Crisis del coronavirus

El 'atasco' en las editoriales científicas da alas a la ciencia en abierto

Página web de la revista especializada 'The Lancet'.

Los avances científicos siempre se han cocinado a fuego lento. “La ciencia necesita tiempo para pensar. La ciencia necesita tiempo para leer y tiempo para fallar. La sociedad debería darles a los científicos el tiempo que necesitan”, recordaba la Slow Science Academy de Berlín en un manifiesto publicado en 2010 en el que se hacía hincapié en la necesidad de valorar más la calidad de los trabajos que su cantidad. Sin embargo, una década después, la pandemia ha hecho saltar por los aires esa idea de investigación reposada. La rápida propagación de un coronavirus desconocido que ya ha costado la vida a centenares de miles de personas ha llevado a expertos de todas las disciplinas a trabajar a marchas forzadas. Desde que estallara la crisis sanitaria, la producción científica se ha disparado a unos niveles que el sistema de publicaciones tradicional no es capaz de digerir. Por eso, y ante la necesidad de dar a conocer los avances a la mayor brevedad posible, muchos trabajos están viendo la luz en forma de preprints. Sin intermediarios. Directamente del investigador a la comunidad científica.

“Probablemente estamos asistiendo a la mayor concentración de recursos científicos para la resolución de un problema concreto superando con creces otros precedentes como pudieran ser el proyecto Manhattan o la misión Apolo. En este contexto, la eficacia del sistema de comunicación y publicación científica y sus elementos (revistas, revisores, bases de datos, repositorios) están siendo puestos a prueba ante una enorme cantidad de conocimiento generado en un breve lapso de tiempo, que no tiene precedentes”. Así de contundente se muestra el investigador de la Universidad de Granada Daniel Torres-Salinas en Ritmo de crecimiento diario de la producción científica de covid-19, un análisis en el que pone de manifiesto que el número de publicaciones sobre el coronavirus se está duplicando cada medio mes. Así, sólo entre el 14 y el 30 de marzo, las bases de datos analizadas pasaron de indexar 3.041 a 6.022, una media de 200 diarias. Hasta la primera semana de abril, el número ya se situaba en los 9.435.

La fórmula tradicional para comunicar avances científicos pasa por las revistas especializadas. Sin embargo, el proceso desde que se envía el trabajo hasta que finalmente se plasma en las páginas de Nature, Science o The Lancet, por ejemplo, suele ser lento. Principalmente, porque antes de su publicación tiene que superar una fase conocida como revisión por pares: la investigación se remite a varios especialistas en la materia concreta para que valoren si cumple con los estándares de calidad requeridos. “En condiciones normales, como mínimo puede tardar entre uno y dos meses, prolongándose en algunos casos hasta un año o año y medio, lo que deja cualquier investigación obsoleta”, explica en conversación con infoLibre Alberto Nájera, director de la Unidad de Cultura Científica de la Universidad de Castilla-La Mancha. Ahora, sin embargo, las editoriales están apretando el acelerador ante la avalancha de trabajos. “Hemos conseguido que los artículos sean publicados y revisados en unas dos semanas, lo cual es extremadamente rápido”, señaló a Efe a comienzos de abril el editor jefe de la revista Science, Holden Thorp.

Ciencia en abierto a la espera de revisión

Mientras se intenta desatascar esta situación, algunas publicaciones científicas han recomendado a los investigadores que suban sus trabajos a repositorios de artículos previos. A páginas como Arxiv, medRxiv o bioRxiv que, curiosamente, han liderado durante años la batalla contra el modelo tradicional de revistas especializadas. “Estas bases llevan existiendo desde hace más de dos décadas y las suelen utilizar los investigadores para subir a ellas sus prepublicaciones mientras se desarrolla el proceso de revisión por pares. La idea es dejar constancia de la autoría del trabajo”, explica Joaquín Sevilla, director de la Cátedra de Cultura Científica en la Universidad Pública de Navarra. En este sentido, explica que la intención es evitar que un revisor, “anónimo para el investigador”, se pueda quedar con la idea. “Puede ocurrir que un artículo que mandas a una de esas revistas especializadas no se publique porque supuestamente tiene algún fallo y, curiosamente, al mes siguiente ves publicando a otra persona algo muy parecido”, completa.

En tiempos de pandemia, en los que se requieren certezas a la mayor brevedad posible, estas bases de prepublicaciones permiten que “el conocimiento avance” y que investigadores de todo el mundo puedan tener acceso a cualquier novedad relacionada con el coronavirus rápidamente. “El preprint tiene la ventaja de que ahorra todo el proceso de publicación: revisión por pares, maquetación, publicación efectiva y difusión final, normalmente tras barreras de pago en los fatídicos sistemas de suscripción. Es decir, tiene la ventaja de la inmediatez de la publicación y de la apertura de la misma a todo el mundo, sin restricciones”, explica a través del correo electrónico Eva Méndez, presidenta de la Open Science Policy Platform de la Comisión Europea y vicerrectora de Política Científica en la Universidad Carlos III de Madrid. A fecha 13 de mayo, los repositorios de prepublicaciones en abierto medRxiv o bioRxiv contabilizaban algo más de 3.300 trabajos relacionados con el covid-19 o el Sars-CoV-2.

El problema, señalan algunos expertos, es que se pueden colar estudios que no superan los estándares de calidad. “Cualquiera puede subir un preprint y cualquiera puede leerlo. En algunos casos pueden ser simples fallos y, en otros, malas prácticas académicas. Hay gente que por publicar es capaz de modificar o cambiar datos”, asevera Nájera. “La información va del autor al lector sin intermediarios. Esto le da frescura, libertad, pero también permite que se cuele cualquier porquería”, añade Sevilla. A finales de enero, por ejemplo, se subió a bioRxiv un trabajo en el que se señalaba que el coronavirus contenía algunas secuencias similares a las del virus del sida y se deslizaba la idea de que habría podido ser diseñado por humanos. El preprint, que acabó siendo retirado tras las críticas de la comunidad científica, sumó más de 300.000 descargas y fue compartido en Twitter más de 18.000 veces, dando alas a las teorías conspirativas.

Méndez señala que en estos momentos todos los resultados relacionados con el coronavirus “hay que cogerlos con pinzas”. Es más, recuerda que estos repositorios ya avisan de que los trabajos que muestran sobre el Sars-CoV-2 son “informes preliminares” que no deben ni “considerarse como concluyentes” ni recogerse en los medios como “información establecida”. De hecho, añade, algunas páginas como medRxiv “han endurecido sus criterios de escrutinio” para “dejar fuera a publicaciones de modelos computacionales especulativos”. Por eso, se niega a que se ponga en tela de juicio “este tipo de difusión del conocimiento”. “Cuando los científicos siguen principios fundamentales de la comunicación científica para garantizar el rigor, como la verificación de los hechos, la reproducibilidad de los experimentos y la publicación de los datos, los preprints no representan a mi juicio un riesgo mayor para la fiabilidad de la ciencia, ni para su comprensión por parte del público, que los artículos revisados por pares”, sostiene la presidenta de la Open Science Policy Platform.

¿Un cambio en el modelo de revistas especializadas?

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Los tres expertos consultados consideran, no obstante, que el futuro de la ciencia pasa sí o sí por estos modelos de publicación en abierto. Por eso, esperan que la pandemia pueda empujar en esa dirección. “Estamos en un momento dramático, pero quizás de esa urgencia y del dramatismo extraordinario surge un sistema de comunicación científica mejor, o quizás simplemente bueno. Bueno, no para la ciencia en sí misma, ni para el investigador, ni para el sistema de publicación. Bueno para la sociedad. La ciencia, como me gusta decir siempre, es como un paracaídas: si no se abre, no nos va ayudar”, apunta la vicerrectora adjunta de Política Científica en la UC3M. En este sentido, aplaude que los organismos públicos de investigación hayan dejado claro que todo lo que se publique durante la crisis sanitaria tiene que ser completamente accesible para todo el mundo.

Sin embargo, a pesar del impulso de este nuevo modelo de comunicación científica, todos ellos son conscientes de la dificultad de poner fin a un modelo tradicional perfectamente asentado. Principalmente, explica Sevilla, porque a nivel profesional esto supondría modificar también “la evaluación de calidad de los propios científicos”. “A mí cuando me van a evaluar para cualquier promoción me solicitan un número de publicaciones en determinadas revistas de impacto. Por ello, si hago algún descubrimiento importante lo terminaré mandando a una de estas publicaciones especializadas y no a cualquier archivo en abierto que haya en Internet. Al fin y al cabo, tengo que velar por mi carrera”, se resigna el científico. “A pesar de todo esto, el investigador o la investigadora que descubra la vacuna del coronavirus tendrá que publicar en ese sistema si quiere acceder a una carrera científica”, coincide Méndez. 

Un modelo tradicional que ha permitido que la industria de las editoriales científicas se haya convertido en un rentable oligopolio. En 2015, sólo cinco empresas estaban publicando toda la investigación que se hacía en el mundo: American Chemical Society, Reed Elsevier, Springer, Taylor & Francis y Wiley-Blackwell. Y en algunos casos, cobrando la lectura de los hallazgos científicos a precios, señala Méndez, “obscenos”. Sólo entre 2014 y 2018, por ejemplo, las instituciones españolas pagaron 98 millones de euros en suscripciones a las revistas del grupo Elsevier. Para más inri, muchos de esos descubrimientos que se ponen a disposición del público bajo elevadas suscripciones, recuerda Sevilla, “han sido financiados con fondos públicos”. “El negocio, además, es redondo porque no tienen casi costes”, explica el investigador. Las publicaciones de estas investigaciones no se pagan. Y tal y como cuenta Nájera, los revisores que llevan a cabo la tan demandada revisión por pares “no cobran nada”. Habrá que ver si la pandemia, como tantas otras cosas, acaba por alterar el modelo de producción científica.

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