Crisis del coronavirus

Reaperturas a la carrera, polarización y ciencia silenciada: lecciones 'trumpianas' sobre cómo no hacer una desescalada

La Estatua de la Libertad, tras los camiones frigoríficos que sirven de morgue temporal en el distrito de Brooklyn.

Circula en los medios y en las redes en Estados Unidos un comentario, mitad jocoso y mitad no, pero tan lleno de escatología como de elocuencia. La desescalada, señalan los críticos con el desconfinamiento asimétrico, se está realizando de forma equivalente a una prohibición parcial de orinar en una piscina. En esta parte no se puede, en esa sí. Así de lógica y de útil sería la fórmula.

El caso estadounidense brinda lecciones de interés sobre la desescalada. O, por decirlo con más precisión: a tenor de los análisis recabados por este periódico, los informes científicos ignorados que han acabado haciéndose públicos, los planes contradictorios de los Estados, el choque entre el criterio sanitario y el de la Casa Blanca, lo que EEUU ofrece son lecciones sobre cómo no hacer una desescalada.cómo no hacer una desescalada

Dichas lecciones resultan de utilidad en España, que afronta un escenario de descenso gradual de las restricciones desde un punto de partida y en un clima social y político no tan diferente al del país de las barras y estrellas. No en vano, hay líderes autonómicos, como Isabel Díaz Ayuso, que ha instalado el debate en una narrativa "Economía Vs Salud", igual que en USA. También en Madrid han saltado las costuras de la relación entre las decisiones políticas y el criterio científico-sanitario con la dimisión de la directora de Salud Pública.

infoLibre, con ayuda de observadores y expertos, pone la lupa en la situación en Estados Unidos, con un ojo puesto en la española.

Polarización y "falsa dicotomía"

Estados Unidos, el país con más casos confirmados (más de 1,26 millones) y más muertes por coronavirus (más de 76.000), afronta la desescalada en un clima de polarización partidista, con el debate científico opacado por la confrontación entre rojos (republicanos) y azules (demócratas) y el propio Donald Trump alimentando las actitudes más crispadas. Con numerosos Estados embarcados en una carrera por la reapertura pese a que la curva no está bajo control, el presidente impulsa la vuelta al business ignorando incluso informes científicos.

“¡Liberad Michigan!”, “Liberad Minnesota!”, “¡Liberad Virginia!”, escribe el presidente en su hiperactiva cuenta de Twitter. Mientras tanto, se producen ruidosas manifestaciones contra el confinamiento en Texas, Wisconsin, Ohio, California, Minnesota, Michigan, Virginia, Indiana, New Hampshire, Nevada, Maryland, Utah... En las protestas se mezclan las provocaciones a la izquierda –con el uso de proclamas típicamente antiabortistas como "mi cuerpo, mi decisión"–, vinculaciones del confinamiento con el "comunismo" y peticiones de dimisión de Anthony Fauci, el prestigioso y carismático epidemiólgo que dirige desde 1984 National Institute of Allergy and Infectious Diseases, frecuente contrapeso de los disparates de Trump, que llegó a sugerir inyecciones de desinfectante para tratar el coronavirus.

Las manifestaciones son minoritarias, pero Trump y numerosos líderes republicanos las hacen relevantes, bien porque las animan con sus proclamas, bien porque actúan con atención a sus dictados. Hay una retroalimentación. "La falsa dicotomía entre salud y negocios ha sido alimentada desde el principio por Trump, que no hacía más que repetir que quería reabrir la economía en Semana Santa. Es una narrativa en buena medida comprada por los medios y por el Partido Republicano, que es un partido pro-business y pro-libertad individual", indica el epidemiólogo Usama Bilal, profesor e investigador en Philadelphia.

Trump añade una "carga extra" de crispación a la tradicional confrontación entre demócratas y republicanos, indica Bilal, que ya a finales de marzo advertía: "Puede haber problemas. El tema se está partidizando. Si estás con un lado [demócrata], defiendes que hay que estar casa. Si estás con el otro [republicano], defiendes que hay que estar fuera. La división partidista es la mejor receta para que acabe mucha gente fuera y la epidemia se extienda". El presidente usa lo que Bilal llama "dog-whistle" (traducido, "silbato para perros"), con mensajes captados de manera nítida por sus bases más radicalizadas, que ante sus llamamientos a la defensa de la "libertad", como si la misma estuviera comprometida por el confinamiento, se plantan armados en el Capitolio de Michigan invocando la primera enmienda.

A pesar de Trump, la polarización todavía no es desbordante en el tejido social, señala desde Connecticut el politólogo Roger Senserrich. La ve, más bien, cosa de "lunáticos" de la "tribu" trumpista... y de líderes del partido republicano, con Trump al frente. Y ese es el problema. "Si ves las encuestas, hay bastante consenso una salida prudente", señala Senserrich [esta encuesta muestra que sólo un 12% cree que las medidas han ido "demasiado lejos]. Pero, ¿y la élite republicana? Eso es harina de otro costal. "Varios representantes importantes han dicho que los mayores tienen que 'sacrificarse' por el país. Entre ellos, el vicegobernador de Texas", explica Senserrich, que añade: "Hay una parte de la derecha, tanto en el Partido Republicano como en los medios, que tiene como único objetivo cada día cabrear a los progres. Si llevar la contaria a Fauci los cabrea, es lo que hacen".

Aperturas sin garantías

Numerosos Estados están abriendo o ultimando la apertura pese a tasas de contagio positivas. Indiana, Kansas y Nebraska permitieron la reapertura de algunos negocios pese al aumento de casos, según The New York Times. Otros Estados que han reabierto parcialmente mientras los casos iban hacia arriba son Iowa, Minnesota, Tennessee y Texas. Llamativo ha sido el caso de Georgia, que permitió la reapertura de comercios pese a las recomendaciones sanitarias en contra. "Pero es que además", señala Usama Bilal, "el Estado ha introducido limitaciones para que las ciudades y los condados no puedan oponerse".

El caso de Georgia levantó tal polvareda que Trump llegó a reprender a su gobernador, el también republicano Brian Kemp, por "abrir demasiado pronto". Cosas de Trump. "Hablar de estrategia o de coherencia en lo que hace el presidente es muy generoso", señala Senserrich. Es difícil seguir su espiral de cambios de criterio, que obliga a sus compañeros de partido a continuas contorsiones. "La polarización va a provocar que los Estados republicanos abran antes de tiempo, y eso va a hacer que haya muchos más muertos de los que debería", resume Senserrich.

Pero sería inexacto dividir el tablero entre republicanos lanzados a la reapertura y demócratas ceñidos a la prudencia. Entre los Estados que están reabriendo sin la curva controlada, hay dos demócratas, Kansas y Minnesota. La respuesta de Maryland, Estado republicano, es tenida por una de las más previsoras y consecuentes con el criterio científico. Lo que sí marca la diferencia es Trump. "Es una situación increíble, en la que la Casa Blanca, es decir, el presidente, se acaba oponiendo a los planes de la propia Casa Blanca", resume el politólogo.

Ciencia en el cajón

Uno de los empeños más identificables de Trump es culpar del coronavirus al régimen chino. El "virus chino", el "virus de Wuhan" o incluso el "kung flu", lo llama, en una estrategia que en España aplica Vox. El secretario de Estado, Mike Pompeo, ha apoyado a su jefe asegurando que hay "muchas pruebas" de que el coronavirus salió de un laboratorio chino. La derivada conspirativa gana peso no sólo entre las bases radicalizadas –que también culpan a George Soros y a Bill Gates–, sino entre los dirigentes republicanos. "Estas teorías son una estrategia política para echar balones fuera. Es más fácil culpar a China que asumir que vives en un imperio decadente donde los servicios sociales más básicos no están garantizados", señala la Azahara Palomeque, residente en Filadelfia y autora de Año 9. Crónicas catastróficas en la Era Trump (Ril Editorial, 2020).

Las teorías de la conspiración son un recurso habitual de la derecha y la ultraderecha populista. Da la clave Michela Murgia en sus Instrucciones para convertirse en fascista (Seix Barral, 2019): "Es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre los verdadero y lo falso". Esto pone en el punto de mira todas las instituciones de mediación: medios periodísticos, sistema educativo... y ciencia. El problema: en medio de una crisis sanitaria de proporciones colosales, considerar a la ciencia un obstáculo para tus planes es un riesgo en sí mismo. Pero todo apunta a que está ocurriendo.

Las proyecciones del Centers for Disease Control and Prevention, desveladas por The New York Times [ver aquí], pronostican unos 200.000 nuevos casos cada día para junio, en comparación con los 25.000 casos diarios actuales. La conclusión del artículo es que la reapertura de la economía empeorará la situación. Las muertes podrían acercarse a las 135.000 en agosto, más del doble de la última previsión. Hay condados en Indiana, Nebraska y Ohio que han sobrepasado a la ciudad de Nueva York en casos per cápita. "Queda un gran número de condados cuya carga [de contagios] sigue creciendo", señala el informe.

El informe viene a dar la razón a lo que predijo Fauci a finales de marzo: entre 100.000 y 200.000 muertos. Entonces fue tachado de catastrofista. El hombre tuvo que salir a aclarar que sería lo que ocurriría si no se tomaban las medidas adecuadas. Transcurrido más de un mes, y con más de 75.000 muertos, ¿qué dice la Casa Blanca del informe ahora desvelado? De nuevo, lo desdeña. "Estos datos no reflejan ninguno de los modelos hechos por el grupo de trabajo ", en palabras de Judd Deere, un portavoz de la Casa Blanca.

No es la única advertencia científica que acaba en un cajón. Un documento elaborado por un grupo de los más destacados investigadores de Estados Unidos con la intención de guiar los pasos para decidir cuándo y cómo reabrir han sido descartados por la administración Trump, como ha desvelado Associated Press. La guía contenía consejos detallados para tomar decisiones específicas para cada lugar en relación con la reapertura de transporte público, escuelas, restaurantes, campamentos de verano, iglesias, guarderías y otras instituciones.

Crispación y "sacrificios"

La escritora Azahara Palomeque, atenta observadora del fenómeno trumpista, señala que la conducta del presidente ha terminado por hacer mella en la población. "Mucha gente le ha perdido el miedo al virus, o nunca se lo ha tenido. Pero hay que destacar que la experiencia con el covid-19 está siendo muy diferente dependiendo de los Estados y del estatus social de cada quién. En los Estados más conservadores donde el confinamiento ha sido mínimo, como Florida, los restaurantes y las playas ya están abiertos, en muchos casos abarrotados. En buena parte de la Costa Este y Oeste, los establecimientos siguen cerrados pero el buen tiempo ha hecho que la gente se eche a las calles. Se ha perdido la conciencia de que ahora hay más contagios, por lo que la vida social resulta más peligrosa, y cobra cada vez más importancia el discurso que invita a reactivar la economía", explica.

Palomeque está lejos de ver anecdóticas las "protestas de hombres blancos armados", como en el caso de Michigan. "Representan el poder que un sector conservador y blanco mantiene sobre el país", afirma. "Hay un aspecto de estas protestas que me llama especialmente la atención y es el culto a la muerte", añade. La escritora, doctora en humanidades por Princeton, recuerda cómo se hizo viral una pancarta de un manifestante en Tennessee que decía “sacrificad a los débiles”. "Muchos republicanos han afirmado que están dispuestos a morir por la economía, lo cual indica que también están dispuestos a matar. Este culto tiene que ver con la cultura americana, que promueve que el más fuerte gana. Se trata, explica, de una ideología muy arraigada también entre las clases bajas –sobre todo blancas–, que sobreviven sin seguro médico y han visto su nivel de vida diezmado por la desindustrialización. Para este colectivo no tiene sentido cerrar la economía porque la salud nunca ha sido una prioridad política. Si ya no tenían acceso a insulina, por poner un ejemplo, ¿a qué viene ahora cerrarlo todo por un virus?".

Descoordinación y falta de unidad

La desescalada se produce en un clima de confrontación entre Washintgon y los Estados, sobre todo los demócratas, a los que Trump tilda de manirrotos irresponsables a los que se niega a "rescatar". El blanco de sus ataques es el gobernador del Estado más afectado, Nueva York, Andrew Cuomo. Con Nueva York siempre en el foco, como reseña Usama Bilal, los demás Estados acaban razonando que "por comparación no están tan mal", lo cual incrementa las prisas por abrir. Un círculo vicioso. "La polarización política se ve a todas horas", señala Carlota García Encina, investigadora principal de EEUU y Relaciones Transatlánticas del Real Instituto Elcano, que afirma que este clima debilita la respuesta política del país, en contraste con la preparación que han mostrado instituciones privadas como universidades y empresas.

A juicio de García Encina, el país paga la incapacidad de liderazgo aglutinante de Trump. "Tras el 11-S, todo fue unidad, la popularidad de Bush fue por las nubes. En esta crisis no lo vemos", señala. Y no sólo porque el Gobierno federal ha respondido tarde, con muchos bandazos", sino también por la propia idiosincrasia del presidente. "No es alguien capaz de unificar. La falta de un liderazgo adicional a los Estados, que tienen muchas competencias, está diezmando la capacidad de respuesta. Trump ha intentado presentarse como un presidente en tiempo de guerra, provocar eso que se llama efecto 'rally round the flag', y que la gente se ponga a su lado en momentos difíciles", indica García Encina. Pero es difícil que un líder que ha construido toda su carrera política sobre la división una ahora al país. Es más, cree que, tras el frágil consenso alcanzado para los tres primeros paquetes de ayudas aprobados en el Congreso, es probable que el cuarto no salga adelante.

La tensión racial

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En la coctelera de tensión hay un ingrediente más: la desigualdad. Hablamos de un país con 27 millones de no asegurados, más 11 millones de inmigrantes indocumentados y varios millones de personas más con seguro pero sin bolsillo para costearse gastos médicos. "Se ha exacerbado esta fractura social. Hay 33 millones de parados más que hace dos meses, un 15% en un país que tenía pleno empleo, se ha incrementado la pobreza y se ha agudizado una discriminación racial sistemática que ya existía", señala Azahara Palomeque. "El virus ha servido tanto para visibilizar como para fomentar esa desigualdad: la población negra, por ejemplo, está muriendo a un ratio mucho más elevado que la blanca, porque tienen trabajos donde están más expuestos, pero también porque ya gozaban de pésima salud debido a una alimentación deficiente, una esperanza de vida menor, menos acceso a la atención sanitaria y más discriminación médica cuando se les atiende".

El asunto racial está sobre la mesa, en un país –como señala Usama Bilal– "donde es difícil separar raza y renta". Varios informes, entre ellos este detallado estudio del APM Research Lab, demuestran cómo el virus se está ensañando con la población negra, en proporción mucho mayor a su peso demográfico. Unas declaraciones de Jerome Adams, surgeon general, una elevada autoridad sanitaria, en las que vinculaba la mayor mortalidad de las minorías con los hábitos alimentarios y de consumo de alcohol y tabaco, han provocado una intensa polémica.

Y ha ocurrido otro acontecimiento. Dos hombres blancos, un expolicía y su hijo, han sido detenidos en Georgia por matar a un joven negro que había salido a correr. Las imágenes circulan a toda velocidad. El candidato demócrata, Joe Biden, ha afirmado que este "crimen a sangre fría" es una muestra de la "creciente pandemia de odio" en el país. La repercusión del crimen va in crescendo.

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