para la acción climática", lamenta Andaluz. En todo caso, el aplazamiento de la COP "no debería modificar el calendario de presentación de nuevos objetivos y el ciclo de revisión al que se había comprometido la comunidad internacional". Y advierte: Estados Unidos y China no deberían usar el coronavirus como "excusa" para obviar la crisis climática, siendo dos de los países más emisores del planeta.

La antigua y la nueva "normalidad"

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Durante estos días surge en la ciudadanía un deseo, normal y legítimo, de volver a la "normalidad" cuando pasen la pandemia y los efectos del confinamiento. De volver a salir, a acudir a bares, a restaurantes, a abrazarnos, a besarnos, a pasear, a hablar y pensar en otras cosas que no sean el nuevo coronavirus. Escrivá, sin embargo, coincide con la periodista y activista canadiense Naomi Klein con las reticencias sobre esa "normalidad" cuando se relaciona con el modelo económico, basado en la explotación de recursos, que mantenemos. "La normalidad es el problema": la pérdida de la biodiversidad que elimina las barreras entre especies animales portadoras y nosotros, los cambios sin precedentes y a veces irreversibles que causa el business as usual. Pero mantiene la esperanza: en general echamos de menos, dice el ambientólogo con algo de ironía, actividades "muy bajas en carbono".

"Hay muy poca gente que tenga ganas de ir al centro comercial, o de quemar gasolina, o de viajar muy muy lejos. La mayoría de la gente, cuando les preguntas, expresa deseos muy bajos en carbono y muy altos en contacto humano". El movimiento climático lleva años asegurando que combatir el cambio climático no se trata de renunciar, como ascetas, a absolutamente todo en defensa de los osos polares: se trata de potenciar todo lo que ahora echamos tanto de menos, porque la vida es mucho más que consumir sin control. La búsqueda de la sostenibilidad implica, más que prohibir todo lo que nos gusta, poner en valor otro modelo. Centrado en las compras en negocios de proximidad, en viajar más cerca pero buscando otro tipo de experiencias, en vivir más en el barrio y menos en la oficina: y aunque pueda sonar cursi, en reforzar y cuidar las relaciones interpersonales. Así lo explica Jorge Riechmann, utilizando palabras de la activista brasileña Eliane Brum: "No es sólo el futuro lo que está en disputa, también el presente. Aisladas en casa, las personas empiezan a hacer lo que no hacían antes: verse, reconocerse, cuidarse. Justo ahora, cuando se ha vuelto mucho más difícil, parece que es más fácil llegar al otro. A quien creó el concepto de aislamiento social –dice ella– le falló el raciocinio. Lo que tenemos que hacer es aislamiento físico; lo que está sucediendo hoy es exactamente lo contrario del aislamiento social".

El camino a transitar, resume Escrivá, consiste en construir una "nueva normalidad", una nueva sociedad tras la pandemia que valore más lo que hace semanas que perdimos. No será fácil.

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