Crisis del coronavirus

Las dificultades de los sin techo para encontrar uno en plena pandemia: "Me fui de la Fira a dormir en la calle, era una jungla"

Un hombre descansa en el pabellón 14 de Ifema (Madrid), habilitado para alojar a personas sin hogar durante el confinamiento.

Otto no deja pasar más de dos tonos antes de coger el teléfono. Su voz se escucha entrecortada por la poca cobertura de la que dispone, pero finalmente consigue mejorarla. "Me he asomado a la ventana, así se me escuchará mejor", dice. Se refiere a la ventana de su piso, aunque el pronombre posesivo no puede tomarse al pie de la letra. No es suyo, pero lo habita temporalmente. Con permiso de su dueña, claro. Le dejó entrar hace aproximadamente dos semanas, pero no sabe decir la fecha exacta. "¿Cuánto tiempo llevo aquí? No lo sé, he perdido la cuenta de los días", dice mientras ríe. No es para menos. Su confinamiento no ha sido como el del resto de los españoles. Ha pasado por distintas etapas: la calle, la Fira de Barcelona, la calle otra vez y, finalmente, la vivienda desde la que atiende la llamada. No está solo. Un compañero que se encontraba en la misma situación que él le acompaña. Y la convivencia es perfecta. "Estamos súper tranquilos, cocinamos, cada uno come cuando quiere, tenemos dos habitaciones, libertad para movernos, nos llevamos súper bien. No tiene nada que ver con la Fira, que hay aglomeración de gente y muchísimo aburrimiento. Aquí nos falta una tele, pero bueno", dice, riendo otra vez. 

Precisamente era una televisión lo que miraban la mayoría de españoles mientras el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretaba el estado de alarma. Otto, mientras tanto, estaba en la calle, que poco a poco empezó a vaciarse. Él siguió allí porque tampoco tenía ninguna alternativa, así que no pudo cumplir con el mensaje que comenzó a exigirse: "quédate en casa". Sin embargo, como todos los demás, supo lo que estaba ocurriendo. "Vino todo de golpe. No sabíamos nada hasta que empezamos a saber que estaba muriendo mucha gente y que estaba habiendo muchos contagios", recuerda. Habla en plural porque entonces tampoco estaba solo, aunque sí fue el único que pudo comprarse una mascarrilla. "Todos se empezaron a reír de mí, pero yo la empecé a llevar para protegerme. Poco a poco también empecé a alejarme de la gente con la que dormía por miedo a un contagio", explica. 

Así pasó los días hasta el 25 de marzo. Fue entonces cuando el Ayuntamiento de Barcelona, en colaboración con Cruz Roja y la Unidad Militar de Emergencias (UME), habilitó un pabellón de la Fira de Barcelona para acoger a todas las personas que, como Otto, no tenían dónde confinarse. 225 plazas iniciales solo para hombres distribuidas en literas de tres pisos a lo largo de todo el espacio. Otto ocupó una, pero por muy poco tiempo. "Solo estuve una semanita, algo más. No aguanté", recuerda. Le requisaron la medicación que tomaba para su agorafobia por si alguien se la quitaba, tenía que esperar largas colas para recogerla, había "mucho ruido, mucha gente, muchas peleas". "Nunca he estado en la cárcel y espero no estarlo, pero eso lo parecía", dice, volviendo a reír. Allí tampoco perdió el miedo al contagio, aunque sí que tenían mascarillas y controles de temperatura. Tampoco comían mal y los trabajadores que estaban allí se esforzaban en todo, dice. Pero prefirió marcharse. "Me dijeron que si me iba no iba a poder volver, pero yo les dije: 'Me da igual, dame mi medicación, que me marcho", explica. 

"Me fui directamente a dormir a la calle", continúa. Pasó cuatro o cinco días más, hasta que la organización Barcelona Actúa se puso en contacto con él. "Me preguntaron si me haría cargo de un piso si me dejaban entrar en él, porque la dueña estaba dispuesta. Les dije: 'claro'. Fui y nos presentamos, era una mujer majísima, me quito el sombrero", recuerda. El problema es que tendrá que dejar la vivienda, aunque dice que, ya que tiene contacto con la organización que le ha ayudado, intentará conseguir alguna habitación. "Ya me he acostumbrado a estar en una casa", dice. Llevaba siete años "muy duros" en la calle, a la que llegó después de que su madre volviera a su país, Marruecos, y él perdiera el piso en el que vivían. Según explica, cobra una pensión contributiva por invalidez, pero lo que percibe es "mínimo, mínimo, mínimo". "Si alquilas una habitación, ya tienes que comer en un comedor. Yo prefiero vivir en la calle y comer de ese dinero. El estómago gana", asegura. 

La historia de Otto no es única. Según la organización Hogar Sí, hay más de 33.000 personas en situación de sinhogarismo en nuestro país. 33.000 historias diferentes, por tanto, de individuos que se han visto privados de un derecho fundamental y, además, del mayor escudo contra una enfermedad que suma decenas de miles de fallecidos y centenares de miles de contagiados solo en España. La relatora de la ONU sobre el derecho a una vivienda adecuada, Leilani Fahra, aseguró que, durante la crisis sanitaria, "la vivienda se ha convertido en la primera línea de defensa contra el coronavirus". "Tener un hogar, ahora más que nunca, es una situación de vida o muerte", añadió.

Apertura de grandes pabellones: el problema de la pérdida de derechos

La respuesta de las distintas administraciones intentó rápidamente que no hubiera que elegir entre esas dos opciones. Según los cálculos de Hogar Sí y de Provivienda, distintas instituciones han habilitado un total de 5.000 plazas adicionales en alojamientos colectivos repartidos por toda España. En Barcelona, por ejemplo, el Ayuntamiento informa de siete dispositivos que acogen a más de 714 personas, incluyendo la Fira. En Madrid, el otro gran foco de contagio, el Consistorio habilitó un pabellón de Ifema para que 150 personas sin hogar pudieran confinarse y acondicionó otro espacio similar en el polideportivo Juan Antonio Samaranch de la ciudad. "Algunas otras soluciones han sido en hostales o incluso en residencias de estudiantes", dice Eduardo Gutiérrez, director general de Provivienda. "El esfuerzo ha sido extraordinario, pero con toda seguridad también ha dejado a gente sin ninguna alternativa", añade José Manuel Caballol, director de Hogar Sí. 

El problema, sin embargo, no ha sido tanto la rapidez de la respuesta, sino la calidad de la misma. Jesús Sandín, responsable del programa de personas sin hogar de Solidarios para el Desarrollo, también coincide en que el esfuerzo es de alabar, pero sostiene que, en cualquier caso, este debía de haber ido un poco más allá. "El modelo de respuesta que ha dado por ejemplo el Ayuntamiento de Madrid es adecuado si de repente hay un cataclismo y hay que responder rápido. Está bien habilitar un pabellón como Ifema para alojar a la gente de urgencia, pero teniendo en cuenta la cantidad de pensiones y de hoteles que se han visto obligados a cerrar, creo que podría haber habido alternativas que se podrían haber valorado o habilitado después de la primera reacción", sostiene. 

¿Por qué? Porque confinar a cientos de personas en un espacio abierto no respeta, por ejemplo, el derecho básico a la intimidad. "Un espacio de cemento con las camas agrupadas convierte esa cama en el único espacio de privacidad. Y además está en un sitio donde hay otras 150 personas", critica. "Parece una tontería, pero si la atención a las personas no se realiza desde un enfoque de derechos, te encuentras con situaciones en las que se limitan los derechos de las personas vulnerables simplemente porque son vulnerables. Todas estas personas, por ejemplo, no han podido ejercer muchos derechos simplemente porque no tienen un hogar. Y eso es un problema", lamenta. 

El alojamiento colectivo en esta crisis, reflejo del problema a la respuesta del sinhogarismo

Sin embargo, según todas las organizaciones consultadas, la respuesta que se ha dado a las personas sin hogar no es más que la respuesta que suele darse desde las administraciones a este problema. Así que el covid-19 ha servido para evidenciar que no sirve y que debe replantearse. "Nosotros pensamos que estas soluciones tan masivas que se han propuesto tienen todas las problemáticas que ya veíamos en espacios colectivos como albergues", señala Ferrán Busquets, director de Arrels Fundació. Existe el tópico, dice, de que las personas que están en la calle es porque no quieren ir a un albergue. "Pero es una opción lícita y a veces la mejor. Ir a un albergue es duro", sostiene. 

Sandín opina igual. "Si no iban era porque lo que se les ofrecía no cubría sus necesidades. Mucha gente no cambia la calle por un lugar con horarios y con normas y donde no cuentan con ella. Los albergues tienen una organización casi cuartelaria porque tienen que gestionar a muchas personas", denuncia. "Si se habilitan recursos, la gente acude, pero es que tienen que ser adecuados y responder a lo que se necesita, y la única manera de saberlo es preguntándoles a ellos", añade. Y hace hincapié en que el mal funcionamiento no tiene que ver con los trabajadores, sino con el modelo.

"Nosotros valoramos el esfuerzo, pero no es una buena solución, para nada", dice Busquets. ¿Qué proponen, pues? Lo que han propuesto como solución al sinhogarismo desde siempre: "espacios pequeños para estas personas repartidos por la ciudad". "Así las personas pueden descansar mejor y cuidar el espacio, además de que los conflictos se reducen", añade. Hogar Sí y Provivienda abogan por lo mismo.

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Y el Ayuntamiento de Madrid, según asegura a preguntas de infoLibre, ya trabaja en que la respuesta a las personas sin hogar cumpla con ese modelo que, de hecho, pretenden que sea el que se ponga en práctica cuando Ifema cierre. "Se está trabajando ya en un plan para dar continuidad a las plazas especiales creadas con motivo del confinamiento. Como ya dijo la vicealcaldesa [Begoña Villacís, de Ciudadanos], se está preparando todo para que las nuevas plazas sean en viviendas según los modelos housing first o housing ledhousing first housing ledhousing led", explican fuentes del Consistorio. "El Ayuntamiento ya estaba trabajando en nuevas plazas para personas sin hogar en estas dos modalidades, y que estaba previsto abrirlas a finales de año. La idea ahora es adelantarlo a través de un procedimiento de emergencia. La atención a personas sin hogar en modelos housing first o led no sólo dignifica más, sino que es más efectiva para que las personas puedan superar su situación de sinhogarismo", añaden.

Desde el Ayuntamiento de Barcelona, en cambio, aseguran que están trabajando en la respuesta que se dé a las personas acogidas en recursos como la Fira cuando estos echen el cierre.

Sería, según Sandín, un "fracaso" que volvieran a la calle. Sobre todo porque no hay que perder de vista que, según afirma la Asociación Realidades, estas personas ya tienen patologías y dolencias propias de su situación de vulnerabilidad que hacen que sean más propensas a sufrir peores consecuencias en caso de contagio. Busquets también lo certifica. "Antes de esta situación ya sabíamos que una persona que vive en la calle tiene una esperanza de vida de 20 años menos que el resto de la población. Además, por las encuestas que hacemos, sabemos que el 30% de estas personas tienen una enfermedad crónica, lo que las hace más vulnerables", lamenta. 

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