Comunicación política

Fernando Simón, un científico en medio de la batalla política

Fernando Simón se ha convertido en una de las personalidades más conocidas en nuestro país. Él mismo confiesa que prefiere no salir de casa porque se siente abrumado por la cantidad de gente que se acerca a saludarle. Desde la declaración del estado de alarma, a mediados de marzo, Simón fue designado como el responsable de facilitar públicamente, cada día, toda la información sobre la evolución de la emergencia sanitaria como portavoz oficial. La decisión de elegirle como representante del Gobierno en una situación tan delicada fue objeto de estudio y discusión.

Curiosamente, Simón se mantenía como director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias desde 2012. Fue designado para el cargo con el Gobierno de Mariano Rajoy. Muchos recuerdan el papel decisivo que desempeñó en la crisis del ébola, en 2014, que acabó llevándose por delante a la ministra Ana Mato, que desempeñó un papel muy polémico como portavoz gubernamental. Todas las críticas se centraron en ella desde todos los sectores. Tras su cese, la aparición de Fernando Simón como portavoz del ministerio de Sanidad resultó balsámica y la opinión pública lo consagró como una fuente fiable alejada de toda controversia. Aquella experiencia fue sin duda valorada por el equipo de Pedro Sánchez. Según Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública, "buena parte del éxito y la supervivencia de Sánchez estos meses se ha debido al papel que ha desempeñado Simón y a la tranquilidad y confianza que éste ha despertado en todo momento".

Una política de comunicación muy intensa

Cuando el Gobierno fue consciente de la gravedad de la situación con la declaración del Estado de Alarma, se optó por asumir una política de comunicación muy activa. En primer lugar, se empezaron a convocar extensas comparecencias públicas diarias que trasladaran el mensaje de que toda la información sobre la emergencia se iba a conocer de inmediato. La intención era clara: mejor pecar por exceso, que por defecto. En segundo lugar, se decidió hacer que el papel de portavoz oficial recayera en un experto, mejor que en un político. El objetivo perseguido era el de evitar que la controversia partidista fuera el eje principal de la información sobre el coronavirus.

La elección de un experto como principal interlocutor ante la opinión pública cumple dos funciones primordiales. Garantiza, por un lado, la difusión de mensajes difícilmente controvertibles, al tratarse de juicios científicos difíciles de rebatir para periodistas y políticos de la oposición. Además, su presencia sirve de muro de protección para el Gobierno, que ve cómo su labor está protegida en todo momento por el escudo del respaldo de los especialistas en una materia tan delicada. En el caso del coronavirus, el Gobierno de coalición tomó la decisión de buscar el apoyo a la figura de Simón de representantes de las fuerzas de seguridad del Estado y del ejército. De esta manera, se intentaba difuminar al máximo cualquier visión partidista de las comparecencias. Además, se intentaba dotar los mensajes de una visible carga de excepcionalidad que sirviera para sensibilizar a los ciudadanos ante la gravedad de la situación. En esta misma línea, la presencia de los uniformados podía transmitir cierta sensación de alivio y protección a una parte de la población que, confinada en sus hogares, pudiera en algún momento sentirse abandonada a su suerte.

El síndrome del uniformesíndrome del uniforme

Luis Arroyo trabajó durante la presidencia de Zapatero en su equipo de comunicación. Recuerda cómo en aquellos años descubrieron la eficacia de lo que denomina el síndrome del uniformeel síndrome del uniforme: "Cuando trabajaba en Moncloa, siempre teníamos que enfrentarnos a la típica guerra de cifras tras las manifestaciones entre el dato que proporcionaba la delegación del Gobierno y el de los organizadores. Un día decidimos que la rueda de prensa la diese el portavoz de la Policía y no la delegada del Gobierno en Madrid. No hubo más bronca ni más quejas, y eran exactamente las mismas cifras".

Curiosamente, la cotidiana presencia de uniformados en las comparecencias oficiales sobre la evolución del covid-19 generó dos diferentes reacciones críticas desde la derecha y desde la izquierda. Los partidos conservadores se quejaron de su utilización como parapeto por parte del Gobierno. Desde algunos sectores de la izquierda, abundaron voces incómodas con una puesta en escena más identificable con la derecha tradicionalista. Las quejas desde ambos sectores fueron en todo momento a media voz. Nadie quería enfrentarse a servidores públicos en mitad de sus actuaciones de ayuda a la población civil.

Los miembros del Gobierno ocuparon inicialmente un papel intencionadamente secundario. Las apariciones de los 4 miembros del Mando Único (los ministros de Sanidad, Transportes, Interior y Defensa) iban siempre en apoyo de las manifestaciones de los equipos técnicos y se limitaban a destacar su trabajo logístico y de colaboración para hacer viables las decisiones tomadas por los expertos. El propio presidente del Gobierno, en todos sus habituales discursos, ponía especial énfasis en su posición al servicio de las conclusiones a las que llegara la comunidad científica.

Esta estrategia de respaldo y protección de los expertos en la toma de decisiones políticas colocaba a la oposición en una difícil coyuntura. Resultaba muy complejo salir a la tribuna a defender algo diferente a lo que los máximos especialistas en la materia, apoyados a su vez en las principales instituciones mundiales, pudieran defender. De hecho, los partidos de la oposición se han visto limitados en su estrategia de confrontación a centrarse en aquellos elementos que quedaban fuera del respaldo científico. Por esta limitación del territorio donde polemizar, se ha acabado centrando toda la polémica en la aplicación de las leyes del estado de alarma o en los errores en la aplicación logística de las medidas solicitadas por los especialistas sanitarios y epidemiológicos.

Pedagogía, informalidad y divulgación

El periodista científico Antonio Calvo destaca la gran labor de pedagogía que Fernando Simón ha hecho a la hora de explicar cómo funciona la ciencia en un contexto tan limitado como es la propia lógica de los medios: "La mesura y el rigor con el que habla han dejado claro que la ciencia no se construye con verdades como puños, que ésta no proporciona respuestas inmediatas y que la investigación se basa en el cambio de opinión".

El peculiar estilo comunicativo de Fernando Simón se aleja del tradicional estereotipo del científico frío y distante. Siempre se ha negado a llevar la bata blanca que podría investirle de cierta autoridad en su puesta en escena. Se desenvuelve con comodidad en un tono informal y divulgativo. Ha quedado para el recuerdo de los especialistas en comunicación política su respuesta a un periodista que le preguntó por un asunto del que consideraba que no tenía información detallada: "No les puedo decir mucho más, si les parece bien hacerme la pregunta de nuevo mañana, esta misma tarde me lo estudio". Jamás un político convencional hubiera formulado públicamente una respuesta tan repleta de humildad y sensatez. Precisamente, Álex Comes, director del Estudio LaBase, concluye que "el rasgo que más caracteriza a Simón es la serenidad, la honestidad, la naturalidad y la humildad.

Los estudios de opinión sitúan la valoración de Fernando Simón muy por encima de los principales líderes políticos de todos los partidos. La media de los líderes de los 5 principales partidos españoles es de 3,04, sobre 10, según los datos aportados la pasada semana por el Instituto Invymark para Lasexta. Pedro Sánchez, el mejor calificado de todos los líderes, es el único que aprueba y sólo llega al 4,85. Mientras tanto, Fernando Simón obtenía un 5,83. Esta nota difiere enormemente dependiendo de la ideología del encuestado. Los votantes de PSOE y UP le dan una nota por encima del 6,5. Mientras, los de PP (3,3) y Vox (2,0) se muestran mucho más críticos.

A principios de abril, The New York Times calificaba en un artículo a Simón como "un héroe científico entrañable", mientras que en nuestro país se ha convertido en un icono que despierta respeto y admiración incluso entre muchos jóvenes. Alrededor de él ha surgido un auténtico fenómeno fan, con camisetas, memes y todo tipo de merchandising que circulan en las redes sociales. Álex Comes cree que esto se debe "a la naturalidad de Simón y a que se le ve campechano, porque, al fin y al cabo, es una persona normal alejada de la política que ha caído en medio de la vorágine mediática". Evidentemente, también tiene serios detractores, mayoritariamente situados en el sector de la prensa antigubernamental.

Tertulianos y epidemiólogos

El coronavirus casi ha monopolizado el debate mediático en estos últimos meses. Había un lógico interés de los ciudadanos por tener información actualizada de todo lo que ocurría. La necesidad de llenar horas y horas de espacios en prensa, radio y televisión ha permitido la proliferación de repentinos especialistas en epidemiología que discuten sin rubor alguno las apreciaciones de los expertos reales en la materia. El problema es que, en algunos casos, se combina una profunda ignorancia con un interés ideológico partidista en profesionales que dominan las técnicas emocionales de comunicación audiovisual. Tal y como defiende el periodista científico Antonio Calvo, "Fernando Simón, como el resto de los expertos que hemos visto estos meses, juegan en desigualdad de condiciones con los vociferantes actores del mundo de la comunicación. Hay tertulianos de radio y televisión capaces de asegurar con muchas muestras de veracidad cosas que no son ciertas y, en esa batalla cuerpo a cuerpo, ellos son los que se llevan el gato al agua ante una audiencia que demanda una información muy rápida y respuestas que generen certidumbre".

La periodista Marta G. Aller, en su libro Lo imprevisible, de reciente publicación, explica la disonancia que se produce cuando las opiniones de la ciencia y de los expertos chocan con los intereses ideológicos de cada uno. ¿Qué es más poderoso, las conclusiones de la ciencia o nuestras posiciones ideológicas? Marta G. Aller lo tiene claro: "Las mentiras funcionan sobre todo cuando confirman lo que ya pensamos, porque nos encanta que nos den la razón, al margen de que la tengamos o no. Es lo que se llama sesgo de confirmación". Y añade de forma categórica que "el aval de los expertos no resulta convincente cuando la gente percibe que una idea ataca su identidad".

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El populismo frente a la ciencia

Este debate es una de las discusiones más presentes en los estudios sobre fenómenos como el populismo en el mundo. La eclosión de las ideas populistas tiene en la ciencia una de sus principales barreras. La demagogia cuadra mal con la investigación científica. Los juicios gratuitos, la manipulación y la mentira están en el extremo opuesto al conocimiento, el estudio y la comprobación empírica. El prestigioso politólogo Jonathan Haidt explica este choque conceptual basado en que "los racionalistas sueñan con un Estado utópico en el que la política esté ocupada por paneles de expertos imparciales, pero en el mundo real no parece haber una alternativa al proceso político en el que los partidos compiten por ganar votos y dinero. Y esa competencia siempre ha involucrado y siempre involucrará engaños y demagogia mientras los políticos sigan jugando con rapidez y comodidad con la verdad, utilizando a sus portavoces internos para retratarse a sí mismos de la mejor manera posible y a sus oponentes como tontos que conducirían el país a la ruina".

La difusión reciente de declaraciones estrafalarias relacionadas con los tiempos que vivimos es asombrosa. Las redes sociales sirven como potente vehículo de expansión de afirmaciones disparatadas carentes de toda base científica pero que sirven a una parte de la ciudadanía como asidero en el que fijar su angustia y su furia contenida. Hemos escuchado a exministros hablar de castigos del demonio; a presidentes de universidades atemorizados por que Bill Gates quiere inyectarnos un chis; o a cardenales denunciando que las fuerzas del mal trabajan las vacunas frente al coronavirus. También hemos oído a dirigentes políticos de algunas de las principales potencias mundiales como Trump, Boris Johnson o Bolsonaro defender todo tipo de insensateces ante el bochorno de sus científicos que luchan mientras tanto por detener la pandemia. William Davies considera que este tipo de actuaciones no son anécdotas aisladas, sino que forman parte de un problema más grave que tiene que ver con el nuevo entorno político en el que nos desenvolvemos: "El ascenso de los populistas es un síntoma de todo esto y sus líderes han sido ampliamente criticados por denigrar el conocimiento de los expertos y aprovecharse del descontento emocional. Pero son éstos los síntomas de un problema, y no su causa.

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